El derrumbe
estrepitoso de la revolución chavista es una lamentable tragicomedia que
vivimos con estupor y que asombra al mundo, que sigue sin entender cómo un país
con tantos recursos, como el petróleo, terminó en manos de una banda de
malandros, narcotraficantes, estafadores y mitómanos, dirigidos por un inepto
que se ha fijado como meta suicidarse políticamente y, en su intento, llevarse
al país hasta el mismísimo infierno.
La vorágine de la
ruina económica y moral que carcome a Venezuela comenzó una acelerada espiral
que debe ser detenida en el plazo más inmediato posible. Maduro lleva tres años
de su errático gobierno anunciando que hará anuncios, y lo único que hace es
encarcelar a los dirigentes opositores que plantearon la transición para evitar
la crisis humanitaria que hoy estamos sufriendo.
El juicio al alcalde
Antonio Ledezma y los 16 años de cárcel que pide para él la Fiscalía es un
vergonzoso linchamiento judicial; acusarlo de conspirador es hacerlo con
millones de venezolanos que clamamos por un cambio y lo expresamos con el voto
el pasado 6 de diciembre. Mientras tanto, las cárceles de alta peligrosidad se
han convertido en las sedes del pranato que gobierna las calles en todo el país
y las mafias de las drogas, enquistadas en el poder, se declaran entre ellas la
guerra.
El terror ante el
posible acuerdo entre la Fiscalía de Nueva York y los “narcosobrinos” tiene a
los carteles ajustando cuentas. El asesinato –dentro de una camioneta blindada–
de Renny Rojas, efectivo de la Dirección de Contrainteligencia Militar y jefe
de seguridad del “empresario” Samark López (muy vinculado al gobernador Tareck
el Aissami), ha sido otro de los crímenes “invisibilizados” por el régimen; y
luego está la detención in fraganti con 400 kilos de cocaína, en un vehículo de
la Guardia Nacional, del mayor Juan Sorda Ojeda, asistente de Hugo de los Reyes
Chávez en Barinas. Son casos que hablan por sí solos de la podredumbre que
transpira a través de los hilos descosidos de una dictadura letal a punto de
implosionar. El narcotráfico en el seno de la FANB constituye una de las
amenazas más graves al Estado venezolano; los narcosoles es un tema que se
aborda a diario en lo interno de las Fuerzas Armadas.
Ante la gravedad del
momento, Maduro luce suspendido e incoherente. Entre tanto, las cúpulas del
poder se reúnen para hablar de la sucesión y de cómo preservar el pellejo. En
los mandos militares medios hacen saber que garantizarán la transición
democrática y constitucional que el pueblo clama. Las últimas horas llenas de
rumores sobre una eventual expropiación de Empresas Polar y la detención del
empresario Lorenzo Mendoza hacen recordar la famosa cadena del pitico, cuando
Chávez despidió ilegalmente a la alta gerencia de Pdvsa gritando en vivo y
directo: “¡Pa’ fuera!”. A los cuatro días el Alto Mando Militar “le solicitó al
señor presidente la renuncia de su cargo, la cual aceptó”.
La historia puede
repetirse, y si no quiere renunciar que pida un reposo médico, como los que
presentaba el Sindicato del Metro de Caracas por supuesta depresión
psiquiátrica, con los que batió récord nacional como reposero. Hubiera sido un
peligro en las calles como chofer, ahora es toda una amenaza. Nicolás Maduro
ofrece la impresión del conductor que se bajó del autobús y corre a su lado para
no perderlo, pero sin subirse de nuevo, y dando órdenes desde abajo que nadie
sigue, manipulando un mando a distancia que no existe.
Este bus llamado
Venezuela corre sin conductor a toda velocidad. Alguien tendrá que hacerse
cargo de los mandos para no estrellarnos.
Marianella Salazar
marianellasalazar@cantv.net
@aliasmalula
El Nacional
Caracas - Venezuela
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