La democracia colombiana no es de pipiripao como la
califican los intelectuales de izquierda y progres, en cambio lo que sí es de
pipiripao es su concepción de democracia. Todos tan rigurosos y tan estrictos
cuando se esgrimen los principios de la Modernidad política ante dictaduras de
extrema derecha, y tan elásticos, tan sinuosos, tan gelatinosos y tan melifluos
con los principios republicanos en cuanto se trata de justificar con teorías
traídas de los cabellos el esperpento de degradar la democracia, supuestamente,
para defenderla, que es lo que ha ocurrido con la aprobación del plebiscito por
las bancadas incondicionales del presidente Santos.
Los estrictos demócratas de pipiripao sostienen que
los acuerdos de La Habana no requieren ser refrendados, afirmación que
desconoce el valor de la palabra empeñada del presidente y de su ocurrente
filósofo Jaramillo que en conferencias, discursos y documentos varios se
comprometieron a consultar con el pueblo los acuerdos que se firmaran.
Consideran que lo que se pretende entregar en La Habana es cosa de poca monta,
o sea que asuntos como la Justicia, la integridad nacional, la democracia, la
verdad, la reparación, el castigo etc. son cosas elementales que se pueden
sacrificar para alcanzar el bien “supremo” de la paz.
Pero, como ya estamos advertidos de que todo lo que
sale de las manos del presidente Santos huele a trampa, a engaño y contiene
veneno, estamos obligados a pensar muy bien y con mucha calma cuál ha de ser la
política a seguir por parte de quienes formulamos serios reparos a los términos
en que se negocia con las FARC. Intentemos dilucidar a qué juega Santos con el
plebiscito puesto que tal como fue aprobado: vinculante, ínfimo umbral y sin
financiación estatal, es muy probable que sea declarado inexequible por la
Corte Constitucional. En ese caso, al Gobierno le quedarían dos salidas, decir
que hizo el intento de consultar a la ciudadanía y asumir toda la
responsabilidad para implementar los acuerdos, o, entrar en el juego que
pretende las FARC de convocar una asamblea constituyente de corte
fascista-falangista. Estos desenlaces dan tiempo prudencial para definir qué
hacer.
El otro escenario, sobre el que por urgencia y
premura estamos obligados a tomar decisiones ya mismo, es que la Corte
Constitucional le dé vía libre al plebiscito, con posibilidad de modelar el
contenido, por ejemplo, estableciendo algunas garantías para la Oposición. A
sabiendas de que no podemos creer en la palabra de Santos de respetar el
resultado, y que es muy probable que las FARC, opuestas a este procedimiento,
conserven sus armas durante la campaña lo cual quiere decir que está latente la
amenaza de volver a usar las armas en el caso de que triunfe el NO, el deber de
la Oposición es el de jugarnos a fondo para votar “NO”, a pesar de todas las
trampas y las adversidades que se interpongan.
A favor de apostarle al NO, no solo están las
razones morales que hemos esgrimido ampliamente en estos tres años largos, sino
el hecho protuberante y constante de una opinión pública que en todas las
encuestas, aunque se muestra favorable a las negociaciones, deja constancia de
su rechazo, entre un 70 y un 83 por ciento, a que los responsables de crímenes
atroces no paguen prisión, a que se les otorgue curules en las corporaciones
públicas, a que puedan ser elegibles, a que no entreguen sus armas, a que se
reforme la doctrina militar y se reduzca el tamaño de las FF AA, a que se
parcele la soberanía nacional, entre otros tópicos.
La abstención le deja el camino libre al Gobierno y
no dejará de ser lo que siempre ha sido, un saludo a la bandera, una consigna
inmovilizadora que fomenta la apatía y la indiferencia frente a la política y
la democracia y ante el peligro que se cierne sobre el país.
Los demócratas venezolanos congregados en la MUD
nos dieron un ejemplo demostrando que la trampa y el fraude pueden ser
derrotados. El reto no es fácil, pues para salir victoriosos tenemos que
aspirar a conquistar el voto por el NO de esa opinión que ha sido firme en el
rechazo a la paz impune a la paz sin justicia.
Resuelto el dilema de qué hacer en el plebiscito,
el siguiente paso es iniciar ya cuanto antes la campaña configurando una
Directiva Central de personalidades de la vida nacional bajo el liderazgo del
expresidente y senador Alvaro Uribe Vélez y lanzarnos a constituir una amplia
alianza en torno al NO. Los comunicadores serán los encargados de los
contenidos de las consignas y de la publicidad incorporando usando un lenguaje
adecuado para que votar “NO” quiera
decir estar por “La Paz con Justicia”.
Ruben Dario Acevedo
Carmona
rdaceved@unal.edu.co
@darioacevedoc
Colombia
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