Siempre se han desgañitado los más críticos
de nuestro país en señalar que Venezuela parece un garito. Las apuestas desde hace décadas han
sido como un plato consumido sin reproches por el ciudadano común, a sabiendas
que las probabilidades de obtener las ganancias son extremadamente bajas. Peñas
hípicas se atiborran de furibundos apostadores, mientras la ama de casa más
silvestre se aviene a comprar su terminal de lotería para ver si logra el
triunfo cantado, aunque el monto jamás le resolverá su apremiante vida.
Ahora en esa ruleta de ocurrencias para
avivar una campaña electoral agria para su bando, el presidente Maduro dejó de
lado el fervor del espejo por hacerlo ver con la misma catadura, y ha lanzado
semejante apuesta decembrina como para llamar la atención a los más serios,
pues tal escaramuza tiene más de risible que de creíble: Apostó su bigote de no
llegar a un millón de viviendas este año.
Podemos efectuar un ejercicio malicioso de matemáticas furtivas,
desenfundar la calculadora de las apariencias y tabular con un esfuerzo
creativo su algoritmo probable para llegar a tan descomunal cifra.
Si entrega 100 viviendas en una localidad,
efectúa su montaje para elevarlas a mil -cuyos ceros devienen de los estrategas
políticos y no de resolverle el hogar a tantos venezolanos sin techo- ,
multiplicadas por el cortinaje televisivo a cinco mil, no llegaremos a abultar
una realidad que se despeña en el decadente y falto de gracia cuadro
gubernamental de este gobierno.
Resulta imposible generar tantas
edificaciones en menos de dos meses, pues no hace falta ser suspicaz para
entender que no existen tantas viviendas en construcción en este país,
levantadas por un gobierno que prefiere la inventiva, que la excusa juiciosa de
los incumplidos.
Podemos reflexionar entonces sobre la
mercadotecnia de un bigote. El relamido y acicalado vello facial de un
presidente tan controversial y con tan poca aceptación en las encuestas, podría
no tener tanto valor si nos regimos por los análisis bursátiles del mundo.
No sabemos si tan desaforada apuesta la
realizó para probar si alguien escucha su discurso diario o, en todo caso, se
siente cansado de su acostumbrado mostacho. Si quería cambiar de look, no debió
apelar a tal alharaca que sólo ha provocado que algunos ansíen de cierta forma,
verlo con toda la cara rasurada en año nuevo.
Tantas premisas pueden escaparse hacia el
sugestivo esquema de las probabilidades. Quizá se cree el programa de
televisión: “Cuánto vale un bigote”. Tal vez si llegase a una cifra
habitacional no tan baja, se decida a perfilarse un look menguado a lo Chaplin,
aunque no le convendría contornearse con esa inapropiada fachada, pues podrían
confundirlo con Hitler y bastante se ha dicho de su gestión como para echarle
más bigote al fuego.
Lo inequívoco es que el bigote presidencial
está ahora en riesgo. Lo más seguro es que no pueda mojarse el mostacho con el
brindis de fin de año y mucho menos libar las mieles del triunfo. Entonces
prevalecerá el hecho que su disminuido grupo de partidarios podrá verlo
rejuvenecido y el mandatario no tendrá que dignarse a la tarea de pintárselo
constantemente. Pero a fin de cuentas, nadie ha visto nunca a Pinocho con
bigote.
José
Luis Zambrano Padauy
zambranopadauy@hotmail.com
@Joseluis5571
Zulia
- Venezuela
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