Para definir al
gobierno moderno –el Estado–, diríamos que es el monopolio de la violencia:
condición necesaria, y suficiente. Para empezar, sin el poder policial para
forzar impuestos no subsistiría, a menos que compita en el mercado ofreciendo
productos que la gente utilice, y se convierta en “empresa privada”. El
“estatismo” sería el abuso de este monopolio de la violencia; y su variante, el
populismo, una exagerada diatriba demagógica.
Ahora, es imposible,
de toda imposibilidad, que la violencia no destruya y desordene porque “se
opone a lo voluntario y a lo natural, que vienen de un principio intrínseco, y
lo violento emana de principio extrínseco”, dice santo Tomás (S. Th., I-II, q.
6, a. 5.). Étienne Gilson asegura que “lo natural y lo violento se excluyen
recíprocamente” (El tomismo, 2.a parte, capítulo VIII). Y “no hay violencia
desde el momento en que la causa es interior y en que está en los seres mismos
que obran”, dice Aristóteles (La gran moral, I, XIII).
La naturaleza tiene
un orden interno para la vida –el sol sale a la misma hora, los árboles crecen
y dan oxígeno que respiran los animales…–; así, si no lo violentamos, el mundo
progresará. No es “ideología” o discurso, sino respetar en los hechos a la
naturaleza. Por caso, para algunos, Macri, el electo presidente argentino,
tiene un discurso no demagógico, y creen que ha terminado el populismo, pero
sus políticas de coacción estatal son casi las mismas.
Y, por cierto, la
historia oficial –panegírico de la violencia– se encarga de “lavar los
cerebros”, como cuando “enseña” que algún general es “padre de la patria”,
cuando países progresistas como Australia han demostrado que las guerras de
independencia son innecesarias.
El origen de la
violencia es el miedo. Una persona vencida por el miedo reacciona violentamente
“para defenderse”, y acaba perjudicándose. Como la “guerra contra el
terrorismo”, que alimenta un monstruo –el EI– o la “guerra contra el
narcotráfico”, que ha creado al narco delincuente, o el miedo al desamparo, que
da lugar al “Estado de bienestar”, que, irónicamente, crea pobreza, ya que se
solventa con impuestos que se derivan vía baja de salarios o aumento de
precios.
El papa Francisco no
se deja vencer por el miedo al evitar situaciones de violencia. Contra la
opinión de los “expertos en seguridad”, volando a Nairobi (Kenia), en el primer
viaje de su vida a África, dijo que la única preocupación respecto a la
seguridad “son los mosquitos”, e insistió: “Usen el espray para los mosquitos”.
Y le dijo al piloto que lo llevaba: “Tiene que aterrizar en Centroáfrica, o
déjeme un paracaídas”.
Por la guerra, 20% de
la población centroafricana ha huido, y cuando Obama anduvo por tierras
africanas menos peligrosas, se pidió a la gente no salir a las calles. El
Estado moderno es el miedo... que trae violencia liberticida. “Si transformo lo
negativo en positivo, soy un ganador... ¿Están dispuestos a transformar el odio
en amor y la guerra en paz?”, dijo el papa, que habló ante multitudes que
tuvieron la libertad de acudir a verlo.
Como escribió José
Manuel Vidal, “sobre todo con su presencia, el Papa, atrevido, pacificador y
valiente, pone las bases de una nueva era... Porque, como dijo, “no hay futuro
sin paz”. El Estado moderno –violento– no es el salvador, es el pecador. Y los
héroes no son homicidas armados, sino valientes que no llaman a la violencia.
Alejandro Alberto Tagliavini
alextagliavini@gmail.com
@alextagliavini
Center on Global Prosperity
El Tiempo de Colombia
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