Siempre he tenido un
temperamento liberal en asuntos públicos, aunque en privado suelo ser más bien
conservador. Dos de mis ensayos favoritos plasman esta dualidad: On Being
Conservative de Michael Oakeshott y On Liberty de John Stuart Mill.
La mayoría de
nuestras sociedades occidentales parten de los supuestos de que los individuos
deben ser máximamente libres, compartir el mismo esquema de libertades y de que
la libertad es deseable por sí misma. Resulta muy complejo especificar cuáles
son los rasgos básicos del liberalismo, en tanto existen diferencias profundas
entre diversos pensadores liberales y modos de liberalismo.
Más allá de que se
acepte que la tradición liberal debe mucho al concepto de “tolerancia
religiosa” y a la teoría de la propiedad de Locke, al lenguaje de la igualdad y
los derechos humanos fruto de las revoluciones francesa y norteamericana, y a
los planteamientos individualistas en ética (i.e., aquellos que afirman que lo
moralmente importante lo es sólo en tanto afecta a los individuos), los
pensadores liberales siguen discutiendo el significado de la libertad, la
dignidad, la igualdad, la individualidad y la tolerancia. Así, más que un
cuerpo doctrinal, podemos considerar al liberalismo como un conjunto de
debates. Los liberales discuten estas cuestiones porque comparten una serie de
intereses y unos cuantos supuestos (también, quizá, cierto temperamento).
Algunos de estos supuestos son que el individuo es el único agente moral; la
sociedad es el resultado de la acción concertada de los individuos; el
individuo es el fin de la sociedad política (i.e., la sociedad es un medio para
la realización de la persona, por tanto no debemos sobreponer los fines
colectivos a la libertad del individuo); el espacio público ofrece un ámbito
para la actuación de las libertades individuales; y las relaciones entre los
individuos deben darse en el marco de la tolerancia y el respeto a los derechos
básicos, lo que permite la cooperación en beneficio mutuo.
Esta caracterización
mínima nos proporciona un núcleo de compromisos básicos a los que suelen
adherirse los liberales, y a los que yo mismo me adhiero. Lamento, sin embargo,
el tufillo peyorativo con que suele hablarse de los conceptos de
“individualismo” y de “liberalismo”. A uno lo asocian -erróneamente- al egoísmo
moral; al otro, al capitalismo desenfrenado. De entrada, me parece cuestionable
que el liberalismo político se reduzca a una expresión del liberalismo
económico. A los liberales suele interesarles compaginar nuestros anhelos de
libertad e igualdad, aunque sea muchas veces complicado realizar la tarea en la
práctica. Por otro lado, el individualismo ético no implica egoísmo moral: de
hecho, los liberales piensan que una de nuestras metas más importantes en la
vida pública consiste en expresar plenamente nuestra individualidad en
proyectos profundamente compartidos.
Cierto
conservadurismo, por su parte, no es necesariamente incompatible con el
liberalismo. A algunos conservadores no les inquieta que otros seres humanos
elijan un plan de vida que ellos no elegirían. Piensan que la libertad debe ser
máxima en todos y cada uno, siempre y cuando las acciones de uno no afecten a
otros (aunque esto es interpretable y discutible ad casum). Los conservadores
-como Oakeshott y yo- pensamos más bien que el conservadurismo es una actitud,
y una que afecta principalmente nuestra vida privada. Pensamos que es una
actitud de simpleza ante la vida, de gozo y disfrute con lo que hay, de exceso
de presente frente al exceso de futuro, de paz vital frente a la angustia y
ansiedad existencial. Pensamos que ser conservadores no es una actitud
política, sino vital: ser propenso a pensar y comportarse de determinada
manera, a preferir determinados tipos de conducta y elegir determinadas
opciones. El propio Oakeshott así lo resume: “Ser conservador consiste, por
tanto, en preferir lo familiar a lo desconocido, lo contrastado a lo no
probado, los hechos al misterio, lo real a lo posible, lo limitado a lo
ilimitado, lo cercano a lo distante, lo suficiente a lo superabundante, lo
conveniente a lo perfecto, la felicidad presente a la dicha utópica. Las
relaciones y lealtades familiares serán preferidas a la fascinación de vínculos
potencialmente más provechosos. El adquirir y aumentar será menos importante
que el mantener, cuidar y disfrutar. El pesar que provoca la pérdida será más
agudo que la excitación que suscita la novedad o la promesa. Se trata de estar
a la altura de la propia suerte, de vivir conforme a los propios medios,
contentarse con perfeccionarse en función de las circunstancias que nos
rodean”.
Mario Gensollen
mgenso@gmail.com
@MarioGensollen
Mexico
http://www.lja.mx/2016/01/liberalismo-y-conservadurismo-el-peso-de-las-razones/
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