REFLEXIONES LIBERTARIAS
Mientras que los defensores del verdadero libre comercio observan los mercados y al comercio, doméstico o
internacional, desde el punto de vista del consumidor, el mercantilista los
observa desde el punto de vista de la élite de poder, las grandes empresas en
alianza con el gobierno. Los partidarios del genuino libre comercio, consideran
las exportaciones como medios para pagar por importaciones. Pero los
mercantilistas pretenden privilegiar a la elite de gobernantes y empresas a
costa de los consumidores, domésticos o extranjeros. Para dejarlo claro; El
mercado libre y el libre comercio, no son pro empresarios, pro trabajadores, pro
gobierno, son exclusivamente pro consumidores, si no es así, no es libre.
Murray Rothbard se oponía al TLC y demostró que lo que los orwellianos
estaban llamando acuerdo de “libre comercio”, en realidad era un medio para
incrementar el control estatal sobre las economías, sin lucir tan mal ante los
ciudadanos que no se dan cuenta de la trampa que les están tendiendo. Hay
muchas señales que nos llevan a la conclusión de que, las políticas
proteccionistas a menudo se esconden en la trastienda de acuerdos de libre
comercio, pues, como afirmaba el mismo Rothbard, “el genuino libre comercio no
requiere de tratados y, si es necesario, debe ser unilateral”.
No hay necesidad de tratados ya que lo que tratan de armonizar, se puede
armonizar por sí mismo. Esta era la doctrina de J.B. Say y de toda la escuela
económica francesa hasta Michel Chevalier. Es el modelo exacto que León Say
adoptó en Francia en esos momentos de la historia. Era la doctrina de la
escuela económica inglesa hasta Cobden. Cobden, al asumir la responsabilidad
del tratado de 1860 entre Francia e Inglaterra, se acercó más a la recuperación
de la odiosa política de los tratados de reciprocidad, y coqueteó al olvidar la
doctrina de la economía política de la cual, en la primera parte de su vida, había
sido un defensor intransigente.
El libre comercio no requiere cooperación interestatal. Por el
contrario, para que funcione mejor, puede y tiene que ser realizado
unilateralmente. Igual que la libertad de expresión no necesita cooperación
internacional, la verdadera libertad de comercio con los extranjeros, no
necesita de gobiernos ni tratados.
Art Laffer en alguna ocasión explicaba lo que debería ser libre
comercio: “Imaginemos que en EU se inventa un medicamento para curar el cáncer.
Al mismo tiempo en Japón se inventa una vacuna para prevenir ataques al
corazón. Los japoneses inician la venta de su vacuna en EU, y desaparecen los
ataques al corazón. Pero cuando nosotros tratamos de vender en Japón nuestro
invento para curar el cáncer, el gobierno no lo permite. ¿Qué vamos hacer?
¿Prohibir que ellos vendan su vacuna en EU? Por supuesto que no. Si ellos
quieren seguir muriendo de cáncer, su problema. Nosotros no queremos seguir
muriendo del corazón”.
Los verdaderos creyentes del libre comercio no temen el unilateralismo.
El obtuso hecho de que burócratas no conciban la economía internacional, fuera
de un marco legal establecido por acuerdos intergubernamentales, basta para
entender la desconfianza que expresan hacia la libertad individual. Esto refuerza
la convicción de que estos acuerdos están motivados por las preocupaciones
mercantilistas, en lugar de los genuinos objetivos de libre comercio.
En 1859, el economista liberal francés, Michel Chevalier, se reunió con
Richard Cobden (padre del libre comercio internacional) para negociar un
tratado de libre comercio entre Francia e Inglaterra. Es verdad que este
tratado, aprobado en 1860, fue un éxito temporal para los amantes de la
libertad. Sin embargo, lo que muy poca gente sabe es que, al principio, Cobden,
de acuerdo con la doctrina de libertad, rechazó considerar, negociar o firmar
ningún tratado. Su argumento era que el libre comercio debería ser unilateral,
que no consiste en tratados, sino en completa y total libertad en el comercio
internacional, independientemente de dónde proceden los productos. Pero ya
coqueteaba con la idea de reciprocidad.
Chevalier finalmente tuvo éxito en conseguir el apoyo de Cobden. Pero
Cobden expresaba una profunda confusión por el completo secreto que rodeaba las
negociaciones y, en una carta a Lord Palmerston, atribuía este secreto a la
“falta de coraje y honestidad” del gobierno francés. Hoy día persiste esa la
falta de transparencia con respecto a las negociaciones de libre comercio, ello
que provoca una ignorancia peligrosa de sus contenidos, para luego
sorprendernos con sus resultados los cuales, algunos no son lo que pensábamos.
En negociaciones de EU con otros países, el que hayan sido conducidas
por Reagan o Bush o Clinton, o Bush II, Obama, el objetivo siempre ha sido
forzar a esos países a comprar más productos americanos a cambio de lo que EU,
gentilmente, pero de mala gana, permitiera a los japoneses, chinos, coreanos,
mexicanos etc, vender sus productos a los consumidores americanos. Las
importaciones son el precio que los gobiernos pagan para que otras naciones
acepten las suyas. Pero además, como afirmaba Adam Smith, la única razón de un
país para exportar, es tener las divisas para poder importar.
Otra característica crucial de la política comercial del establishment,
fue establecer fuertes subsidios a las exportaciones en nombre del “libre
comercio”. Uno de los métodos favoritos para ello, ha sido el popular sistema
de ayuda a países extranjeros el cual, bajo el disfraz de reconstruir Europa, detener
al comunismo, o esparcir la democracia, el proceso se convierte en un fraude
mediante el cual se obliga a los contribuyentes a subsidiar a las empresas
exportadoras, y a los gobiernos extranjeros que apoyan este sistema. El TLC
siempre ha representado la continuación de éste sistema, enlistando al gobierno
de los Estados Unidos y sus contribuyentes en ésta causa.
El TLC, fue establecido solamente como un tratado de comercio entre
grandes empresas. Es parte de una muy larga campaña para integrar y cartelizar
al gobierno, buscando fortalecer la economía mixta intervencionista que ya
existe. En Europa, la campaña que culminó en el Tratado de Maastricht, fue la
estrategia para imponer una moneda común, un poderoso banco central europeo, y
forzar a sus economías, relativamente libres, para avanzar hacia los descarados
estadios regulatorios y asistencialistas. Y en estos momentos está a punto de
desintegrarse.
Finalmente, como señalaba Vilfredo Pareto: “Desde el punto de vista del
proteccionista, los tratados de comercio son lo más importante para el futuro
económico de un país. Pero cada vez que se aprueba uno nuevo, lo que emerge a
simple vista, sí es la atenuación de las barreras arancelarias, pero lo que no
se ve es la agresiva proliferación de barreras no arancelarias, que impiden la
libre empresa y crean monopolios a escala internacional a costa del consumidor.
Es la hora del verdadero libre comercio”.
"Si pudiésemos correr el velo oscuro de la antigüedad [en lo
referente al origen de los reyes, del Estado y los impuestos] y pudiéramos
rastrearlos hasta sus orígenes, encontraríamos que el primero de ellos no fue
más que el rufián principal de alguna banda desenfrenada; su salvaje modo de
ser o su preeminencia en el engaño, le hicieron merecer el título de jefe entre
canallas. Incrementando su poder y depredación, obligó a los pacíficos e
indefensos a comprar su seguridad con frecuentes contribuciones." Thomas Paine.
Ricardo Valenzuela Torres
chero@refugioliberal.net
chero@reflexioneslibertarias.com
@elchero
México-Estados Unidos
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