“¿Qué
cómo están las cosas?. Por la casa, las cosas están muy malas. Diría que
demasiado malas. Con decirte que Mamá está muy enferma y no se consiguen las
medicinas que le recetó el doctor. A Papá, lo botaron del trabajo y se valieron
de una acusación por supuesta corrupción para desconocerle sus derechos
laborales. Mi hermano menor, después de dejar de recibir ayudas gubernamentales
que le daban en unas misiones, no consiguió algo mejor que meterse a malandro y
ahora anda huyendo de la policía. Y si es mi hermana menor, quien decidió ser
madre soltera, tiene un niño de cuatro años, y además de que no consigue una
guardería para que se lo atiendan mientras ella trabaja, también lo tiene con
dengue o zika –porque aún no se sabe qué es lo que le está sucediendo- y
tampoco consigue alimentos y mucho menos medicinas. Lo que ha venido a
complicar aún más las cosas, es que, en
el medio de este berenjenal, no tenemos agua desde hace más de una semana y se
quemaron todos los bombillos de los postes cercanos a mi casa entre apagones y
bajones, lo cual es aprovechado por las bandas de choros que viven en la zona
para caerse a tiros en la noche o a cualquier hora del día, y nadie hace nada
porque los policías, además, dicen que están en desventaja por el tipo de
armamento que usan los delincuentes, y que no se le van a jugar ni de broma”.
Esta
descripción no es un cuento. Tampoco un relato entre vecinos y amigos para
pasar el rato. Sencillamente, es la realidad a la que se enfrentan a diario
millones de venezolanos. Sin importarle, de paso, si es una situación aliada,
relacionada o provocada por la “guerra económica”, la caída de los precios del
petróleo, la economía rentista o la confabulación entre la derecha venezolana,
el Imperio Norteamericano y el Dólar Today para borrar las conquistas populares
alcanzadas entre revolución y socialismo. Porque lo que importa es que,
mientras se habla y se discute sobre todo eso y hasta se afirma que Venezuela
es un país económicamente quebrado, lo otro, lo que no le importa a nadie más
que a quien vive el rosario de problemas, en lo único que la dificultad cambia,
es que crece cada segundo que transcurre, mientras la desesperación y la
indignación parecieran haberse apoderado poco a poco de lo que esos millones de
ciudadanos viven, al creer que, en Venezuela,
todo está acabado, por no decir perdido.
Mientras
tanto, desde los despachos públicos, siempre bien iluminados, con aire
acondicionado y agua potable en abundancia, que los disfrutan a plenitud otros
millones de personas, los burócratas, sin erogar un solo bolívar por su uso, se
anuncia la puesta en marcha de 14 motores para producir lo que no se produce,
exportar lo que no se exporta, garantizar anaqueles llenos. Y, desde luego,
hacer que funcione toda la estructura productiva inactiva y oxidada desde 17
años.
Nadie
sabe, por supuesto, cómo es que Venezuela, a partir de ese dirigido funcionamiento
estructural, superará su condición de
país dependiente de una economía rentista e importadora, para, a partir del
cultivo de cebolla, papas y quinchonchos en las viviendas urbanas y rurales,
convertirse en una potencia exportadora; mucho menos, de qué manera es que las
autoridades sanitarias van a impedir que el país pase a ser una variable china
en eso de la movilización de virus y bacterias desde el campo a las ciudades.
Sin embargo, el populismo es capaz de todo, hasta de trasvasar responsabilidades,
culpas y fracasos sin que a uno solo de los protagonistas de los hechos, se les
imposibilite perseverar en el perfectible desarrollo del arte de engañar.
Concluye
el primer trimestre del 2016, y la máxima que retumba entre ambientes populares
o de clase media, es que “no podemos seguir así”, más allá de que “dos millones
de nuestros muchachos se hayan tenido que ir a otras latitudes”. Pero ¿y qué
hacer?. ¿0 es que acaso es mejor flotar con la realidad, hasta que esta
tumoración económica-política-social y moral, por sí misma, provoque la
metástasis capaz de convertir problemas en oportunidades, fracaso en causa de
transformaciones, decepciones en una reactivación sostenida de más esperanzas,
y falsos liderazgos en auténticos conductores de las generaciones del cambio y
para el verdadero cambio?.
Hoy
no basta el cuestionamiento a la conducta colectiva, por estar obedeciendo al
ritmo de la costumbre de administrar el sistema de vida entre lo malo y lo
peor. Y
mucho menos, si semejante osadía proviene del seno de individualidades
convertidas en depositarias de nobles gestos de confianza de casi 8 millones de
venezolanos. Porque el país fue a un proceso electoral y los votantes hablaron.
Y lo hicieron coincidiendo con la oferta de construir alianza y unidad, para
cambiar. Pero, además, de que sería un cambio democrático. ¿ Y qué es lo que
está sucediendo ?.
El
Gobierno perdió las elecciones, pero no escucha. Se atrinchera y se resiste. No
representa a la mayoría política del país,
y se aferra al poder. Y lo hace buscando toda clase de trucos y de
tretas para evitar salir. Antes que por el país, opta por la adicción al veneno
del poder. Todo eso se da, además, mientras que el mismo ruido nacional se
repite en la casa de los aliados
ubicados en América Latina.
En
el Sur del continente, se derrumban los Gobiernos de Argentina y de Brasil.
Mientras que, hábilmente, la geopolítica norteamericana es capaz de extenderle
la mano al primero, y alaba la madurez política del segundo como recurso suficiente
para salir del atolladero en el que se encuentra, ninguno de los dos socios del
Mercosur hoy es capaz de ofrecerle a Venezuela el oxígeno que requiere para
reencontrarse con posibilidades mínimas que le permitan superar su difícil
cuadro general.
Argentina
ha recibido el oportuno espaldarazo del gobierno de los Estados Unidos, después
que su aún joven grupo de gobernantes sigue empeñado en deslastrarlo de la rémora de sus últimos mandatos
constitucionales. Brasil, por su parte,
atraviesa una crisis general. Su economía está deprimida. Ha retrocedido
en todos sus índices socioeconómicos y la corrupción ha enfermado parte
importante de la estructura gubernamental y de su propia sociedad. Tanto que su
ex Presidente Luiz Inacio Lula da Silva y la actual Presidenta, Dilma
Rousseff, se encuentran envueltos en una investigación por posible corrupción,
lo cual amenaza su libertad, en el medio de una sensible pérdida de popularidad.
En Ecuador, mientras tanto, el
Presidente Rafael Correa tampoco irá a la reelección, y en Bolivia el
Presidente Evo Morales, sencillamente, acaba de recibir la negación de sus
gobernados para seguir siendo reelecto, luego de recurrir a una consulta
constitucional.
Estados
Unidos y Europa, en su coincidencia geopolítica para impedir que China y Rusia
sigan avanzando libremente en Latinoamérica, ya no vacilan en dar pasos firmes
que les permita la materialización de dicho propósito. Desde luego, si en la
carambola es posible suscribir el acta de defunción del Foro de Sao Paulo,
mucho mejor. Sobre todo porque, de paso, se contribuye a un remozamiento
estructural y orgánico de las nuevas instituciones partidistas que, en su
funesto paso por la región, han dado las aventuras y los aventureros que
engendraron esquemas como el llamado Socialismo del Siglo XXI, soportados en
esa multiestructura orgánica financiada por el petróleo venezolano, y
constituida, entre otros, por Petrocaribe, Unasur, Alba y Telesur,por citar los
más conocidos.
En
Venezuela, sin embargo, su Gobierno insiste en actuar de espaldas a esa verdad
innegable e indiscutible. Lo hace atado a una consigna y propósitos comunistas,
sin importarle la ya ruidosa ola de descontentos que se hace sentir a nivel
nacional, demandando respuestas y soluciones a sus problemas; exigiendo cambio.
Las protestas ciudadanas de cada día se cuentan por decenas. Pero ese Gobierno,
que perdió con 2/3 recientemente las elecciones de la Asamblea Nacional, y que
se sabe literalmente maltratado en los resultados de las encuestas profesionales
del país, sencillamente, ignora el reclamo, la demanda social. E insiste en
pretender convertir el descontento mayoritario en contra de la gestión de
quienes detentan el poder, en una pobre mueca de simpatías entre una avalancha
de campañas propagandistas.
Cada
campaña ofende. Es la verdad. Provoca la ofensa porque su fundamento se inspira
en la falsa convicción de parte de los creativos y asesores nacionales e
internacionales, de que las necesidades que vive cada ciudadano no son tales, o
que cada venezolano, en efecto, ha preferido acostumbrarse a las limitaciones,
antes que a hacer uso legítimo de sus derechos constitucionales a exigir
soluciones, soluciones y más soluciones.
La
ruina y el deterioro del sistema de vida de los venezolanos es otra gran y
poderosa verdad. Tan inmensa como la que, por su parte, también registra el
sector privado, hoy obligado a mendigar respuestas gubernamentales para evitar
que la enorme escasez de todo tipo de insumos, materias primas y repuestos que
hoy describe en reuniones con burócratas y declaraciones públicas, provoquen
alguna reacción; una mínima decisión de aquellos a quienes corresponde decidir.
¿Por qué no hay decisiones?.
Las
mal llamadas "expropiaciones" de casi 5 millones de hectáreas
productivas, junto con la destrucción de centenares de empresas
agroindustriales, obliga a hacer enormes
colas en procura de conseguir algo para comer. ¿Por qué se insiste en
mantenerlas improductivas?. ¿A qué se debe el rechazo a revertir la metodología
importadora de maquinarias, semillas,
fertilizantes, semillas y agroquímicos?.
La
negación gubernamental a gobernar, definitivamente, es la causa y real esencia
de lo que, en discursos de utilería, se denomina “guerra económica”. La asumen y convierten en tragedia existencial
los millones de venezolanos; para todos los que “la cosa está mala;
terriblemente mala”. Tan mala que a Venezuela entera, a Venezuela toda, la
obliga a andar sobre zapatos rotos, aun cuando está cantada la alternativa de
la solución, y la cual no puede ser otra que aquella que ofrecen el consenso y
el entendimiento. No la que plantea la desesperación. Si bien la desesperación
en el caso y el presente venezolano pareciera ser un antinacional propósito, en
vista de la posibilidad de que se quieran salidas extraconstitucionales.
El
mantenimiento del poder por la fuerza y con violencia, definitivamente, no
puede terminar de manera pacífica. Y es por eso por lo que, una vez más, ahora
en vísperas del complicado y exigente segundo trimestre del 2016, toda la
sensatez, cordura y responsabilidad del liderazgo nacional, indistintamente de
las posiciones que cada individuo la ejerza, tiene que ponerse al servicio del
país y de su futuro. Venezuela tiene que estar por encima de toda aspiración.
La egolatría, la terquedad, la torpeza y la irresponsabilidad, no pueden prelar
sobre la razón y el bienestar ciudadano. Tiene que producirse un entendimiento
urgente y pacífico entre los factores institucionales del país. Si eso no
sucediera, entonces, “que Dios y la Patria se lo demande (y reclame)”.
Egildo
Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan
Fedecamaras
Fedenaga
Miranda
- Venezuela
Eviado
por
ebritoe@gmail.com
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