Sin ser gusano ni mariposa, la
metamorfosis de Luiz Inácio Lula Da Silva fue un prodigio. Pasó de socialista
con alarde redentor de proletarios, a agente obediente y bien pagado de las más
corruptas corporaciones brasileras.
En el intermedio Lula fue un
presidente llamativo por sus políticas sociales, que pudo completar gracias al
excedente producido por la certera gestión económica de su antecesor Fernando
Henrique Cardoso. De su éxito derivado, brotó el engolosinamiento del ex
caudillo socialista con la necedad del Gran Brasil, producto del delirio de la
derecha de ese país convencida que el “destino manifiesto” brasilero es la
supremacía en Suramérica.
Un Mundial de Fútbol fracasado y una
Olimpíada en amenaza de fracaso; la alianza con los caudillos y regímenes
impresentables del planeta: Fidel Castro, Chávez-Maduro, Evo Morales, Correa,
Mugabe, Putín, China, la teocracia iraní, la parejita Kirchner, el obispo Lugo,
Zelaya, Ortega; la debacle económica y lo más grave, el descrédito interno y
foráneo del Brasil por los millonarios escándalos del mensalao y el lavajato,
donde él y su discípula Dilma Roussef actuaron como descarados protagonistas, son el resultado
del sueño imperialista que secuestró a Lula.
En estos días Lula, el dócil broker
de las empresas más podridas de Brasil, trata de defenderse desprestigiando a
la Justicia de su país que no quiere impunidad, que opera con moderación e
independencia, pero que no le tiembla el pulso frente a los poderosos. Lo más irrisorio
es que Lula y Dilma, para solapar sus fechorías, despiertan el fantasma de una supuesta
conspiración internacional contra ellos.
Y el patetismo no se queda en esa
maniobra pueril, sino que Lula amenaza con movilizar a un pueblo que no tiene y
con una candidatura presidencial que le queda grande, ahora que se le cayó la
máscara de redentor.
Alexis Ortiz
jalexisortiz@gmail.com
@alexisortizb
Estados Unidos
No hay comentarios:
Publicar un comentario