Una de mis fantasías
juveniles era hacer un viaje de un año por África.
Quería ir a muchos
países y enviar crónicas que luego recopilaría en un libro. Al mismo tiempo,
pensaba hacerme acompañar de un cineasta para rodar conjuntamente con él un
documental. Intuía que una parte desconocida de mi mundo suramericano hallaría
explicaciones en el inmenso continente africano, al que visité un par de veces
hace cerca de 30 años. La vida posterior me fue envolviendo en ropas cada vez
más estrechas hasta que mi fantasía hizo ¡plop!, como una pompa de jabón.
Después, al rememorar, me dije que a lo mejor me había salvado de algún
tiroteo. ¿Un prejuicio? Al fin y al cabo vivía en Colombia, no en Suiza.
África y América del
Sur son parientes cercanas. En todo el altiplano colombiano, por ejemplo, el
pasto que predomina por encima de los 2.000 metros de altura es el kikuyo,
traído de la región homónima del África Oriental. Nosotros les exportamos el
caucho y el cacao, dos de los mayores cultivos del continente, mientras que
ellos nos exportaron la palma de aceite, tan abundante a este lado del océano.
Nos unió y nos separó la esclavitud, que pasó a hacer parte de nuestro submundo
colectivo, a la manera de una herida nunca restañada del todo.
Y no hablemos de la
música, pues los diversos tambores y demás instrumentos rítmicos de ambos
continentes se hablan entre sí mejor que las personas. Un grupo como
ChocQuibTown ha de parecer local en cualquiera de los países selváticos y
tropicales del oeste de África.
Tenemos más agua que
ellos, cortesía de la inmensa cordillera de los Andes, que nos permite ordeñar
las nubes. Por lo tanto, nuestros desiertos son diminutos comparados con el
Sahara o el Kalahari. En contraste, las llanuras y selvas africanas contienen
la fauna más espléndida del planeta: elefantes, rinocerontes, leones,
leopardos, hipopótamos, jirafas, gorilas y los inmensos cocodrilos. Los grandes
mamíferos son escasos a este lado del mar, pese a que contamos con la selva más
extensa del mundo.
El Homo Sapiens se
originó en África y allí vive nuestro pariente más cercano, el chimpancé, pero
hoy, cruel paradoja, es en ese continente donde nuestra especie la pasa peor.
Solo unos pocos países han dado el salto a la democracia y, ya en ello, casi
todas son democracias disfuncionales. Persisten en África las dictaduras que
aquí padecimos hasta hace tres o cuatro décadas, salpicadas como una viruela
colectiva.
En África fue donde
más tarde se acabó el colonialismo. Por ende, los países son jóvenes y, por
definición, susceptibles de tener regímenes políticos inestables. El mundo
tribal todavía tiene entre ellos mucha fuerza, lo que mina la noción del Estado
nación. Nuestra población negra, llamada eufemísticamente afroamericana, es en
realidad una mezcla de las diversas tribus esclavizadas, a la que se sumaron
otras vetas genéticas, borrando no solo el rastro del origen, sino embrollando
el resto de las raíces étnicas de nuestro al final muy mestizo subcontinente.
La pobreza del mundo
todavía tiene su principal foco en África. Por lo mismo, allí aún no se ha
desmontado la explosión demográfica, aunque hay signos de morigeración. Un
misterio, pues, es la población tope que tendrá África en este siglo. Algunos
pesimistas hablan de 4.000 millones de personas para 2100, es decir cuatro
veces más que hoy.
África, dicho de otro
modo, es la principal asignatura pendiente que queda en nuestro planeta.
Andrés Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com,
@andrewholes
Colombia
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