Esta es la triste
historia de un país tropical de características rurales en sus inicios, y en el
que sus habitantes se dedicaban básicamente -y como forma de vida y sustento- a
la producción y al comercio agrícola y pecuario. Se distinguió por tener
grandes latifundios con muchas personas en la labranza y conucos o pequeños
lotes de tierras cultivados por familias campesinas que, en conjunto, formaban
pequeños poblados dentro las mismas fincas. Fue, si se quiere, la manera como
emergieron pueblos, pequeñas y grandes ciudades.
Ese país fue
gobernado por caudillos, falsos mesías, dictadores y autócratas populistas que
siempre se dedicaron a mantener el poder con engañosas promesas, por la fuerza,
hasta que surgían montoneras o golpes de estado que provocaban la muerte del
patriarca, o el final de sus subjetivos períodos de mando.
Un buen día, la mano
providencial se posó sobre él y, de la noche a la mañana, terminó
convirtiéndose en un consumado productor petrolero, que devino en cuantiosos
ingresos, pero también en la aparición de un proceso que desfiguró la
convivencia de su gente, y la propia composición orgánica de esos residentes.
Desde el principio,
los gobernantes y los “favoritos” de cada gobierno se apoderaron del manejo del
negocio, impidiéndole –o restringiendo- la participación ciudadana. Fue una
alianza siniestra y perniciosa que se dedicó a usufructuar esos enormes
recursos, a partir del diseño de falsos esquemas de desarrollo, como de todo el
basamento operativo nacional. En fin, alcanzar el propósito de siempre: que
todo dependiera del Gobierno de turno y de los ingresos provenientes del
negocio petrolero, apelando al funcional concepto del cacareo sistemático de
que todo se hacía en beneficio del pueblo y para beneficio del pueblo, aun
cuando a él luego se le mantuviera con pan y circo
No obstante, con
lentitud y esfuerzo, ese país comenzó a registrar un proceso de transformación
y modernización. En parte, por el efecto inercial de los recursos; también por
la conjunción emprendedora de nativos e inmigrantes que hicieron posible el
nacimiento de un conglomerado empresarial privado. Se trató de un grupo
que fue creciendo con muchas
dificultades, y haciéndose sentir con perseverancia, a la vez que reclamaba
independencia y libertad para actuar y crecer.
Transcurrido el
tiempo, repentinamente, y en forma inesperada –aunque sí predecible- el precio
del petróleo subió y subió. Y se produjo un cúmulo de ingresos, una borrachera
conceptual y una pasión desenfrenada por el gasto incontrolable, el
despilfarro, los negocios turbios, y una dedicación criminal al enriqueciendo
de individualidades gobernantes, familiares y amigos.
Tanto fue el ingreso
que hizo posible el derrame de migajas desde las mesas donde se finiquitaban
los negociados, hasta salpicar a una población ansiosa de beneficios
provenientes de aquello que consideraba suyo, a partir del manipulado mensaje
de que “todos somos pueblo, y, entonces, todos tenemos derecho a ser ricos”.
En el medio de una
distorsionada visión de lo rico y de la riqueza, se inició la danza del
descuido y del derroche. Nadie pensó en que ese baile jamás podía ser eterno. Y
el Gobierno de turno, irresponsablemente, tampoco se ocupó de asociar riqueza
nacional con el futuro. Actuó como vecino pobre que se gana el gordo de la lotería,
y con gritos y jactancias, comenzó a repartir dinero, mientras hacía alardes
groseramente de ser el poseedor de una riqueza -impropia, por supuesto- a la
vez que desestimaba la condición de lo efímera de la misma.
El país terminó
convirtiéndose en botín. Y el ejercicio del poder en la justificación para
hacerse del mismo sin escrúpulo alguno. De hecho, ese mismo país pasó a ser un
espacio descuidado, como también los productores locales y el proceso
industrial. Y esa presunta desatención, además, terminó convirtiéndose en la
excusa para el ejercicio ilegal de
expropiaciones, incautaciones y
el amedrentamiento. Literalmente, se hizo
desaparecer el derecho de propiedad alrededor de todo espacio productivo
que no fuera tutelado y controlado desde las entrañas mismas del Gobierno. En
tanto que cada productor, procesador y comercializador de bienes tangibles,
como los expendedores de bienes intangibles, pasaron a ser llamados
explotadores y enemigos del pueblo.
Sencillamente, se
actuó obedeciendo a la creencia de que con los cuantiosos y providenciales
ingresos provenientes del negocio petrolero, sí se podrían cubrir todas las
necesidades del país, importando lo que hiciera falta, anulando y provocando la
desaparición de los productores locales. En fin, tocando las puertas del
comercio internacional, especialmente del que forma parte del submundo de los
sobreprecios, de los bienes en remate ante la inmediatez de su inutilidad, como
de la garantía del beneficio seguro en los llamados paraísos fiscales.
Como si fuera poco,
se descuidó el mantenimiento y el funcionamiento de todos los servicios
públicos, como electricidad, agua, salud, telecomunicaciones. Y, entre locuras
y arrebatos de falsa sabiduría, se cambiaron los parámetros morales, para darle
paso a una terrible oleada de delincuencia organizada, hasta terminar convirtiendo al otrora país rural en vías de desarrollo, en un
territorio de alta peligrosidad. Tanta delincuencia existe, como
proporcionalmente ha terminado siendo el pánico, el terror, los asesinatos, y
la migración hacia otras partes del mundo de centenares de miles de ciudadanos
valiosos, principalmente conformados por jóvenes en condiciones productivas, y
adultos con capacidad de aportar experiencia, sabiduría y enseñanza.
Pero todo cambió
súbitamente: el precio del petróleo; los ingresos provenientes de ese recurso
energético; el panorama económico nacional e internacional. Además, han
aparecido oferentes de otros recursos energéticos, al igual que causas
ideológicas para cambiar el devenir económico global, y una recomposición de
los entendimientos entre países competitivos con miras a la conquista de nuevos
mercados.
En fin, se suscitaron
razones de peso que hicieron posible que se acabara la riqueza proveniente del
petróleo, al extremo de provocar que sólo se produjera el ingreso de 1/5 del
volumen de dólares que permitía vivir de borrachera en borrachera; también de
que se percataran que se incurrió en el
error de no tomar previsiones para
cuando no hubiera dinero, mucho menos para impedir que se hiciera presente la
fealdad de la ruina.
Esa es la situación
del otrora país que se creyó rico. Y que
debe someterse a lo mismo que
cuando, en el medio de la fiesta, se acaba el licor, la comida y los músicos
deben retirarse, ante la posibilidad de que tampoco haya dinero para pagarle
por sus servicios.
Se ha hecho presente
el caos, que no es otro que el representado por: el hambre, el
desabastecimiento y el delito organizado haciendo estragos. Ya no hay dinero
para nada más. Si acaso para que emerja la expresión coloquial que reza el
antiguo refrán de que "un viejito rico es gracioso, pero un viejito pobre
huele mal". También para que los antiguos y grandes amigos se vayan sin saludar,
o que, en el peor de los casos, ni siquiera quieran retratarse con el nuevo
limpio de solemnidad, por aquello de que esa es una raya.
¡Lo increíble¡: los
amos del poder que se autodenominan gobernantes, a la vez que no admiten el
desastre y su responsabilidad en la generación de las causas que lo produjeron,
tratan de afianzarse en el poder por la fuerza y el país, comprensiblemente, comenzó
a convulsionar.
Por su parte, la
población que se creía inmensamente rica, inicia el proceso de darse cuenta que no lo era. Y los hacedores de las mentiras, por su
parte, señalaban a otros de haber creado lo que sucedía. Pero cunde el pánico y
aparecen las protestas. La ciudadanía se empezó a organizar; despertaba de una
pesadilla y de un engaño monumental. Y lo hace exigiendo que rueden cabezas.
Las protestas pasan a ser miles, mientras que nuevas voces alzan su voz
pidiendo cambio, a la vez que claman por paz, por no más violencia, y reclaman
ejercer su derecho a elegir nuevos Gobernantes.
A esa población, le
queda arraigada la convicción de haber aprendido la lección. Y esa no es otra
que la referente a que la única riqueza legítima y verdadera, sólo es aquella
que puede provenir del trabajo digno, decente
y de la constancia.
El caldero quedó
repleto y caliente, porque el final de este cuento aún no se escribe. Dios
agarre confesados a gobernantes y a gobernados. Y al país que sirve de protagonista,
sencillamente, que no haga del aprendizaje un hecho efímero, por aquello de que
la ignorancia y la mala fe son actores de vida eterna.
Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan
Fedecamaras
Fedenaga
Miranda - Venezuela
Eviado por
ebritoe@gmail.com
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