Maduro está jugando con el fuego de la crisis económica y social. En vez
de adoptar las medidas para resolverla, aumenta los controles que espantan a la
inversión y la producción. Ante la evaporación de la capacidad adquisitiva
decreta un aumento general de sueldos; pero desconectado de un plan para volver
a producir lo que comemos. Es decir, el desabastecimiento y las colas seguirán.
Su fidelidad al modelo socialista autoritario que trasplanta desde Cuba,
lo convierte en una amenaza para la estabilidad institucional. Pisa a fondo la
tecla del miedo, como un agitador callejero de un clima conflictivo, al llamar
a sus partidarios a ganar como sea, una instrucción que implica atropellar la ley
electoral y desatender normas éticas. Afortunadamente, sus partidarios se
resisten a acatar órdenes de esa calaña tramposa.
Maduro es muy avezado en multiplicar errores. Por el peso del Gobierno
en la situación del país, las terribles consecuencias de sus
arbitrariedades las pagamos todos.
Disparado hacia al abismo, no tiene frenos ni capacidad de virar. O no quiere
hacerlo. Sus desastres están ocasionando que millones de venezolanos que se
fajaron durante años en la defensa del proceso, ya no están dispuestos a seguir
haciéndolo.
En principio, las amenazas del presidente son un trapo rojo para
fanatizar su votación dura y reducir el deslave de votación blanda que lo está
abandonando para apoyar a candidatos de la unidad. Muchos, que aún se mantienen indecisos, observan y
reflexionan antes de hacer el trasbordo hacia el cambio. Lo dicen las
encuestas.
Al satanizar la exigencia de cambio, Maduro busca inhibir a los votantes
independientes y paralizar a los indecisos. Pero la credibilidad de su
estrategia requiere acentuar el ventajismo del gobierno a favor
de sus candidatos; movilizar ilegalmente todos los recursos del Estado en
función de la campaña oficialista; aplicar la cartilla de abusos que propicia
el CNE, crear una sensación de mejoría de tísico y seguir atacando a todo el
que disienta, exprese un desacuerdo o mantenga una posición, incluso, de
respaldo crítico. Tristemente y en vías de aislamiento, el proceso llega a su
fin negándose a sí mismo, reducido a una
fuerza conservadora que defiende ferozmente sus privilegios.
El riesgo es que la segunda naturaleza de este gobierno, la que lo tienta al totalitarismo, termine por sustituir lo que mantiene a un decisivo sector de la cúpula roja, pendulando entre democracia y autocracia. La aceleración del autoritarismo puede conducir, por acumulación de hechos, que el proceso termine descarrilándose de la vía democrática.
La pérdida de la mayoría oficialista en la Asamblea Nacional es una
derrota electoral. Pero si el proceso abandona la ruta democrática, que
constituyó una peculiaridad alentada al inicio por Chávez, recibiría una
derrota estratégica. Sería el peor de los finales para el proyecto de
socialismo del siglo XXI.
Todavía Maduro puede adoptar la conducta de Daniel Ortega ante el triunfo de Violeta Chamorro. Mientras más rápido admita que ha llevado al proceso a la condición de minoría en la sociedad, más tranquila y plural será la transición que viene. Y más fácil le resultará intentar resurgir electoralmente del castigo que él mismo se buscó.
Simon
Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim
Caracas
- Venezuela
No hay comentarios:
Publicar un comentario