Sin una educación de
calidad no hay un país verdaderamente próspero y con bienestar integral para
sus habitantes. La educación es la luz que hace brillar la excelencia, la
innovación, la creatividad y el potencial científico, humanístico y tecnológico
de la nación.
Un pueblo educado no
se deja engañar tan fácilmente por totalitarismos, por manejos ideológicos y
por gobernantes que utilizan la mentira para embaucar a los poco dotados de
formación. La educación debe ser la prioridad para cualquier gobierno serio,
que ponga por delante los intereses colectivos y no los intereses de poder.
La Constitución nos
señala que la educación tiene como finalidad el desarrollo del potencial del
ingenio del ser humano y el pleno ejercicio de su personalidad en una sociedad
democrática. No olvida el constituyente indicar que el Estado debe realizar en
ella una inversión prioritaria, de conformidad con las recomendaciones de la
ONU. De ser esto cierto, tendríamos instituciones educativas, especialmente
públicas, dotadas de todos los servicios educativos de excelente calidad. Los
alumnos dispondrían de magníficos laboratorios, bibliotecas, recursos
multimedia, talleres, espacios recreativos y deportivos, programas de
extensión, culturales y comunitarios, para coadyuvar en el enriquecimiento de
la dignidad de la persona.
Si la educación en
las universidades nacionales fuera apoyada por el Estado, éste las vería como
unas aliadas -no como enemigas-, en la búsqueda del conocimiento verdaderamente
transformador del ser humano, para enaltecer sus valores, sus principios, sus
aptitudes, sus capacidades y sus destrezas. Si las universidades estuvieran en
la cúspide de las prioridades del Estado, tendríamos un vínculo estrecho entre
las funciones académicas y las políticas públicas de desarrollo. Si las
universidades autónomas y experimentales realmente pluralistas fueran
apreciadas por el Estado, podrían generar con fortaleza ciudadanos críticos,
reflexivos, sensibles, comprometidos, social y éticamente con el adelanto del país.
De esta manera, tal como lo asienta la Ley Orgánica de Educación, la formación
sería un proceso innegable de creación, difusión, socialización, producción,
apropiación y conservación del conocimiento en la sociedad, así como ella
estimularía la creación intelectual y cultural. De recibirse el apoyo del
Estado, las instituciones universitarias formarían profesionales e
investigadores con parámetros mundiales, que con las dimensiones científicas,
humanísticas y tecnológicas, harían aportes
permanentes a la sabiduría de la humanidad.
Pero los únicos
dolientes que tiene la educación de excelencia en Venezuela son los educadores
y universitarios, así como los estudiantes que no renuncian a este derecho. Lo
hacemos con mística, con vocación, con pertinencia social, más que por
vincularla con el pobre sustento material y salarial que nos ofrece una
Convención Colectiva manipulada entre el ministerio y federaciones sindicales
sumisas.
Aprovechemos estos
aires de cambios de democracia, de reconocimiento del pluralismo y de una
visión distinta del país, para colocar a la educación en la vanguardia de
cualquier eje transformador. ¡Venezuela requiere urgente salir de tanta
ignorancia! ¡Y a los educadores y universitarios ahora nos llama una mayor
responsabilidad!
Isaac Villamizar
isaacvil@yahoo.com
@isaacabogado
Tachira - Venezuela
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