¿Y AHORA QUÉ VA A PASAR?
Donald
Trump dijo que lo estremecieron las imágenes de esos “niños hermosos”
destrozados por el gas Sarín esparcido por la aviación del dictador sirio
Bashar al-Assad. Por eso, afirmó, ordenó el lanzamiento de 59 misiles contra la
base de donde habían despegado los aviones. Desde el fin de la Primera Guerra
mundial está prohibido el uso de esas crueles armas químicas.
Me
parece bien el castigo. La gente, incluso la peor gente, tiene que aprender que
sus acciones tienen consecuencias. La crueldad de Assad merecía la muy grave
sanción de los Tomahawks. Estos misiles cargan unos 450 kilos de explosivos y
cuestan, cada uno, aproximadamente un millón seiscientos mil dólares. La
operación le costó a Estados Unidos, unos cien millones de dólares y devastó la
base aérea siria.
Dejó
59 cráteres, 20 aviones destruidos y unas instalaciones minuciosamente
aniquiladas, aunque previamente los militares norteamericanos les avisaron a
los rusos y a los sirios lo que se proponían llevar a cabo. Esta vez la guerra
avisada dejó seis soldados muertos. Sin las llamadas hubieran sido muchos más.
El objetivo no era matar enemigos, sino proyectar cierta imagen.
Para
Donald Trump también fue un episodio de aprendizaje. Aprendió que el presidente
de Estados Unidos tiene que tomar decisiones en las que todas las opciones son
malas. Para alguien acostumbrado al toma y daca de los negocios, supuestamente
experto en recibir algo sustancial por lo que entrega, debió ser extraño tirar
cien millones de dólares por la borda (nunca mejor dicho) sin la esperanza de
recibir a cambio otra cosa que las críticas agudas de algún sector afectado.
Si
debilitaba a Assad, favorecía a ISIS y a Al Qaeda, los encarnizados enemigos de
Estados Unidos. Si se inhibía, como predicaba antes de llegar a la Casa Blanca,
beneficiaba a la dictadura de Assad, a Irán y a Rusia, mientras se tensaban y
perjudicaban las relaciones con Turquía, un aliado en la OTAN, y con Arabia
Saudita, un incómodo amigo, despótico y errático, pero valioso suministrador de
petróleo y gran comprador de productos americanos, incluidos costosos equipos
militares.
Puesto
en la misma tesitura, Obama prefirió pagar el precio de no actuar contra Assad,
pese a haber declarado que la utilización de armas químicas era una “línea
roja”. Seguramente la advertencia era una fanfarronada destinada a tratar de
impedir que las usara. Algo así como el bluff al que recurren los jugadores de
póker. Sólo que, cuando se descubre la mentira, los enemigos saben que el
jugador es débil y se envalentonan.
Probablemente
Obama no ignoraba que Eisenhower pasó ocho años de tranquilidad relativa en la
presidencia de Estados Unidos recurriendo el bluff de estar dispuesto a
utilizar las armas nucleares contra cualquiera que retara el poderío americano.
Cuando se retiró, se supo que había utilizado un farol –traducción de bluff—que
le había salido maravillosamente bien. A Obama, en cambio, no lo creyeron. Al
fin y al cabo no era un general victorioso sino un inexperto Premio Nobel de la
Paz.
Los
sirios y, sobre todo, los rusos, estaban poniendo a prueba a Donald Trump. No
necesitaban el bombardeo con armas químicas para lograr el objetivo de someter
a los enemigos de Assad. Lo estaban logrando con armas convencionales. Pero la
jugada les salió mal.
Al
margen de las imágenes terribles de los niños asesinados, la primera motivación
de Trump fue enviar el mensaje de que con él en la Casa Blanca no se puede
jugar. Él no era Obama. Por eso, 24 horas antes de desatar la furia de los
misiles, tuiteó, injustamente, que la culpa del uso de las armas químicas la
tenía el presidente anterior por no haber actuado con contundencia tras haber
trazado la imaginaria línea roja ignorada por los sirios. Era el primer síntoma
de que habría respuesta.
¿Y
ahora qué va a pasar? Sin duda, como dijo Netanyahu, los iraníes y los
norcoreanos van a poner sus barbas en remojo. Ya saben que Donald Trump dispara
desde la cintura. Sólo que eso también trae serias consecuencias. La política
el arte de escoger la opción menos mala. El problema es que casi nunca sabemos
cuál es esa maldita opción.
Carlos Alberto Montaner
montaner.ca@gmail.com
@CarlosAMontaner
Vicepresidente de la Internacional Liberal
Estados Unidos
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