No es exagerado
decir que la gran tentación de la naturaleza humana es el considerarse, la
persona, sea hombre o mujer, como “la medida de todas las cosas” tal y como se
expresa en la Biblia, de manera que son sus propios intereses la suprema norma
que todo lo rige y gobierna, haciendo caso omiso de la presencia de Dios, que
es el Creador de todo. La consecuencia de ese fatal y falso error son el odio,
las guerras, los crímenes de todo tipo, el inútil sacrificio de los semejantes
que son también personas, así como de la maldad en todas sus expresiones. El
origen del mal en el mundo no es otro, en las naciones, sociedades y
comunidades, que el mal inventado por la tentación del orgullo y del dominio
despótico, que son las fuentes maléficas que se extienden y cubren todo este
mundo.
A todo lo largo que
existen y se sostienen las historias de todas las naciones, que desde sus
principios y hasta el presente en el que vivimos, el dominio, las esclavitud
que reinó en el pasado todavía cercano, el odio y el atropello hacia los
semejantes, no han todavía retirado esa sed insaciable de poder que permanece
como sed insaciable de tantos que lo ejercen. Prevalece todavía, en los tiempos
del presente, esa insaciable sed que es la causa principal de todas las guerras
y conflictos que constantemente acosan a gran parte de la humanidad.
La humanidad, a lo
largo de toda su existencia establecida por el Creador, ha olvidado que solo es Él, la única y
verdadera autoridad que puede juzgar las conductas humanas sin hacer
referencias a estas, y que las decisiones muchas veces urdidas con finalidades
inconfesables, suelen carecer de la verdad, para afincarse en la mentira urdida
y alimentada por odios inconfesables.
Quienes no crean
que eso es lo único cierto, vuelvan sus mentes hacia lo que está aconteciendo
hoy en un mundo que se suponía avanzado: la terrorífica guerra que desarrolla
la llamada Isis, que no solo asesina en el medio-oriente, sino que extiende sus
alcances hasta Europa y amenaza al mundo entero.
Esa guerra, cruel hasta el
mayor extremo, no es una guerra cualquiera más: es la sobrevivencia de un odio
acumulado por siglos que hoy, en este mismo día y en los venideros, pone en
peligro la existencia de la humanidad sobre la tierra. Y, mientras esa guerra
avanza en sus propósitos, el mundo entero, en vez de buscar y lograr soluciones
que la contengan, pierde su tiempo en mentiras de otro signo que se multiplican
en todos los continentes.
Leo en la Biblia:
“Cuando los seres humanos desplazan a Dios para ubicar en su lugar al mismo ser
humano y sus tendencias acaparadoras, el resultado es que los intereses
personales de ese ser humano, casi siempre institucionalizados, se convierten en una norma absoluta de los
demás, pervirtiendo así hasta el vocabulario --llamar justo lo que es injusto-- e imponerlo sobre los otros. Ese es el gran
llamado de nuestro mito que, al dar respuesta a las causas del mal, denuncia el
inmenso mal que en la historia produce una conciencia pervertida, máxime cuando
se trata de una conciencia que tiene poder.
Tenemos que derivar
como lo hizo Jacob, el mal en bien; el error en solución en esta Venezuela que
es una Patria que se nos desploma. Tenemos que reconstruir lo que puede parecer
a muchos imposible. Pero para realizarlo y superar errores que se produjeron
desde los últimos años del siglo pasado y hasta el presente, debemos integrar a
todos los venezolanos, cualesquiera que sean sus maneras de pensar y de ser.
Integrarlos como personas que aman y quieren sostener esta patria donde han
nacido o que les ha acogido.
Para alcanzar este
logro es indispensable restablecer una unidad que se ha perdido en estos
tiempos, una verdadera unidad en la cual, la renuncia a intereses personales,
políticos o no, es condición indispensable para rescatar la armonía y la
verdad.
Unidad que rescate
nuestros valores comunes, de generosidad, ayuda, asistencia y propósitos.
Sólo, y únicamente
así, podremos volver a tener esta bendita tierra de gracia.
Pedro Paúl Bello
ppaulbello@gmail.com
@PedroPaulBello
Caracas
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