A quince días de celebrarse las elecciones de los Diputados para el
nuevo período parlamentario, lejos de percibirse un ambiente de alegría y de
optimismo, lo que se siente en la
población a lo largo y ancho del país, es preocupación, angustia y pesimismo.
Son tantos los factores adversos que viven los venezolanos, que el
interés electoral se debate entre acudir “para ver si cambian las cosas”, o
hacerlo para “que se acabe esta pesadilla en la que el insomnio y el hambre se
han combinado, para pensar y deducir si bastará votar para poder hacerle pagar
a esta gente el daño que nos han provocado”.
No son pocas las reflexiones que concluyen en lo mismo: “aquí no tendría
que estar pasando nada de lo que estamos viviendo, si 17 años de agresión, odio
y resentimiento social, en el medio de una lluvia de ingresos, como nunca en la
historia, se hubieran usado para mejorar y ampliar la infraestructura nacional,
modernizar la industria y la producción agropecuaria, y hacer del comercio el gran
soporte para competir dentro y fuera de Latinoamérica”.
Pero como ya no es posible revertir la incidencia de los daños en la
economía y el sistema de vida de todos los venezolanos, ahora hay que centrar
la atención en la posibilidad política de participar en un proceso electoral al
que acude la expresión democrática
venezolana, teniendo a su favor lo que dicen todas las encuestas.
Lo que los sondeos arrojan, es que, en plena arrancada de la campaña
electoral, la fuerza opositora se proyecta con una sensible ventaja,
comparativamente con lo que los resultados proyectan a favor del régimen. Tan
grande es la diferencia porcentual, que, a simple vista, pareciera irreversible
la victoria numérica y porcentual de la fuerza democrática. Y, para peor
resultado del oficialismo, lo que esas mismas encuestas indican es que gran
parte del llamado chavismo se abstendrá, o votará en contra de los amparados,
respaldados y financiados por los herederos de Chávez. Porque ha sabido
entender a qué se debe todo lo que está viviendo, mientras se acerca
aceleradamente a la posibilidad de formar parte de la creciente pobreza
extrema.
El régimen, imposibilitado de poder capitalizar positivamente el efecto
inaugural de obras a medio terminar, la distribución de regalos y la
desesperada intención de reactivar esperanzas populares con la oferta de
viviendas para algún día, ha tenido que apelar a la imagen ya borrosa del
difunto Hugo Chávez Frías. Porque el Gobierno es de los que aún cree en que hay
un legado capitalizable, productivo en lo electoral. En que Chávez, a pesar de
su ausencia física, sí salva. Sólo que
ya no puede hacerlo como un portaviones, sino como una modesta balsa; del mismo
modelo que tienen que seguir usando los
cubanos, después de medio siglo de penurias.
Apelar a Chávez, sin embargo, en el fondo de lo que aún le sirve de
soporte electoral a los candidatos del Gobierno, ha terminado por darle forma a
un fraccionamiento en lo que se promueve con ostentosas y millonarias campañas.
Porque ahora hay chavistas y maduristas con peores enfrentamientos entre sí,
mientras se multiplican las acusaciones que van desde el enriquecimiento fácil,
hasta el manejo de los peores negocios internacionales. Desde luego, mientras
la fractura se hace más notable, también se proyecta con mayor fuerza el debilitamiento de la popularidad, como de
las cada vez más menguadas posibilidades de triunfo del régimen. Es
decir, Chávez no salva.
En cuanto a la llamada fuerza opositora, también se presenta con un
fraccionamiento entre los partidarios de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD)
y los Partidos y Movimientos que postularon a los que denominan Candidatos
Independientes. Todo es producto de la molestia inicial que causó la
determinación de la MUD de no realizar
primarias a nivel nacional. No se le perdona que sólo lo haya
aceptado en una minoría de circuitos,
irrespetando y hasta menospreciando la voluntad del pueblo elector, siempre
identificado con el liderazgo regional.
Por los efectos de la gran polarización que se siente y se manifiesta en
la población para esta próxima contienda electoral, se deduce que ese es un
factor que no debe afectar en mayor cuantía a la fuerza opositora. Por el
contrario, el sentimiento generalizado de la “Economía del Voto " se
proyecta en cada rincón del país como otra tendencia que favorecerá
numéricamente a la MUD, en lugar de los Candidatos Independientes, a la vez que
el Gobierno exhibe desesperación, ante la posibilidad de que lo que pudiera
darse al final de los comicios sea un deslave antigubernamental, impulsado por
su propia gente.
Precisamente, ante esa posibilidad, es cuando emergen las eventuales
causas que alientan o estimulan lo que muchos describen como el oscuro y tormentoso panorama que se
proyecta alrededor del momento electoral y del día después.
Porque mientras el Gobierno insiste en que se firme un documento de
compromiso para respetar los resultados electorales, aun cuando es obvio que
todos los que participan tienen la obligación constitucional de acatarlos,
nadie cita que, ante las dudas, existen las vías legales para la impugnación.
¿Por qué sembrar dudas?.
Por otra parte, ¿a qué se debe que aquél que llama a firmar documentos,
es el mismo que declara públicamente que, de perder las elecciones
Parlamentarias, él y su gente saldrán a la calle, junto a las Fuerzas Armadas
Bolivarianas, a defender la permanencia de la Revolución Bolivariana?.¿Y desde
cuándo en Venezuela existe alguna disposición constitucional, con base en la
cual las Fuerzas Armadas tienen la misión de poder operar como defensoras a ultranza de una ideología o de
un partido político?.
Los grupos de electores que compiten en una contienda como la que se
llevará a cabo el 6 de diciembre, tienen que aceptar los resultados que surjan
como expresión de la voluntad popular. Y si existen dudas, que impugnen.
Pero no es posible que, sin que se haya
desarrollado el evento comicial, ya se esté planteando la existencia de dos
tipos de ciudadanos electorales en el país: los que ganan y los que no aceptan
perder. ¿Es que acaso el Presidente de la República tiene un pueblo exclusivo y
el resto de los ciudadanos conforman otro pueblo?.
Ante esta situación, se suma ahora una serie de casos de carácter
internacional que vienen a complicar, aún más,
el panorama político del país. Sobre todo por el sepulcral silencio con
el que se insiste en tratarlo, desde esa megaestructura comunicacional de que
hace gala el Ejecutivo para anular disidencias y cuestionamientos a su
desempeño. Porque cuando surgen señalamientos relacionados con casos delictivos
en los que, supuestamente, están involucrados ciudadanos ligados a la familia
presidencial, tiene que haber alguna explicación o aclaratoria. De igual
manera, ¿a qué se debe que se insista en minimizar la gravedad de lo que
representa el hecho de que ciudadanos de distintas nacionalidades catalogados de supuestos terroristas,
aparezcan portando pasaporte y cédula venezolanas?.
Ciertamente, Venezuela está viviendo momentos complejos de todo orden, Y
eso obliga a apelar a la fibra de ciudadanos apegados a principios
democráticos. A hacer gala de una gran
valentía y de coraje en defensa de los
valores familiares y del país.
El momento electoral es una oportunidad histórica para, precisamente,
apelar a esas virtudes nacionales.
Ningún ciudadano debe quedar rezagado ante dicho evento. Hay que salir a
votar y convertir en resultado positivo la disposición de impulsar
cambios.
En cuanto a los que fueron escogidos para ser Miembros de Mesa y los
que, voluntariamente, han decidido ser Testigos en representación de los grupos
políticos que compiten, tienen que ser fieles garantes de la voluntad
participativa de los electores, como de la demostración de que los resultados
son los que tienen que ser.
No es mentira lo que Venezuela y los venezolanos se están jugando, ante
el reto que implican unos comicios en el medio de abundantes fuerzas
interesadas en que sean las diferencias las que se impongan, y no las
coincidencias. De ahí que es menester aceptar como cierto que el 6 de
diciembre, lo que está en juego es la decisión acerca de si se quiere un futuro
entre entendimientos o entre enfrentamientos. La apuesta mayoritaria tendría
que ser –y así tiene que ser- a favor del fortalecimiento de los valores
familiares, de la paz como gran propósito político, y del bienestar social y
económico como la meta de todos.
Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan
Miranda – Venezuela
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