martes, 10 de noviembre de 2015

SIMON GARCIA, UN JUEGO PELIGROSO

            Maduro está jugando con el fuego de la crisis económica y social. En vez de adoptar las medidas para resolverla, aumenta los controles que espantan a la inversión y la producción. Ante la evaporación de la capacidad adquisitiva decreta un aumento general de sueldos; pero desconectado de un plan para volver a producir lo que comemos. Es decir, el desabastecimiento y las colas seguirán.

            Su fidelidad al modelo socialista autoritario que trasplanta desde Cuba, lo convierte en una amenaza para la estabilidad institucional. Pisa a fondo la tecla del miedo, como un agitador callejero de un clima conflictivo, al llamar a sus partidarios a ganar como sea, una instrucción que implica atropellar la ley electoral y desatender normas éticas. Afortunadamente, sus partidarios se resisten a acatar órdenes de esa calaña tramposa.
            Maduro es muy avezado en multiplicar errores. Por el peso del Gobierno en la situación del país, las terribles consecuencias de sus arbitrariedades  las pagamos todos. Disparado hacia al abismo, no tiene frenos ni capacidad de virar. O no quiere hacerlo. Sus desastres están ocasionando que millones de venezolanos que se fajaron durante años en la defensa del proceso, ya no están dispuestos a seguir haciéndolo.
            En principio, las amenazas del presidente son un trapo rojo para fanatizar su votación dura y reducir el deslave de votación blanda que lo está abandonando para apoyar a candidatos de la unidad. Muchos, que  aún se mantienen indecisos, observan y reflexionan antes de hacer el trasbordo hacia el cambio. Lo dicen las encuestas.
            Al satanizar la exigencia de cambio, Maduro busca inhibir a los votantes independientes y paralizar a los indecisos. Pero la credibilidad de su estrategia  requiere  acentuar el ventajismo del gobierno a favor de sus candidatos; movilizar ilegalmente todos los recursos del Estado en función de la campaña oficialista; aplicar la cartilla de abusos que propicia el CNE, crear una sensación de mejoría de tísico y seguir atacando a todo el que disienta, exprese un desacuerdo o mantenga una posición, incluso, de respaldo crítico. Tristemente y en vías de aislamiento, el proceso llega a su fin negándose a sí mismo, reducido a una  fuerza conservadora que defiende ferozmente sus privilegios.   
            El riesgo es que la segunda naturaleza de este gobierno, la que lo tienta al totalitarismo, termine por sustituir lo que mantiene a un decisivo sector de la cúpula roja, pendulando entre democracia y autocracia. La aceleración del autoritarismo puede conducir, por acumulación de hechos, que el proceso termine descarrilándose de la vía democrática.
            La pérdida de la mayoría oficialista en la Asamblea Nacional es una derrota electoral. Pero si el proceso abandona la ruta democrática, que constituyó una peculiaridad alentada al inicio por Chávez, recibiría una derrota estratégica. Sería el peor de los finales para el proyecto de socialismo del siglo XXI.
            Todavía Maduro puede adoptar la conducta de Daniel Ortega ante el triunfo de Violeta Chamorro. Mientras más rápido admita que ha llevado al proceso a la condición de minoría en la sociedad, más tranquila y plural será la transición que viene. Y más fácil le resultará intentar resurgir electoralmente del castigo que él mismo se buscó.     
Simon Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim

Caracas - Venezuela

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