HOSTILIDAD PERSONAL
Donald Trump llegó a la Casa Blanca como la primavera, aunque en pleno
invierno, y tampoco se sabe cómo ha sido. En el siglo XX, y en lo que va del
XXI, ningún jefe de estado norteamericano ha tomado posesión con menos apoyo
popular. Sólo un 40% de los encuestados dice estar satisfecho. Los tres últimos
–Clinton, Bush y Obama-- excedían el 60.
Tal vez por eso pululan las manifestaciones en su contra. Más de 60
congresistas, todos demócratas, no asistieron a la toma de posesión. Los
trumpistas se defienden con un argumento histórico: en 1973, durante la segunda
inauguración de Nixon, pese a su contundente victoria en 49 estados, 80
diputados demócratas boicotearon el acto.
Es cierto. Pero a Nixon lo adversaban por la gestión de la guerra de
Vietnam, mientras Trump genera una hostilidad personal. No lo rechazan por sus
hechos, porque nunca ha sido político, sino por sus dichos, sus ademanes, su
carácter, sus rasgos de bully o por el hecho de que en su discurso de toma de
posesión no haya tenido una sola frase conciliatoria. Sigue en pie de guerra.
Le critican su pelo rebelde, como el nido de un pájaro loco y
descuidado, y los tobillos edematosos propios de un tipo sedentario de 70 años
cuyo ejercicio diario es enviar diez twitters agresivos contra todo aquel que
lo contradice.
Trump no va a tener los cien días de gracia que supuestamente les
conceden a los mandatarios. Unas horas antes de tomar posesión, tres
catedráticos de psiquiatría declararon que se trataba de un narcisista que
cumplía con casi todos los síntomas con que el DSM 5 (la última edición del
manual de diagnósticos de la profesión) describe esa patología.
¿Cómo será su gobierno? Nos esperan cuatro tensos años de disputas.
Trump es un doer de la variante “locus de control externo”. Cuando las cosas le
salen mal culpa al otro, nunca a sí mismo.
Seguramente tratará de hacer muchas cosas desde el principio. Es un
empresario con iniciativa e intentará llevar su fuego y sus hábitos de trabajo
al ámbito del Estado. A su manera, es otra forma de derrotar a sus enemigos.
Comenzará con los inmigrantes. La causa es popular y son débiles. Lo más
fácil será edificar el Muro en la frontera con México. Lo hará, aunque los
narcos luego lo burlen. Expulsará indocumentados con toda la furia prometida en
las tribunas.
Junto a los rusos, probablemente lance una ofensiva aérea contra Isis.
Algunos expertos suponen que el sitio escogido será la golpeada ciudad de
Palmira en Siria, recientemente retomada a sangre y fuego por los combatientes
del califato.
Simultáneamente, les dirá a sus asesores que armen de inmediato un plan
de salud que sustituya al Obamacare, mientras les explicará a los chinos que
deben abrir el mercado a los productos americanos o sufrir represalias
económicas.
Corregirá el desaguisado de Obama en Israel, restaurando las mejores
relaciones con el aliado judío, la única democracia efectiva y fiable que
existe en aquella torturada zona del planeta.
Pero nada de esto le será fácil. La gran diferencia entre las
actividades que llevan a cabo los empresarios del sector privado y los
funcionarios del ámbito oficial, elegidos o designados, está claramente
descrita en el Derecho Público.
Los políticos y funcionarios sólo pueden hacer aquello que la ley les
ordena, y dentro de los límites establecidos por ella. Los empresarios
privados, en cambio, pueden llevar adelante todos aquellos proyectos que la ley
no les prohíbe. El matiz es abismal.
A ello debe agregarse el modus operandi de las dos esferas.
En la privada se alienta la iniciativa de los ejecutivos. Se les
remunera si han hecho un buen trabajo y se les promociona. Se les halaga cuando
tienden a la eficiencia, pero se les expulsa cuando se equivocan frecuentemente
o cuando los resultados han sido negativos. Es fácil, además, juzgarlos. Basta
con examinar el bottom line y otras minucias.
Los funcionarios, por su parte, no tienen iniciativas. Cumplen órdenes,
pero lo hacen (cuando lo hacen) lenta y parsimoniosamente. No es posible
incentivarlos por hacer bien su trabajo. Se supone que ése es su deber. Tampoco
es factible echarlos cuando trabajan muy poco o muy mal. La mayor parte son
inamovibles. Si Trump les dice you are fired, están despedidos, se le reirán en
la cara.
No tengo la menor idea de cómo acabará la aventura de elegir presidente
a un outsider sin la menor experiencia en el sector público, armado con un
claro discurso de populista de derecha, proteccionista y aislacionista,
empeñado en “hacer otra vez grande” a la primera potencia del planeta desde
hace, aproximadamente, un siglo.
Sé, sin embargo, que peligra el orden mundial que F. D. Roosevelt y
luego Harry S. Truman crearon en los años cuarenta y eso puede generar una
grave perturbación. No se cambian las líneas maestras de las relaciones
internacionales sin producir un terremoto.
Carlos Alberto Montaner
montaner.ca@gmail.com
@CarlosAMontaner
Vicepresidente de la Internacional Liberal
Estados Unidos
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