ALBUR ANTE EL RENTISMO
En
una reciente encuesta de la firma Datincorp, 62% de los consultados manifestó
su respaldo a una eventual dolarización de la economía venezolana,
entendiéndose por esta la sustitución total del bolívar por el dólar
norteamericano como moneda de curso legal, sustituyéndola en todas sus
funciones, es decir, como unidad de cuenta, como reserva de valor, y como medio
de pago de todas las transacciones internas. Esto avivó nuevamente el debate
sobre si convenía o no la dolarización en Venezuela, buscando con ello el
abatimiento de la altísima inflación y conjurar la incesante depreciación del
bolívar.
Dado
que en el segundo semestre de 2015 escribí cuatro artículos en esta columna
sobre ese tema, trataré de evitar en las líneas que siguen repetir los
argumentos en pro y en contra de una medida de este tipo allí expuestos, los
cuales siguen teniendo gran vigencia(*).
Me
concentraré en dos aspectos de particular relevancia para una economía como la
venezolana, en caso de que se decidiere dolarizarla, y para ello me referiré a
la experiencia reciente de la economía ecuatoriana, dolarizada desde el año
2000 y altamente dependiente de las exportaciones petroleras, aun cuando no en
el grado extremo de la venezolana.
El desplome de los precios petroleros de la
segunda mitad del 2014 y su ulterior estabilización en niveles muy bajos le
creó un serio problema a esa economía, ya que sus ingresos de divisas cayeron,
creando una estrechez de liquidez de grandes proporciones. Ello llevó al
gobierno ecuatoriano a mantener un alto nivel de gasto público para evitar caer
en recesión económica, particularmente en un año electoral como el actual,
implicando ello la necesidad de buscar cuantioso financiamiento, tanto interno
como externo, para cubrir el amplio déficit fiscal. De allí que el Banco
Central haya comprado obligaciones del Estado en cantidades importantes que ya
suman un monto equivalente al 5,5% del PIB, y la deuda pública, tanto local
como foránea, se haya incrementado intensamente. Aun así, el consumo privado se
contrajo 5,3% en 2016 y el PIB 2,5%, y se esperan nuevas contracciones de esas
variables en el presente año. Eso le planteará un escenario muy complejo al
nuevo gobierno, que tendrá que lidiar con un desequilibrio fiscal profundo, con
una economía paralizada, y con una crítica situación laboral. Lo anterior
demuestra que la dolarización no asegura el equilibrio fiscal.
Adicionalmente,
las transacciones externas de esa economía también están muy golpeadas, al
punto de que en 2016 las importaciones cayeron 24% y las exportaciones 8%, no
habiendo mayores esperanzas de que las ventas externas repunten en un futuro
previsible. Esto último se debe a que la sólida apreciación del dólar
norteamericano le ha restado competitividad a los productos ecuatorianos,
máxime cuando las monedas de Colombia y Perú se han depreciado de forma
importante, apuntalando la competitividad de sus productos en los mercados
externos. Al no poder ajustar su tipo de cambio, Ecuador ha visto constreñidas
sus exportaciones no petroleras, lo que atenta no solo contra las posibilidades
de diversificarlas y aumentarlas para así compensar las mermadas ventas de
petróleo, sino también con las probabilidades de incrementar la inversión y
estimular su actividad productiva.
Esas
lecciones pueden ser de particular relevancia para una economía como la
venezolana al momento de decidir a favor o en contra de dolarizarla, ya que esa
acción, si bien generaría beneficios, como el control de la inflación y la
reducción de la incertidumbre cambiaria, también puede atentar contra objetivos
fundamentales, tales como la diversificación de la economía y la reducción de
la dependencia petrolera, además de caer en una serie de rigideces que limiten
las posibilidades de aplicar políticas monetarias y cambiarias tendentes a
afrontar problemas y adversidades que se puedan presentar.
Pedro Palma
palma.pa1@gmail.com
@palmapedroa
Caracas - Venezuela
Dr. Palma: primero, disculpe mi osadía de tocar un tema de tanta exigencia profesional siendo periodista. Se me ocurre que podrían existir "cercos" colaterales para aplicar la dolarización sin perjudicar al ciudadano, en especial el más vulnerable. Digamos que 10 millones de familias en el país. Por ejemplo, si el gobierno dispone de un millón de barriles diarios para un subsidio directo a 10 millones de hogares, a cada uno le ingresaría $ 480 mensuales lo que serviría de escudo para repeler en parte el impacto de la dolarización. El salario mínimo sería de $ 10, referidas ambas cifras al dólar actual de Bs 4.000. Con $ 410 se vive mejor que con $ 10. Ese millón de barriles lo compraría gustoso USA bajo tal compromiso. Con Ecuador hay una diferencia: Rafael Correa es economista mientras que Maduro (sin ánimos peyorativos) es cuasi analfabeta rodeado de empíricos interesados en dolares de Bs 10. Algunos se conforman con el dólar Simadi.
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