No existe política
más hipócrita dentro de los postulados de la Revolución Bolivariana que la que
tiene que ver con la relación de nuestro país con los Estados Unidos. No los
meto a todos en un mismo saco, que conste. Estoy convencida que muchos entre ellos
cuentan con un decálogo de conducta, que si bien no es el mío, constituye un
cuadro de valores en los que ellos creen tanto para la vida como para la
política.
Sin embargo, en torno
a la relación con el norte, las actitudes de los revolucionarios del siglo XXI
son tan totalmente aprendidas, como lo fueron pretéritamente. Repiten de una
manera mecánica y principista las imputaciones que por tradición siempre
hicieron, de manera de mantener viva la eterna diatriba ideológica útil a sus
fines populistas. Los gringos, frente al público que los atiende como rebaño,
son la máxima expresión de la deshumanización, el materialismo, el ánimo de
conquista y el uso equivocado del poder.
Pero la realidad es
que lo que prevalece en su visión de los norteamericanos es una admiración
desmedida y un deseo inveterado de emulación. Lo nuevo es que los dirigentes
socialistas y en particular estos revolucionarios de nuevo cuño, mandan a sus
hijos a estudiar en sus escuelas y universidades, adquieren al por mayor bienes
que en algún lado exhiben el “made in USA”, compran en sus centros comerciales,
los observan y siguen con detenimiento, adoran su música, vacacionan en sus
sitios de recreo, admiran sus artistas, sueñan con hablar bien su idioma,
emulan a sus empresarios, repiten sus signos externos de riqueza. El rechazo de
grandes decibeles que exteriorizan algunos no es una expresión de odio ni de
sustantivo desacuerdo. Es pura y llana admiración de su poderío.
Las palabras de la
Ministra de Relaciones Exteriores, con ocasión de adversar la declaratoria
oficial norteamericana de la semana pasada que calificó a Venezuela como un
peligro, lo que trasluce es reconcomio. Su desaprobación – expresada de manera
tan poco sosegada- si hubiera sido argumentada con equilibrio, habría podido
ser una pieza interesante dentro de la diplomacia del enfrentamiento, algo que
con inusitada frecuencia ocurre en el mundo de las relaciones internacionales.
Por el contrario, el lenguaje atrabiliario y desubicado, grosero y resentido,
es signo de una molestia incontenible.
A pesar de la
distancia dogmática que separa a Cuba de
Norteamérica, sazonada -ella si- de un conjunto de asfixiantes y largas
sanciones económicas, nunca ha hecho gala de una actitud tan descolocada y
agresiva entre Castro y Obama. ¿Pueden los funcionarios venezolanos dentro de
la lucha anticorrupción que pretenden blandir como estandarte revolucionario,
sentirse vejados por la política norteamericana en ese mismo terreno, cuando lo
que deberían es aplaudir con fuerza? ¿Hay razón para declarar la guerra a
quienes no están haciendo otra cosa que imponer sanciones a personajes públicos
venezolanos que llevan escrito en la frente el saqueo, los negociados y el
lavado de dinero que han efectuado dolosamente con los fondos públicos nuestros?.
Si las instituciones venezolanas si gozan del derecho de exigir a terceros y
relacionados conductas probas y adecuadas con respecto a la administración de
los dineros públicos venezolanos, ¿ porqué los
Estados Unidos, cuando los transgresores son ciudadanos de nuestro
suelo, se deben inhibir?.
Los dobles estándares que blanden funcionarios
que levantan un airado dedo acusador en contra de los americanos, son una
manifestación adicional de esa hipocresía. Son una expresión más del desatino
que significa, en materia de principios, querer tener para uno, el lado ancho
del embudo mientras se le reserva al otro el lado angosto.
Beatriz
De Majo
bdemajo@gmail.com
@beatrizdemajo
Miranda
- Venezuela
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