Vivimos en un país
caotizado por las perversiones de un poder codicioso, desnaturalizado, inhumano
y atolondrado por el amor al dinero verde y al como sea. Lo que planteo Hugo
Dvoskin hace un tiempo me sirve de base para esta opinión. Los términos “poder” y “perversión” convocan
al juego de palabras del que no nos privaremos: “la perversión del poder” nos
llevaría por los terrenos de la sociología y de la política. Mal que nos
contagia a los gobernantes y políticos hoy en Venezuela. El referente “poder”
no es un concepto definible hoy en Venezuela como algo cerca del bien común y
en especial para la gente recta y de buenas intenciones. Utilizando nuestra
vivencia y la realidad del día a día tenemos una cosmovisión de hechos
desastrosos y herrados en la forma de gobernar y legislar, pero aun peor en la
forma como se administra justicia (en especial con los hechos de corrupción y
actuar inmoral de los altos personeros públicos “Gobernantes y Diputados”).
Sin embargo, podría
formularse “el poder de la perversión” y allí dos cuestiones nos implican: la
perversión en tanto diagnóstico de estructura y los efectos del poder en el
sujeto. Aquí podría hablarse de sugestión y premeditación, aun cuando nuestro
intento sea desplazarnos hacia la cuestión de la “sumisión”. Por esa vertiente
llegamos a una cuestión clínica: la transferencia y la dirección de la cura
cuyo texto rector lleva las marcas de la cuestión “la dirección de la cura y
los principios de su poder”.
Si “el poder de la
perversión” nos es atinente es fundamentalmente por los efectos que la
suposición de un Otro sin castrar, –digámoslo por su nombre, la suposición de
la existencia de Dios–, tiene globalmente en las neurosis a muchos y más específicamente
en la obsesión del dinero mal habido en los jerarcas que ostentan el poder.
“Bienaventurados sean los pobres de espíritu
porque de ellos será el reino de los cielos”. “Desde un lugar Otro exterior,
ocupado por Dios, le es dado al sujeto un lugar, un lugar insignificante.
Partiendo de una adhesión incondicional dada por la fe a dicho orden”. ¿Por qué
el reino de los cielos se abriría justamente para aquellos que son pobres de
espíritu? ¿Acaso no debería abrirse para los ricos de espíritu? Podría bien
tratarse de alguna paradoja o, tal vez, de una verdad sobre el Otro. Pobre de
espíritu cabe leerlo aquí como falto de deseo, dispuesto a aceptar aquello que
le es propuesto, que es dispuesto, que le es impuesto. Aceptarlo sin oposición,
con resignación, eventualmente con fe en cualquier decisión del Otro, siempre
sabia. Un Otro que sabe, cuyo poder se hace su-misión en el sujeto a quien
desde ese lugar le corresponde “los cielos”.
Para Freud el hombre
debía enfrentar tres problemáticas centrales. Por un lado, la hiperpotencia de
la naturaleza y la fragilidad de nuestro cuerpo. Para ambos, dice Freud,
confiemos en la ciencia y la medicina. Por el otro, la insuficiencia de las
normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia, el
Estado y la sociedad. ¿Confiaríamos aquí en las leyes hechas por el hombre
corrompido y en “el amor al prójimo cuando tiene valor”? Probablemente no, pues
“la cultura política imperante encuentra en la inclinación agresiva en tanto
disposición pulsional autónoma y originaria (del ser humano) y (y
desnaturalizada con alevosía en el Socialismo del Siglo XXI), el obstáculo más
poderoso”. ¿Puede esto cambiar con simples diálogos entre los actuantes en
política, economía y los que ostentan el poder? Eso es una esperanza y un
camino que hay que intentar para no desatar los demonios de la guerra civil.
Pero el más complejo
subjetivamente es el cuarto término, que refiere al quehacer que es atinente a
nuestra praxis: como cada quien resuelve la cuestión de la insatisfacción, del
goce que no hay. Si bien existirían distintas alternativas como sustitución, la
religión sería especialmente apta para intentar ese logro –siempre fallido–
perjudicando “el juego de elección-adaptación”, imponiendo a todos por igual su
camino para conseguir dicha y protegerse del sufrimiento. Su técnica consiste
en deprimir el valor de la vida. A este precio, mediante la violenta fijación a
un infantilismo psíquico, la religión consigue ahorrar a muchos seres humanos
la neurosis individual... difícilmente obtenga algo más... cuando el creyente
se ve precisado a hablar de los “inescrutables designios” de Dios, no hace sino
confesar que no le ha quedado otra posibilidad de consuelo ni fuente de placer
en el padecimiento que la sumisión incondicional”. Del goce que no hay a la
sumisión al poder del Otro, la llave es la religión, la religión como discurso
y no como praxis. Podríamos postularlo inversamente y llamar discurso religioso
a ese texto del sujeto que acepta la sumisión incondicional al poder/saber del
Otro. Se trata de la posición del creyente, del aquel que tiene “certeza en la
creencia” de que en el Otro hay (un) saber al que hay que someterse. Hay
quienes intentamos ir por la política de hacer hechos sociales y promover
iniciativas sociológicas de bien común. Actuar con cabeza, corazón y
coraje.
En transferencia, hay quienes aseveran que la
transferencia es un efecto del sujeto supuesto al saber. Podría formularse que
la sumisión es un efecto posible de suponer un saber a alguien, particularmente
cuando esta creencia toma la forma de una “certeza en la creencia” o una
creencia verdadera. No me refiero a la práctica religiosa organizada bajo la
forma del mostrador, y tampoco al Populismo venezolano “te doy, me das”, “te
pido, te prometo”, “te hago una ofrenda, recibo” “te doy tanto y tú me
devuelves tanto” “te consigo un permiso o un cupo y tú me pagas tanto”. Se
trata de la práctica robolucionaria que refiere a que “sea como sea y lo que
sea lo que pase, es voluntad del Señor Estado”. Forma de atribución de saber
que es así se generará en amor de Chavismo. Para el psicoanálisis este amor se
leerá como resistencia a las carencias y pobreza; era para Freud un llamado a
la interpretación por la dimensión de engaño que supone el amor pues el Otro
nada sabe del deseo de cada quien. La religión, demagogia, la hipnosis y la
sugestión leerán como verdad esta obsecuencia al bien que el Otro ofrece. La
sumisión y el amor transferencial en análisis impiden la revelación de la
verdad en tanto dificulta al sujeto escuchar, justo ahí donde para la sugestión
se trata de una revelación que el sujeto no debe desoír. En el día a día la
caridad es un paliativo y el trabajo es el futuro.
Este es el momento de pensar que Venezuela
necesita un moral cristiana, constitucional y humana sana, virtuosa y
compartida por todo el gran conglomerado social que hizo posible liberar a
cinco paises Bolivarianos, basta del Bolívar falso y caracterizado para que
sirva de sostén a un oprobioso poder y que no sirva para cambiar a un fracaso
por unos megalómanos con pasado de prevaricadores.
Juan de Dios Rivas
Velásquez
rvjuandedios@gmail.com
inpresjubiladosypensionados@gmail.com
@rvjuandedios
Solidaridad
Independiente
Caracas - Venezuela
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