El gobierno asumió el lema “La Guerra Económica” en la campaña electoral
concluida, y luego también, para acusar al sector empresarial que, en
combinación con el adversario político, ocasionó la actual debacle económica.
Ese artificio, errado desde el principio, no caló. El rechazo a la gestión
gubernativa es evidente en todos los sectores sociales. Así lo reflejaban las
encuestadoras serias dentro y fuera del país. Luego, como esfuerzo explicativo
de la derrota el 6-D, se echó mano a la tesis esgrimida por el señor Schemel
según la cual el voto a favor de la MUD no ocurrió porque encarnara una
alternativa política fidedigna sino como castigo contra el gobierno. Veamos
Guerra económica. Sin duda que ésta existió pero emprendida por el
gobierno contra cualquier sector privado eficaz del país. Las amenazas y el
acoso constante contra empresas de alimentos como Polar, la incursión en
comercios lícitos, el rastreo y fijación de “tarifas justas” para bienes de
consumo usual como electrodomésticos y alimentos como lo hiciera el
vicepresidente con los huevos, provocaron más carestía, especulación e
inflación. Sin duda fue una guerra económica iniciada y perdida por el
gobierno.
Voto castigo. Reparemos en una de las acepciones del verbo castigar:
“sanción directa o indirecta impuesta a una comunidad o individuo que causa
molestias o padecimientos”. ¡Claro que el pueblo castigó a la opción
gubernativa por su mala gestión!. Pero no se quedó allí sino que eligió a la
alternativa democrática (MUD) la cual ganó con casi el 70% de los votos validos
sobre una participación record de 75% del padrón electoral. No fue pues sólo un
voto castigo sino una expresión de cambio de rumbo. Ese 70% no votó nulo.
El régimen sigue sin entender que la trama social del que padece una
cola o es víctima de la delincuencia, es más complicada que cualquier intento
tópico de poner etiquetas banales a situaciones sociales complejas. Tampoco
entiende que lo que es válido para su grupo no tiene que serlo para los demás.
Está visto que en todas las épocas, sobre todo en ésta cibernética, es absurdo
imponer modelos homogéneos en un mundo cada vez más heterogéneo.
La desesperación del ciudadano constreñido por un ambiente hostil,
revolucionario para beneplácito del oficialismo, llegó a tal punto, que se
colmó de un sentimiento de malestar y dependencia que reventó el 6-D. No quiso
que ese efecto empobrecedor se convirtiera en una sombra eterna. Por ello votó
contra un falso paraíso ideado por un ilusionista que prometió igualdad y
bienestar “por encima” para todos. Ya no existe un Chávez prestigiador con
poder para inventar líderes o eclipsar adversarios a conveniencia.
No se trata pues de eventos aislados que turbaron el equilibrio adecuado
de Estados democráticos. Según El Fondo Monetario Internacional, Venezuela
ocupa el primer lugar como país con mayor inflación del mundo en 2015, por
encima de naciones en guerra.
Más allá del carácter numérico expuesto por el FMI, existe una
inequívoca concepción “compasiva” que el oficialismo denomina socialismo, según
la cual el consumidor es como un ratón que se entrega a las garras de los
ostentadores del poder para que decidan hasta dónde puede moverse. Temen al
fortalecimiento del sector privado porque permite que el “ese ratón” elija
libremente hacia dónde quiere ir. ¿Es que nada de eso influyó en el votante?.
El drama venezolano es que el poder conformado por el régimen que
insiste en llamarse socialista, es ejercido por élites divergentes. Es
frecuente observar cómo a veces algunas disposiciones vitales provienen de
fuentes gubernativas evidentemente confrontadas. La concepción militarista
según la cual el ejercicio del poder debe ejecutarse con imponiendo “bridas
ciudadanas” debe desaparecer. La violencia es coacción, dominio directo y
sujeción total.
El pueblo envió un claro mensaje el 6-D. No quiere que cada funcionario
o empleado prescriba nuestra conducta, ordene o autorice dónde comprar, qué
adquirir y con qué frecuencia. El control económico por parte del Estado es una
forma de dominio comprobadamente fracasada. Las prácticas del gobierno fracasaron.
De nada valió la pléyade de argumentos hirientes contra “los otros”. No existió
tal guerra económica apoyada por sectores privados. Si la hubo, fue propiciada
desde el oficialismo. Y, ciertamente la ganó pero perdió las elecciones. Ojalá
la lección sea asimilada con racionalidad por los radicales para el bienestar
del país.
Miguel Bahachille M.
miguelbmer@gmail.com
@MiguelBM29
Miranda - Venezuela
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