Las traumáticas
experiencias de quienes han vivido bajo un régimen policíaco son imborrables,
pero lo
doloroso de esas vivencias se acentúa cuando la represión se escuda en
fundamentalismos religiosos o en propuestas ideológicas que implican que el mal
de unos pocos es el beneficio de todos, incluidas las propias víctimas de la
represión.
Cada sociedad
reprimida sufre su propia escala de terror. Los instrumentos y métodos
represivos dependen de las características del régimen, de la personalidad del
caudillo que tomas las decisiones, del sistema de ideas y propuestas tras el
cual se cobija, de la identidad del
país y hasta de la educación, formación
e instrucción del represor.
Los resultados de las
represiones que más impactan son los asesinatos judiciales o extrajudiciales,
las encarcelaciones y el destierro. Son sucesos que atemorizan a todas las
personas, pero en particular, a quienes reniegan del gobierno.
Sin embargo, la
represión más dañina, la que tiene fatales consecuencias a largo plazo,
inclusive para las generaciones por venir, no implica muerte ni prisión, porque se cimienta en difundir en la
sociedad la sensación de estar vigilados y la certeza de que el Gran Hermano,
el estado, es una entidad omnisciente y omnipresente que en principio considera
que cualquier transgresión a las normas impuestas, es un crimen que debe ser
severamente castigado.
Paradójicamente ese
tipo de poder se esfuerza por presentar una sociedad perfecta en la que no hay
asesinatos pasionales ni accidentes de tránsito. Una sociedad en la que la
delincuencia no existe y los crímenes aberrantes han desaparecido.
Por ejemplo, en Cuba,
se esfumaron de los medios las llamadas paginas rojas y hasta programas
radiales o secciones de prensa en los que se exponían graves conflictos
familiares. El país gracias al castrismo era un paraíso, donde todos se amaban,
nadie mataba ni robaba.
El afán de mostrar
una sociedad nueva condujo en Cuba a la persecución y encarcelación de los
homosexuales, prostitutas y proxenetas, y a qué durante la llamada ofensiva
revolucionaria de 1968, los bares fueran cerrados, porque según Fidel Castro,
quienes asistían a esos lugares eran “antisociales y no le interesaban al
pueblo trabajador”.
La constante
demostración de poder, y la represión de baja o mediana intensidad en la que
participan todos los organismos del estado, incluidas las asociaciones
colaterales que haya constituido el régimen como parte esencial de sus
mecanismos de control, conduce al individuo a la sumisión y a su posterior
masificación.
El objetivo
fundamental es que la persona haga consciencia que lo que no está expresamente
autorizado está prohibido, un concepto que se apropia de los propios
funcionarios del régimen, incluidos los que integran los cuerpos de seguridad,
que son los que mejor conocen los
extremos a los que son capaces las autoridades para continuar en el poder.
Esta situación hace
que la sociedad en su conjunto se sienta reprimida, al punto de que cuando está
suficientemente domesticada, es capaz de aceptar responsabilidad de faltas que
no ha cometido.
El individuo y la
sociedad transformada en masa se quedan sin opciones, el poder determina la
conducta de uno y de todos. Se traiciona por inseguridad, por temor a lo que
pueda ocurrir.
El miedo se difunde,
la incertidumbre hace presa de todos, y
el sujeto atemorizado criminaliza sus pensamientos y el de los otros, si
considera que pueden afectar su seguridad. El miedo, que es proporcional a la
riqueza de imaginación de cada sujeto,
conduce a la inacción, la delación y al servilismo, y a concluir que lo
importante es sobrevivir, sin que importen las concesiones y complicidades.
Esa represión en
términos absolutos logra la degradación del individuo y el envilecimiento de la
sociedad, lo que hace que los valores y principios que caracterizaron el país en cuestión, sean
muy difíciles de restablecer cuando las condiciones sean propicias.
Por otra parte las
experiencias han demostrado que el enriquecimiento económico de una persona y
el desarrollo de un país demandan grandes esfuerzos, talento y voluntad, sin
embargo se ha podido apreciar que para empobrecer a las personas o países solo
se requiere el atrevimiento de hacerlo.
Es improbable
cuantificar los daños morales y espirituales que padecen los que han vivido
bajo un régimen dictatorial sustentado en una ideología o religión, tampoco los
sacrificios que el individuo y la sociedad deberán realizar para recuperarse de
vivencias dolorosas que dejan huellas imborrables.
Pero aún más
quimérico es buscar y responsabilizar a los que deben pagar por los sueños y
las vidas rotas de quienes han sufrido el poder de los iluminados, de hombres
miserables que se creyeron dioses en capacidad de cambiar la condición humana.
Pedro Corzo
pedroc1943@msn.com
@PedroCorzo43
Estados Unidos
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