No se pesca en el río
revuelto de la historia. No se puede. Es una pesada carga. Más cuando ya
sabemos lo que tarde o temprano les ocurre a los dictadores. Nicolás II de
Rusia, su esposa Alejandra Fiódorovna Románova y el resto de la familia,
respiraron por última vez en el año 1917. Todos fueron fusilados.
En Rumanía, en 1989,
le ocurrió a Nicolás Seausesco y a su esposa Elena, ejecutados de forma sumaria
tras una mediática sesión en los tribunales. Sesión de dos horas televisada
para todo el país. No sé si algún día descubramos si el nombre de Nicolás juega
papel importante en los destinos de la gente. Y aunque la muerte de ningún ser
humano tenga sentido, porque se dice que la vida humana es sagrada, y que no
debe desearse la muerte de nadie, por más maligno que sea o haya sido, quizás a
veces valga la pena celebrar que ciertos personajes desaparezcan de la faz de
la tierra. Sobre todo si esos individuos han nacido para perturbar la paz del
planeta.
Es evidente que
algunas personas resultan irremediablemente siniestras, invierten muchos
recursos económicos del erario público, tiempo, energías y obsesividad,
mayormente desde las estructuras del poder gubernamental, en empresas obscuras
o malévolas que no conducen a ninguna parte. Al menos para mejorar la calidad
de vida de los ciudadanos.
En este momento
podríamos afirmar que quizás la muerte libera. Y aplaca todas las angustias de
esos seres humanos, que es muy posible tuvieron una vida difícil en su niñez.
Un abusador ha tenido una niñez de abusos. Y la muestra en el ejercicio de la
política. Desde funciones asociadas con el poder político, hasta
responsabilidades que se juegan el poder económico, este “virus malicioso” se
encuentra en medio de demasiadas situaciones.
Los regímenes totalitarios se caracterizan por ser brutales y represivos. Instauran un riguroso culto a la personalidad y un notable incremento “nacionalista”.
Antonio López
Villegas
altatribuna@yahoo.com.mx
@lopezvillegas7
Caracas - Venezuela
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