Con la escogencia de
Maduro como sucesor, Chávez dejó testimonio de la poca formación de quienes
conformaron su entorno de trabajo durante los años que ejerció la presidencia
de la república. Lo cierto es que durante estos ya más de tres años que Maduro ha
estado al frente de la jefatura del Estado, al principio como vicepresidente y
luego como titular del cargo, no ha hecho otra cosa que demostrar su escaso
nivel intelectual y político para el adecuado desempeño de tan importante
compromiso.
Maduro ha terminado
siendo prisionero de otros poderes fácticos, de las circunstancia y de la
quincalla ideológica que Castro le suministro a Chávez como instrumento para
hacer política en nuestro país.
La debilidad política
de Maduro lo hace ser prisionero de las fuerzas armadas. Es tan endeble su
posición en el poder que ha tenido que entregar a los militares posiciones
importantes. Le ha sido imposible devolverlos a los cuarteles. Ha llegado, como
resultado de sus limitaciones, a crear una empresa militar que se encargaría de
la explotación minera del país. ¿Por qué a los militares y no a las
universidades? ¿Por qué a los uniformados y no a los trabajadores? Luce que la
estancia de Maduro en Miraflores depende tanto de los militares, que se le hace
necesario concederles atribuciones que la constitución le reserva al Estado
como un todo.
Maduro es prisionero
de su incapacidad de tomar decisiones. En este asunto existen varias
dimensiones que merecen ser mencionadas. Primero debemos decir que el
presidente no llega a tener un cabal entendimiento de la crisis económica que
vivimos y sus dimensiones. Esa manifiesta incapacidad lo circunscribe a un
accionar limitado, errático, desenfocado que lo lleva a clamar por la ayuda del
altísimo: Dios proveerá se atrevió a decir un día.
No puede tomar decisiones porque el mismo discurso que heredó de Chávez se lo impide. Es prisionero de un aparato de ideas que le impide tomar las medidas necesarias para superar un modelo económico que fue capaz de incinerar un millón doscientos mil millones de dólares (US$ 1.200.000.000.000,00) sin que exista una obra que pueda justificarlos.
Es prisionero de los
tenedores de bonos de la deuda pública y de bonos emitidos por PDVSA. Los
mismos que por mantener sus pingües ganancias le dicen que Venezuela puede
disponer de sus activos en el exterior para no tener que renegociar la deuda.
¿No le llama la atención apreciado lector que el gobierno prefiera seguir
honrando mansamente la deuda y su servicio y mantenga al pueblo pasando
trabajo? No estoy llamando a dejar de pagar la deuda. Estoy diciendo que la
misma tiene que ser renegociada. Y digo más. Tenemos que acudir a los
organismos multilaterales para que nos asistan en las medidas que
obligatoriamente tenemos que tomar para acabar de una vez por todas con nuestro
peor enemigo en este momento: la escasez promotora de pobreza y miseria.
Maduro es prisionero
del supuesto legado de Chávez y de su imagen. De alguna manera siente que tiene
que actuar como lo hubiese hecho su predecesor, responsable de toda la tragedia
que estamos viviendo.
Maduro es prisionero
de su entorno. De los que no quieren perder el poder porque tienen todo que
perder. Cacofónico como pueda sonar, el poder está lleno de gente que tiene
cuentas con la justicia. Personas que tienen riquezas que no están respaldadas
por un honesto ejercicio de los cargos públicos que han desempeñado durante los
últimos diecisiete años. Personas que tienen cuentas que saldar con la justicia
internacional.
Maduro es además
prisionero de un hampa desbordada. Unas organizaciones criminales que son
capaces de asaltar casas presidenciales, escuelas de formación de militares,
cuarteles de policías, asesinar funcionarios y militares para seguirse armando
en un ejército de desalmados depredadores, que somete diariamente al pueblo
venezolano y que pone en tela de juicio la capacidad del Estado de ejercer
soberanía sobre todo el territorio nacional.
Maduro es prisionero
del rentismo. Mientras vocifera a los cuatro vientos que se acabaron los
tiempos en los cuales solo vivíamos del petróleo, envía a sus personeros a ver
como convence a los otros productores, en mejores condiciones que nosotros para
enfrentar la época de vacas flacas, para ver si ocurre el milagro de que los
precios del oro negro se recuperen.
Maduro es prisionero
de los Castro. Cada vez que tiene oportunidad viaja a La Habana a ver si el
oráculo antillano le puede dar alguna luz de cómo superar la gravedad de la
situación que estamos viviendo. Como es de esperar, los ancianos de La Habana
solo le aconsejan acciones que les garantice a ellos seguir recibiendo la cuota
de crudo que les regalamos todos los días. De ahí el despliegue represivo
contra el pueblo y no contra los criminales.
Maduro es prisionero
de una política exterior basada en el petróleo. En momentos de tanta gravedad
como los que sufre el pueblo venezolano, seguimos enviando hidrocarburo en
condiciones desfavorables para nuestras mermadas cuentas públicas. Piensa el
mandatario que echar para atrás estos convenios sería lo mismo que desarmar el
tinglado de apoyos políticos incondicionales con los que cuenta en el Caribe.
Maduro es prisionero
de un clima de opinión poco propicio a soportar un paquete de medidas
económicas que le cargue al pueblo el costo del despilfarro del que son
víctimas. Es prisionero de una bomba de tiempo que armó con su propia inacción.
Es prisionero del miedo que le produce la reacción de una nación obstinada de
la situación de miseria a la que ha sido sometida. Es prisionero del miedo a
asumir el costo político de que las acciones que debe tomar, mermen su cada vez
más exiguo apoyo popular.
Maduro es prisionero
sin otra salida que apartarse del poder y permitirle a los venezolanos escoger
por la vía electoral a quienes asumirían la responsabilidad de tomar las
acciones que sean necesarias para resolver la dramática situación que vivimos.
Jose Vicente
Carrasquero A.
botellazo@gmail.com
@botellazo
Caracas - Venezuela
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