Seguramente las circunstancias actuales
tenderán a darle preponderancia al abordaje de las crisis más evidentes: la
alimentaria, la del ingreso o la de la seguridad, corriéndose el riesgo de
relegar la urbana.
La Redacción solicitó un título para esta
columna, tarea que parecía fácil porque ella trata sólo temas de urbanismo y
arquitectura: vana ilusión pues la ciudad, como afirmara Levi-Strauss, es “la
cosa humana por excelencia” y por ello tan compleja y polifacética como los
humanos. Sólo que, a diferencia de estos, es muy raro que una ciudad muera; en
cambio pueden transformarse, a veces de manera tan extraordinaria que casi
resultan irreconocibles. Tal vez, en esos casos, pudiera hablarse de reencarnaciones.
De una vasta lista de posibilidades, acabé
seleccionando “La ciudad escondida”. No es seguro que sea la mejor, pero remite
a lo que buscan estos modestos apuntes: sacar a la luz aspectos ignorados,
tergiversados o poco debatidos de nuestras urbes, positivos y negativos. Por
qué unas fracasan y otras tienen éxito. Incluso, por qué una misma a veces
fracasa y otras triunfa.
Ello exige partir del reconocimiento de su
diversidad, porque desconocerla es uno de los errores más graves que se pueden
cometer tanto para pensarlas como para gobernarlas; y no se trata sólo de lo
obvio: que la ciudad del siglo XX es diferente a la del XXI, o que, pese a sus
semejanzas, la ciudad europea y la latinoamericana registran trayectorias
distintas.
En “Las ciudades invisibles” Italo Calvino
ensaya no menos de una docena de atributos de ciudad, pero menciona una que
sería igual a todas las demás: “Puedes volver a tomar el vuelo cuando quieras
-me dijeron- pero llegarás a otra Trude idéntica, el mundo está cubierto por
una única Trude que no empieza ni termina, sólo cambia el nombre en el
aeropuerto”. Sin embargo, unas páginas antes, entrando a Quinsai, Kublai Kan
interroga a Marco Polo: “¿Has visto alguna vez una ciudad que se parezca a
esta? No, sire, -respondió Marco- jamás habría imaginado que pudiera existir
una ciudad semejante a esta”.
Es que la exploración de ciudades enseña que,
en muchos aspectos, ellas pueden ser a la vez iguales y diferentes entre sí,
pero también que en pocos años pueden llegar a ser muy distintas -para bien y
para mal- de lo que ellas mismas fueron. Polo-Calvino sostiene que “Para
distinguir las cualidades de las otras, debo partir de una primera ciudad que
queda implícita”.
Hacia 1980 importantes reformas legales y la
ejecución de avanzadas infraestructuras nos hicieron pensar a los venezolanos
que habíamos encontrado las claves para superar importantes rémoras urbanas.
Lamentablemente sobrevinieron acontecimientos no previstos (y difíciles de
imaginar) que en poco tiempo fueron capaces de relegar nuestras ciudades a los
últimos lugares entre sus pares. Y no sólo en lo relativo al ambiente
construido: también sus efectos sobre la vida económica, el bienestar de la
población y la cultura ciudadana han resultado nefastos. Sin duda los peores
desde comienzos del siglo XX.
Diciembre puede marcar el inicio de la
transición hacia una sociedad moderna y más justa. Una clave para su éxito será
entender el rol crucial que en ella corresponde jugar a las ciudades.
Seguramente las circunstancias actuales tenderán a darle preponderancia al
abordaje de las crisis más evidentes: la alimentaria, la del ingreso o la de la
seguridad, corriéndose el riesgo de relegar la urbana.
Esto podría ser un peligroso error, porque la calidad del medio urbano no es simple consecuencia de una economía próspera y una sociedad justa y abierta. Contrariamente a lo que ha sido el pensamiento tradicional, es en gran medida una precondición: las buenas ciudades atraen el talento y, con ello, el progreso económico, social y cultural. Si las entendemos como “la cosa humana por excelencia”, hay que colocar el tema en el lugar que le corresponde en la agenda de la transición venezolana: como también esta vez entraremos al siglo con retraso, procuremos entrar con ambiciones, buscando la vanguardia.
Marco Negron
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