La crisis no es tal.
O no es tan grave. O no es tan urgente. O es manejable con algunos anuncios,
algunas explicaciones o incluso con algunos cambios en las políticas públicas.
¿Habrá quien piense de verdad de esta manera o será solo el recurso de quien
trata de ocultar la dimensión de la crisis, está sacando algún provecho de ella
o teme llamar las cosas por su nombre y no se atreve a decidirse por las
urgentes medidas que la realidad reclama?
Si algo se ha vuelto
evidente en este momento en Venezuela es la trágica contradicción entre una
conciencia generalizada de aguda crisis económica y una falta de acción para
revertirla. ¿Quién duda de que la crisis no se resuelve sin un incremento de
los ingresos y una reducción del gasto público, medidas ambas exigentes y con
efectos en la vida de la gente? ¿No sería ese el comportamiento de un padre de
familia responsable que ante una situación de apremio económico resuelve por la
fórmula elemental: aumentar los ingresos y reducir los gastos? No se trata,
desde luego, de medidas de fácil comprensión y de universal aceptación.
Implican sacrificios y obligaciones. Pero son las necesarias. De allí el temor
de hablar de ellas y de aplicarlas, de allí también las explicaciones que no
explican, la búsqueda de culpables, la atribución de responsabilidades al otro,
las postergaciones o las medidas a medias.
Lo que se teme decir
es que no hay dinero para el gasto público y para sostener el volumen de
importaciones que el país requiere, que la falta de ingresos propios obliga a
buscar financiamiento, que la obtención de financiamiento implica compromisos y
obligaciones, que la deuda debe ser renegociada, que es imprescindible aplicar
un programa de reestructuración profunda que incluya reducción del gasto y
medidas para el incremento de la recaudación fiscal. El discurso nacionalista o
soberanista no puede ser burladero para negarse a negociar financiamiento
externo, buscar socios dispuestos a ayudar y atender sus recomendaciones. El
nacionalismo de tarima no se compadece con una situación de crisis capaz de
provocar una declaración de emergencia sanitaria o de alimentación. En
condiciones como las que vivimos se impone más que nunca una dosis de honesto
pragmatismo.
Uno esperaría que
ante la magnitud de la crisis hubiésemos encontrado la manera de ponernos de
acuerdo para resolverla. Hasta ahora no ha sucedido. El juego de los intereses
–políticos, económicos, personales, sectoriales– sigue impidiéndolo. Las
soluciones que se proponen obedecen a esos intereses. Para unos lo mejor sigue
siendo ocultarla o amortiguarla momentáneamente sin tocar las causas, para otros
simplemente denunciarla o procurar salidas parciales, buenas para sí mismos
pero con escasa repercusión en lo global.
Lo que no se ve es
verdadera voluntad de resolver la crisis. Daría la impresión de que preocupa el
costo político que la adopción de medidas pudiera tener. Desde luego, calculan
mal quienes piensan que simplemente esperar un desenlace puede generar
dividendos o quienes creen proteger su capital político con la pasividad, el
silencio o la abstención. La atención a lo político no debería dejar fuera la
preocupación central, que para la gente sigue siendo, y con razón, lo
económico. El clamor ciudadano por la solución de la crisis explica, más que
ninguna otra consideración, el resultado electoral de diciembre pasado. Es
conveniente no olvidarlo. Los ciudadanos no lo olvidan. Su exigencia principal,
tanto para el gobierno como para la oposición, es enfrentar la crisis, proponer
e impulsar soluciones, resolverla. Asumir con honestidad la solución de la
crisis será, a la larga, la mejor manera de merecer la confianza del ciudadano.
El país está en un
momento en el que el juego de los intereses impide llamar las cosas por su
nombre. No es fácil hablar con la verdad cuando la verdad no es para complacer
sino para reclamar, no para culpabilizar sino para admitir errores, para pedir
sacrificios, para dibujar no un cuadro de promesas sino de exigencias. No es
fácil, pero es imprescindible llamar las cosas por su nombre.
Gustavo Roosen
@roosengustavo
Miranda - Venezuela
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