Se rompen los diques
del comportamiento y del orden social. De la legalidad en todos los niveles.
Desde el Alto Gobierno (qué tristeza) hasta las desasistidas barriadas de
Caracas y del resto de las ciudades del país.
Navegamos en un
estado de confusión, de alteración. Especialmente del orden público y social,
en esta mezcla informe de revolución, rebelión y revuelta. De disturbios y
sublevaciones públicas y de agitación sin propósito definido.
Desde quienes
siembran la confusión y se levantan contra la autoridad, pasando por el
desobediente y el indócil, hasta el delincuente y el asesino. Es el presente
tumultuoso y caótico mezclado con una supuesta visión cosmogónica e histórica,
convertida en acto o, como decía Octavio Paz, violencia lúcida.
Como Chávez con su
intento de golpe de Estado del 4 de Febrero del 92, Maduro hoy, en su deseo de
realizar cambios constitucionales sin cambiar la Constitución, actúa desde los
órganos del Estado. Con un grupo militar, dadas las recientes declaraciones del
ciudadano ministro de la Defensa, general Padrino López que, de acuerdo con Control
Ciudadano, constituyen un atentado contra el poder legítimo, como lo es la
soberana Asamblea Nacional, electa mayoritariamente con el voto del poder
popular.
Y más grave: en este
devenir continuo de desobediencias institucionales en las que el Tribunal
Supremo se alza y se alzan además la Contraloría y la Fuerza Armada y sus
componentes, al oficialmente instruirles a sus jefes que desobedezcan las
soberanas citaciones del Parlamento en contra de lo establecido en la
Constitución y las leyes, se está dando comienzo a la sucesión de faltas que
amenazan la estructura del Estado mismo.
El voto comienza a
perder sentido.
Las instituciones
soberanas comienzan a perder sentido.
Y a perder sentido el
Estado mismo.
Los hechos dictan sus
consecuencias. El bailoteo a que se está sometiendo el aparato legal
constitucional manipulándolo hacia todos lados según convenga, está siendo
espejeado por los diferentes sectores de la sociedad, que también comienzan a
saltarse la ley a su manera.
Desde el Alto Poder
se está consumando –voluntaria o involuntariamente– la ruptura de los pactos de
convivencia.
Y lo peor, comienzan
a no sentirse las desemejanzas entre este accionar casi delictivo –del verbo
latino delinquere, que significa abandonar, apartarse del buen camino, alejarse
del sendero señalado por la ley– que intenta desconocer olímpicamente la
esencia constitucional democrática de nuestra soberanía como pueblo.
Con su peligrosísimo
y evidente impacto simbólico y multiplicador en los diferentes estamentos de la
sociedad venezolana, particularmente en las inmensas barriadas de Caracas y el
resto de las zonas urbanas del país, donde hoy está campeando sin control el
hambre, la miseria y la muerte, con la constante violación de la ley y la vida,
por esta reciente e increíble expansión de las redes delincuenciales. Redes que
están pasando a dominar nuestras propiedades y nuestra cotidianidad, dentro una
espiral tan vertiginosa como la inflacionaria y donde, por ejemplo, un nuevo
líder del Cementerio y El Valle en Caracas, alias “Lucifer”, es capaz de
imponer un toque de queda.
Es la descomposición.
Y el espejeo es
alucinante.
Según el viejo sabio
sacerdote Alejandro Moreno, (con sus más de cincuenta años sumergido en
Petare), los perfiles del delincuente venezolano son los mismos de los
gobernantes actuales.
“No asumir ninguna
responsabilidad por los propios actos; afirmar su yo sobre y contra todos los
límites; lenguaje centrado en el yo; los problemas vividos siempre como el yo,
nunca como de los demás; y la búsqueda del dominio y el protagonismo siempre y
en todo”.
Y para convencernos
sólo bastaría echarle un ojo a la memoria de aquel “Aló Presidente” mesmérico
de Chávez o las agobiantes cadenas o programación continua del presidente
Maduro o de Cabello, para sentir los signos evidentes de claustrofobia de un
mundo centralizado en sí mismo.
La implantación por
años y años del mensaje del poder como valor único, por encima de todo y de
todos.
Del Estado soy yo. De
un Estado-Gobierno-Partido que en la fantasía de cualquier Steven Spielberg
dibujaría el personaje de un mega-pran, que crea sistemas paralelos al margen
de una legítima gobernabilidad, rebelde a toda forma racional –nacional e
internacional– de control.
Un Estado que cada
vez se parece más al delincuente violento. Que culpa a los demás de sus errores
y desviaciones, y se relaciona campechanamente con el sector transgresor de la
población.
Un Estado que se
alimenta ideológicamente y materializa sus distintas acciones dentro de otras
distorsiones sociales, fomentando el estilo de malvivientes fanáticos que
ensalzan la violación de la propiedad privada como un logro o apedrean un canal
de TV independiente o impiden, con el uso de la violencia, una marcha
opositora.
Atravesamos este
difícil trance sin ninguna orientación de poder sabia, madura, civilizada.
Observamos pasmados
que no hay Estado, o peor, que el Estado efectivo es el que imponen los grupos
criminales. Que hay dos sectores de la sociedad que nunca se han comunicado. El
que, como dice el padre Moreno, representa al del cerro, y el otro, que
representa al del edificio. Y que lo primero que nos viene a los ojos es la
drástica disminución de la edad de estos preadolescentes victimarios y
víctimas.
Está naciendo una red
de pequeños ejércitos.
Un verdadero Estado
debajo del Estado formal, ineficiente y vacío, que rige la conducta y la manera
de vivir de las personas.
Motivado
fundamentalmente por el dinero (que los amos del régimen saquean casi
públicamente y lo exhiben en esta Venezuela que es percibida ya como el país
más corrupto de América Latina). Y por un respeto y prestigio cimentado sobre
el que más tiene, el que más roba y el que más intimida.
Sobre el miedo.
La Policía Nacional
Bolivariana atraviesa una crisis estructural. Asesinan a tiros y posteriormente
queman al jefe de la Brigada Motorizada de Policaracas.
Asesinan a un PNB
junto a su esposa y luego los queman frente a sus hijas. Las autoridades
sostienen que la familia fue secuestrada en El Paraíso, cerca de la Cota 905.
Masacre: Diez muertos
deja guerra entre bandas en El Valle.
150 hombres de tres
grupos llegaron para acabar con la banda de “Franklin, El Menor”.
ADENDA
Toda nuestra historia
ha estado signada por la visión pesimista que nuestras élites tienen del pueblo
venezolano. Y ese pesimismo ha sido radical hasta en El Libertador Simón
Bolívar.
Para él el venezolano
no está incapacitado sino estructuralmente inhabilitado para la modernidad. No
puede ser moderno. En consecuencia, lo que está planteando es cambiarlo o eliminarlo.
Un pensamiento que
ayudó a crear una modernidad “compasiva”, de herencia hispana y católica, que
intentó incorporar al venezolano al estilo de Copei, junto a otra visión
“comprensiva” al estilo de AD.
Y el cambio que llega
con la “modernidad” de la izquierda cabalgando sobre Chávez quiere
“transformar” (no incorporar) al venezolano, para buscar ese “hombre nuevo”
¿hegeliano?, en un proceso que obliga a la eliminación de lo anterior para
producir, como dice Alexander Campos, “algo nuevo en la síntesis de los
contrarios, donde no quede ni lo nuevo ni lo viejo”.
Por eso quienes
llegaron con Chávez quisieron acabar con todo para producir algo.
Y hoy, para quienes
aún sobreviven alrededor del presidente Maduro (imagino a Jaua, Jorge
Rodríguez, etcétera), su revolución es sin duda un pensamiento, una cosmovisión
o “visión del mundo” o Weltanschauung. Y por eso la confrontación es tan
importante como respuesta. Que es la raíz pesimista del problema.
No los van a
convencer con el diálogo.
Como élite ellos
también ven al venezolano desde una modernidad antigua. Nunca se han
considerado parte del pueblo venezolano, sino otra cosa. Y además destinados a
dirigir esto a un destino mucho mejor “para él”.
De manera que el
problema es que la izquierda que entra al Gobierno con Chávez no plantea la
incorporación del pueblo a un proyecto de modernización, porque
estructuralmente el proyecto no puede ser moderno. El “nosotros” para ellos es
el lumpen.
Pero no pueden realizar
su proyecto sin una noción de pueblo.
Y en este sentido, me
dicen que para Rigoberto Lanz, uno de sus ideólogos, en el pueblo se
concentraba “todo lo que nosotros debemos eliminar para ser modernos, todos los
vicios que ustedes están alabando”.
Y como quien valoró
esa posición asistencialista comprensiva del pueblo fue AD, por ello Chávez
jamás le perdonó –ni los que sobreviven con Maduro– haber colocado al pueblo en
posición de Gobierno, haberle dado valor.
Dos coincidencias
entre Gobierno y oposición: el menosprecio del pueblo. De ahí la desconexión
ante la crisis.
¿Y qué ha pasado? Que
en este momento ese 76.5 de pobreza se ha dado cuenta de que el chavismo los
consideró una simple excusa, un comodín. No su razón de ser.
Que la palabra pueblo
sirve a los transgresores como la gran justificación que los hace impermeables
a la justicia.
El pueblo como escudo
entre la Justicia y el ladrón. Más el otro escudo, muy resbaloso e inasible, al
que se recurrió en los barrios y las cárceles: el malandraje. Ese enemigo a
quien temen los ciudadanos y que está comenzando a jugar un papel muy extraño.
Se dice que hace dos
años aquí rompieron el pacto con ese “pranato” nacional y aquel está formando
hoy un Estado por su cuenta. De ahí la feria de pandillas, equipadas con el
armamento más sofisticado en calles, avenidas y territorios. Con masacres
sucesivas. Una verdadera guerra urbana que se solapa en la mirada de las
autoridades.
Como por ejemplo en
El Valle. Según la periodista Angélica Lugo, los graffitis marcan el territorio
en la parte baja del sector Cerro Grande del barrio 19 de Abril. Incluso los
funcionarios de Policaracas y de la Policía Nacional respetan las áreas
delimitadas por la banda Carro Loco, que mantiene cercados a los vecinos de la
zona.
Se dice que estamos
en plena formación del GGV (Gran Grupo Violento) que ya tiene un eje que domina
el gran Centro Norte Costero desde Anzoátegui hasta Puerto Cabello, conformado
por 3 grandes grupos: 1) El de “Lucifer”, que domina el eje desde El Cementerio
hasta Coche, 2) El “tren (imagen que significa la agrupación de varios vagones)
de Aragua y Carabobo”, cuyo límite jurisdiccional es Tejerías. Y 3) “La
hermandad del Picure” (la cabeza que ha imaginado todo esto), desde el Norte
del Estado Guárico hasta Ocumare del Tuy. Organización criminal que, según,
maneja una nómina de más de 100 millones de bolívares semanales.
Imagine el trabajo
delincuencial necesario para mantener esos volúmenes.
Y ¿quién les dio el
germen (militar, ideológico) para empezar esto?
Las “Zonas de Paz”.
Como en una novela de
James Ellroy, “Lucifer”, gran unificador de las “mega bandas” de El Valle, Cota
905 y El Cementerio, está pagando en dólares por policía muerto.
El Estado no existe
ni en el papel.
Y el gobierno hace
que el voto comience a perder sentido. Que las instituciones electas, que el
estado mismo comience a perder sentido.
Los hechos dictan sus
consecuencias.
Luis Garcia Mora
aguilaluis_7@hotmail.com
@LuisGarciaMora
Caracas - Venezuela
No hay comentarios:
Publicar un comentario