A quien primero escuchamos hablar de este asunto con seriedad política
fue a Eduardo Fernández. Dibujó el líder demócrata-cristiano una figura
elíptica para demostrar, no las bondades de un proyecto como el expuesto sino
más bien la necesidad de pensar en la Transición para resolver, o comenzar a
transitar hacia esa meta, los problemas cruciales, estructurales e inobviables
que enfrenta Venezuela.
Con esa mesura que le es tan propia, Eduardo radiografió la realidad de
esto que llamamos país (que no lo es, decimos nosotros) recorriendo con una
línea imaginaria todos y cada uno de esos graves obstáculos que vulneran a la
nación, concluyendo en la necesidad de hacer una especie de “alto en el camino”
(que no podría serlo) para sin detener el tránsito, atoar la nave para que en
cierto momento se cruce con los rieles que pueden conducirla, bien, o primero,
al dique y luego hasta aguas promisorias. Porque hoy nos enrumbamos hacia
peligrosos riscos que harán colapsar las cuadernas del buque, y que además, una
vez cruzados estos, no se avizora la tierra prometida por la revolución.
El naufragio se hace inexorable. Para ello, ponderaba Eduardo, es preciso
tragar algunos trozos que podrían rasgar la garganta. Entre otros, el personaje
que encabezaría esa transición si la misma pudiera ser inmediata y sin que ello
nos produzca náuseas aunque debamos apretar el pañuelo contra las fosas
nasales. Y ahora que nos acercamos al primer escaño de una serie de eventos que
pudieran conducirnos a la democracia, pensamos que aquella monserga de Eduardo
adquiere cada día mayor vigencia y que quienes creemos que el país es
recuperable deberíamos hacer ejercicios de imaginación para dar con quién
podría ser el eje de la transición sin creerse un monarca.
José Angel Borrego
periodistaborrego@gmail.com
@periodistaborr1
CNP-526
Anzoategui . Venezuela
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