"Aquél cuyos oídos están tan cerrados a la verdad, hasta el punto que no puede escucharla de boca de un amigo, puede
Somos un país de, aproximadamente, cuarenta
millones de habitantes, y entre un cuarto y un tercio de ellos se encuentra
bajo la línea de pobreza; eso significa que el tan mentado mercado interno es
sumamente reducido: ¿por qué, entonces, sustentar en él una industria no
competitiva a nivel mundial?, ¿cuántos de nosotros pueden, por ejemplo, comprar
un par de zapatos por año? El tamaño de ese mercado, sin escala suficiente,
impide producir masivamente y, con ello, reducir los precios.
Ahora bien, nuestros "capitanes de la
industria" han decidido, curiosamente, vender dentro de nuestras
fronteras, lo cual los obliga a realizar ingentes esfuerzos para cuidar su
"quintita", e insisten, desde hace años, en privilegiar su vocación
por pescar en la bañadera o cazar en el zoológico, rechazando de plano competir
con productos extranjeros.
Exigen, casi siempre con éxito, al Gobierno
de turno el cierre de la economía, mediante la aplicación de distintas formas
de protección (barreras arancelararias y para-arancelarias, cuotas de
importación, medidas anti-dumping) que, a la postre, implican la aplicación de
políticas restrictivas similares contra la Argentina; les ha sido enormemente
útil utilizar el fantasmal argumento del cierre de empresas y la desocupación.
Esta peculiar situación, que se impone como modelo de desarrollo desde hace
décadas, hace que los argentinos tengamos que conformarnos con lo que se nos
ofrece y, sobre todo, a la calidad y al precio que sea.
Pero modificar ese escenario es factible, en
especial a partir del mes próximo, cuando desterraremos, al menos por un
tiempo, el populismo idiota y corrupto que ha imperado en los últimos doce
años.
Mi propuesta no es nueva, ya que llevo diez
años pregonándola, pero es bien simple, y parte de varias certezas. Tenemos
materias primas y técnicos y artesanos de altísima calidad, en áreas tales como
el diseño, la manufactura, el marketing y la comercialización, y toda la
tecnología necesaria para concretarlo está disponible en el mundo globalizado.
Así las cosas, salgamos a vender Argentina al mundo, y compitamos por precio y
calidad en los mercados más exigentes y más pudientes.
Entonces, volviendo por un momento al ejemplo
de los zapatos, que hoy resultan un producto fuera del alcance cotidiano de la
economía familiar de la mayoría de nuestros compatriotas, y que tampoco
alcanzan los niveles de excelencia que justifiquen lo que hay que pagar por
ellos, me pregunto: ¿por qué, en lugar de impedir que ingresen a nuestro país
los calzados que China y Brasil producen masivamente -cinco mil millones por
año- y a precios muy reducidos (US$ 2,5 el par), los fabricantes argentinos no
se dedican a fabricar zapatos de altísima calidad y elevado precio para su
exportación a los mercados de lujo mundiales?
He recorrido algo de mundo y puedo asegurar
que nunca he visto que los zapateros italianos, suizos o ingleses -se llamen
Fratelli Rosetti, Bally o Churchs- exijan a sus respectivos gobiernos que
impidan la importación de esos calzados baratos. Y no lo hacen por una razón
muy sencilla: no les interesa, porque no es el objetivo de su negocio; su
producción está destinada a los mercados que pueden y aceptan pagar precios
verdaderamente siderales. Lo mismo sucede, por ejemplo, en la industria textil,
la relojería, el diseño y la moda.
Para lograr ese cambio de mentalidad de los "capitanes",
claro, será necesario que acepten reconvertir su industria, concederles los
créditos baratos necesarios para ello -en la práctica, ya la estamos
subsidiando a través de los precios de la energía y la protección aduanera- y,
sobre todo, garantizarles reglas claras y estables, que les permitan prever el
futuro con tranquilidad; no me refiero, obviamente, a asegurarles ganancias
pero sí a que el riesgo se reduzca al negocio mismo y no, como sucede ahora,
que dependen del humor del funcionario de turno y, de acuerdo con él, el diario
de la mañana les informa si son ricos o pobres.
A la luz de lo que nos muestran las pantallas
de televisión diariamente, si pudiéramos lograrlo recibiríamos grandes
ventajas, ya que todos nuestros conciudadanos podrían acceder a zapatos y a
ropa baratos, y ya no deberían tantos vestirse con harapos o caminar descalzos.
Además, al consolidar un mercado externo demandante de una calidad similar a la
que hoy ofrecen los fabricantes de lujo de otras latitudes pero a precios
sensiblemente inferiores, nuestros industriales dejarían de estar sujetos a los
avatares nacionales, que tanto les han costado, y generarían innumerables
puestos de trabajo estables y registrados.
La industria del vino, algunas áreas de la
tecnología nuclear y espacial, ciertos fabricantes de autopartes pueden
explicar claramente a sus congéneres el modelo de negocio que han montado para
exportar sus productos y competir con éxito en los mercados internacionales.
Incluso, bastaría con que los "capitanes" analizaran a Embraer, la
empresa brasileña que hoy vende sus aviones de pasajeros de mediano tamaño,
jets ejecutivos y hasta aviones de combate en el mundo entero; ¿sería lo que es
hoy la compañía si sólo hubiera trabajado con la vista puesta en su mercado
interno?
Si la nueva administración, que asumirá el 10 de diciembre, con la colaboración de la oposición inteligente, pudiera transformar esta humilde propuesta en una verdadera política de Estado, también en esta área los argentinos habremos realizado el cambio que tantos hemos escogido en las elecciones recientes, y que seguramente confirmaremos en escasos once días.
Enrique Guillermo Avogadro
E.mail: ega1@avogadro.com.ar
Twitter: @egavogadro
Argentina
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