Cuantas veces hemos
oído decir que cuesta encontrar en qué se diferencian uno con el otro de los
partidos. A ratos, por falta de cultura, de preparación y de lectura –porque
hoy en día los que activan en la política no se actualizan y poco o nada leen–
los mismos dizque líderes políticos no aciertan a identificar esos rasgos que
marcan las disparidades. Digamos entre conservadores, anarquistas, extremistas
y liberales. Por ejemplo, es procedente preguntarse: ¿Dónde se observan
actitudes díscolas, autocráticas, intolerantes, represivas y dónde se practica
la tolerancia y la libertad, el respeto a la discrepancia dentro de la
democracia y al pensamiento libre del ciudadano? ¿Dónde se amenaza o se echa de
la institución política a los que no acatan caprichos de un cacique y dónde se
tolera que cada cual tenga voluntad de expresarse conforme a su fe, su voluntad
y su conciencia? ¿Dónde impera el arte del convencimiento y dónde la
imposición? A ratos, los mismos liberales –en medio de estas atmósferas
confusas de la política del conflicto– no aciertan identificar del todo esas
virtudes que los caracteriza y los separa de otros grupos.
El escritor Mario
Vargas Llosa da luces en esa materia e ilustra –sobre conceptos que
coincidimos– “que a las personas y partidos hay que juzgarlos no por lo que
dicen y predican, sino por lo que hacen”. Ofrece, después de un amplio recuento
de cómo ha evolucionado el liberalismo a lo largo de la historia, algunas ideas
básicas que definen hoy a un liberal: “La libertad, como valor supremo, es una
e indivisible y ella debe operar en todos los campos para garantizar el
verdadero progreso”. “La libertad política, económica, social, cultural son una
sola y todas ellas hacen avanzar la justicia, la riqueza, los derechos humanos,
las oportunidades y la coexistencia pacífica en una sociedad”. “Si en uno solo
de esos campos la libertad se eclipsa, en todos los otros se encuentra
amenazada”. “Los liberales creen que el Estado pequeño es más eficiente que el
que crece demasiado, y que, cuando esto último ocurre, no solo la economía se
resiente, también el conjunto de las libertades públicas”. “Creen asimismo que
la función del Estado no es producir riqueza, sino que esta función la lleva a
cabo mejor la sociedad civil, en un régimen de mercado libre, en que se
prohíben los privilegios y se respeta la propiedad privada”. “La seguridad, el
orden público, la legalidad, la educación y la salud competen al Estado, desde
luego, pero no de manera monopólica, sino en estrecha colaboración con la
sociedad civil”.
Es natural –apunta
Vargas Llosa– que entre liberales haya discrepancias sobre distintos temas,
porque sobre muchos de ellos no existe una verdad revelada liberal, porque para
los liberales no hay verdades reveladas. La verdad es, como estableció Karl
Popper, siempre provisional, solo válida mientras no surja otra que la
califique o refute”. “Tolerancia quiere decir aceptar la posibilidad del error
en las convicciones propias y de verdad en las ajenas”. Y concluye su análisis:
“Yo creo que esas controversias entre lo que Isaías Berlin llamaba “las
verdades contradictorias” han hecho que el liberalismo siga siendo la doctrina
que más ha contribuido a mejorar la coexistencia social, haciendo avanzar la
libertad humana”. Pues bien, allí tienen extractos de un pensamiento lúcido. Si
la dirigencia política de los partidos tuviese el hábito de leer para aprender
–desgraciadamente les basta con lo inocuo y lo superficial para mantener
entretenido a un auditorio de boquiabiertas– seguramente encontrarían sustento
de identidad y orientación hacia donde deben atisbar para dirigir sus
actuaciones. La propuesta de libertad en contraposición al absolutismo, a la
sumisión, a la coacción y a la tiranía, es un mensaje poderoso. Si hay algo que
el individuo resiste, hasta los límites de ofrendar su propia vida, es no
perder su libertad.
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http://www.latribuna.hn/2016/02/15/en-que-se-diferencian/
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