Al regresar a lo que queda de país, luego de una corta
ausencia, he tenido el infortunio de presenciar la triste realidad que nos
agobia. Me tocó hacer un recorrido por
varios supermercados en busca de productos básicos de la canasta alimentaria.
¡Que experiencia tan desmoralizante!
Prácticamente no conseguí los alimentos que buscaba, lo
que si me encontré fue largas e interminables colas de la gente soportando
estoicamente la inclemencia de un sol que tuesta, sin saber si al llegar al
punto de reparto ya no queda nada. ¡Que humillación! Y eso es lo que sucede la
más de las veces, porque la cantidad de producto ofrecido no llega a satisfacer
al número de personas que está en la cola esperando. Son gente de variados
niveles socio-económicos que mientras esperan, intercambian inquietudes, hacen
catarsis descargando ácidos comentarios sobre el gobierno y sus dirigentes,
lamentándose muchos de ellos por “haber creído en las promesas de esos
políticos sinvergüenzas que ahora no dan la cara”.
Decía que fue una experiencia desmoralizante porque
presencié gente humilde y menos humilde, maltratada por quienes ejercían
funciones de “repartidores” del bien de consumo y de “cuidadores” del orden en
las colas, que se daban ínfulas de “jueces divinos” que tenían en sus manos la
decisión de quién era merecedor de recibir los mendrugos que es lo que puede
ofrecer una “revolución” que ha destruido la capacidad productiva de un país,
que en el pasado era capaz de cubrir sus necesidades alimentarias e incluso
exportar en algunos renglones.
Pude ver muy cercano a mí, un señor de avanzada edad, con
expresión suplicante porque necesitaba el paquete de arroz. Le fue negado ya
que la cola era muy larga y la gente se podía “enfurecer”, sin embargo, al cabo
de unos minutos el “repartidor”, tras intercambio de mirada furtiva con uno de
los “cuidadores”, le entregó a éste tres paquetes que imagino irían a parar a
manos de alguien que seguramente mojó las del “repartidor”.
Más tarde ese día, en otro supermercado, me detuve a
observar a quienes, sacando valor de su
necesidad, esperaban en una larga cola para ver si alcanzaban a obtener algún
renglón de la cesta básica. De nuevo la misma escena: mujeres de avanzada edad
que se han quedado solas porque su descendencia se ha ido en busca de mejores
horizontes. Más allá una señora, joven aun, con dos niños, uno de quizás tres
años y el otro de meses que le cuelga de un costado, es una madre con expresión
de angustia, que seguramente piensa qué será de mañana. En la misma cola me
llama la atención un niño con expresión altiva, con cara de valiente, de “echao
p’alante”, que cuidaba el puesto para su madre. Me hizo recordar la “choza
enclenque y parda”.
Estos escenarios de ultraje, de humillación, de
degradación del ser humano, son el resultado del sistema económico de un
socialismo cavernícola, primitivo, fracasado en todas partes, que se ufana de
proteger al pueblo pero que no ha hecho otra cosa que hambrearlo, que
empobrecerlo.
Mientras tanto ese pueblo consternado, que pareciera
resignado a un designio fatídico, se está llenando de furia que puede explotar
en cualquier momento. ¿Es eso lo que busca el régimen? ¿El caos para llevar a
cabo la aventura de un autogolpe? ¿O acaso el régimen piensa que puede alargar
esta situación en espera de algún milagro petrolero? Por otra parte, ¿la MUD ha
considerado en su concepción estratégica estos escenarios? De ser así ¿cuál es
el planteamiento táctico de la MUD para desbaratar de antemano ambas
probabilidades y lograr un cambio de gobierno en un tiempo perentorio?
César Augusto Manzano
Zavala
neptuno42@gmail.com
@neptuno42
@tiburcio42
Caracas - Venezuela
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