El más
recalcitrante de los oficialistas está claro de que no ganarán las elecciones.
Demostraciones hay varias, por ejemplo, testimonios del presidente en los que
afirma que ganará “como sea”. Lo que ayer dijo José Vicente Rangel en su
programa dominical es otra evidencia: “está en marcha un plan para culminar
violentamente el proceso desestabilizador. Las informaciones de inteligencia
debidamente procesadas confirman que en sectores de la oposición los
preparativos avanzan aceleradamente sobre la base de dos supuestos: uno, que el
resultado electoral el 6 de diciembre favorezca al chavismo: de inmediato se
planteará nacional e internacionalmente que hubo fraude, y se desplegará la
violencia; y dos, en el caso de que la oposición triunfe por escaso margen en
un escrutinio cerrado y no obtuviera la mayoría calificada: igualmente se
desataría una violencia en la calle”. Dirían los abogados: a confesión de
parte, relevo de pruebas.
La estrategia es
indiscutible. Pretenderán hacer lo mismo que han venido haciendo desde hace
varios años. Los candidatos no serán los protagonistas, sino los círculos del
terror, los que desde temprano rondarán por los centros de votación. Esa es la
razón por la cual el régimen no quiere observadores internacionales.
Mi preocupación no
es ganar las parlamentarias, ni tampoco el hacer que se respeten los resultados. Lo que me preocupa en este
momento es evitar que se produzca una especie de frustración ante un eventual escamoteo de votos.
Siento que no se ha
diseñado la respuesta al fraude. El argumento que hemos escuchado es el
siguiente: “es imposible hacer trampa si la mayoría es aplastante” ¡Mentira!
Aplastante o no. Esta gente es caradura, y mientras más evidente sea el desmán,
calcularán que mayor será la desmoralización del opositor esperanzado. Lo han
demostrado a lo largo de estos tortuosos años de catástrofe roja rojita. La
condena a Leopoldo López, el encarcelamiento a Antonio Ledezma. Los debates en
la Asamblea Nacional son una palmaria demostración de la desfachatez del
régimen. Parecen disfrutar de la exagerada carga de inverosimilitud de los
discursos oficialistas. No se ruborizan en ningún programa de opinión con tesis
que rayan en la locura.
El mensaje de los demócratas más que contundente tiene que ser claro. Que todos entiendan que el 6 de diciembre constituirá solo una prueba más de vocación libertaria. Que nadie debe quedarse sin votar. Algo muy importante: explicar que la lucha por nuestro país no se acabará ese día. Por el contrario, es a partir de entonces cuando comenzaremos a revivirlo. Eso sí, con el entendido de que caminaremos por momentos de suma dificultad. Para lo cual nuestra responsabilidad ciudadana nos exigirá el supremo compromiso de facilitar la transición.
Por lo pronto, nada
significará el número de diputados que asigne el parcializado CNE. Deduzcamos
que la casta que está en el poder ya se acostumbró a las riquezas mal habidas y
ellos querrán conservarlas. Saben muy bien que el tiempo se les achica y
estarán condenados a vivir con el lumpen si son contumaces en oponerse a la
transición.
Me imagino un breve
período con ellos negociando su inhabilitación. Paralelamente tendremos que
dibujar la fórmula de reconstrucción nacional. Prevenido al bate viejos (o
desconocidos) actores oficialistas (civiles y militares) para abrir las
compuertas de la libertad.
Pablo Aure
pabloaure@gmail.com
@pabloaure
Carabobo -
Venezuela
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