Desde tiempos inmemoriales las ganancias mercantiles no
han sido vistas con buenos ojos. Y esto es porque han campeado doctrinas como
la del "justo precio" por un lado, y la del "lucro
excesivo" por el otro como antagónicas, aunque se las haya presentado con
diferentes denominaciones a lo largo de la historia.
El denominador común a
todas estas teorías que dominaron la escena del pensamiento económico durante
siglos, es que parten de consideraciones de orden subjetivo que denotan
exclusivamente la escala de valores morales de la persona que emite la
proposición de cuándo un precio "es justo" o cuándo "es
excesivo". Sin embargo, tanto la condena al lucro como la renuncia
voluntaria al mismo no tienen ningún sentido:
"Cabe admirar a quienes rehúyen el lucro que,
produciendo armas o bebidas alcohólicas, podrían cosechar. Conducta tan
laudable, sin embargo, no pasa de ser mero gesto carente de trascendencia,
pues, aun cuando todos los empresarios y capitalistas adoptaran idéntica actitud,
no por ello desaparecería la guerra ni la dipsomanía. Como acontecía en el
mundo precapitalista, los gobernantes fabricarían armas en arsenales propios,
mientras los bebedores destilarían privadamente sus brebajes"[1]
En otras palabras, no es el afán de lucro ni las
ganancias "exageradas" las que provocan los graves males del mundo,
como de ordinario se escucha o se lee por doquier. Sino que, como bien decía J.
B. Say, toda oferta crea su propia demanda, y allí donde haya una necesidad se
arbitrarán los medios que sean necesarios para poder satisfacerla. Frente a una
concreta necesidad que carece de un proveedor, quien la experimente se proveerá
a sí mismo. Esto quiere decir que, como sea, el consumidor buscará su ganancia,
lo que desmiente el concepto erróneo de que "solamente" los
productores o comerciantes buscan ganancias, ya que desconocen -lo que esto
afirman- que todos somos productores, comerciantes o consumidores en sentido
lato, variando solamente la cantidad de veces que desempeñamos dichos roles en
las interacciones que tenemos con los demás. De tal suerte, un trabajador es
consumidor de los artículos que adquiere para mantenerse a sí mismo y su
familia, pero es además un productor cuando con su trabajo contribuye a la
generación de un producto o servicio. Su ganancia será la diferencia en mas que
exista entre los costos que su esfuerzo laboral le demande y el excedente que
recibe por encima de dichos costos. La parte de su salario que supere sus
costos laborales será su ganancia.
"Procede el beneficio, como se viene diciendo, de
haber sido previamente variado, con acierto, el empleo dado a ciertos factores
de producción, tanto materiales como humanos, acomodando su utilización a las
mudadas circunstancias del mercado. Son precisamente las gentes a quienes tal
reajuste de la producción favorece las que, compitiendo entre sí por hacer
suyas las correspondientes mercancías, engendran el beneficio empresarial, al
pagar precios superiores a los costos en que el productor ha incurrido. Dicho
beneficio no es un «premio» abonado por los consumidores al empresario que más
cumplidamente está atendiendo las apetencias de las masas; brota, al contrario,
del actuar de esos afanosos compradores que, pagando mejores precios, desbancan
a otros potenciales adquirentes que también hubieran querido hacer suyos unos
bienes siempre en limitada cantidad producidos"[2]
A veces se dice que el consumidor "premia" con
ganancias al empresario que lo beneficia con buenos productos o servicios. Pero
con dicha alocución no se está sino aludiendo a una metáfora que esconde detrás
una motivación ajena a otorgar deliberadamente un "premio" específico
al mejor vendedor o fabricante. En realidad, como bien explica la cita, no hay
ninguna motivación de "premiar" a los empresarios, sino que lo que
existe en contexto es un fenómeno formado por la competencia desatada entre los
propios consumidores para poder hacerse de los artículos o servicios que
apetecen y -por ende- demandan. Es que al actuar así, los consumidores también
persiguen su propio beneficio. Ellos tratarán de obtener la mejor calidad
posible al precio más bajo también viable, pero lo que los obligará a subir la
oferta será el mecanismo de competencia, allí -por supuesto- donde este rija
(que hoy en día es en muy pocas partes del mundo y en algunos sectores o
renglones del mercado más que en otros).
"La administración burocrática, contrapuesta a la
administración que persigue el lucro, es aquella que se aplica en los
departamentos públicos encargados de provocar efectos cuyo valor no puede ser
monetariamente cifrado. El servicio de policía es de trascendencia suma para
salvaguardar la cooperación social; beneficia a todos los miembros de la
sociedad. Tal provecho, sin embargo, carece de precio en el mercado; no puede
ser objeto de compra ni de venta; resulta, por tanto, imposible contrastar el
resultado obtenido con los gastos efectuados. Hay, desde luego, ganancia; pero
se trata de un beneficio que no cabe reflejar en términos monetarios. Ni el
cálculo económico ni la contabilidad por partida doble pueden, en este
supuesto, aplicarse. No es posible atestiguar el éxito o el fracaso de un
departamento de policía mediante los procedimientos aritméticos que en el
comercio con fin lucrativo se emplean. No hay contable alguno que pueda
ponderar si la policía o determinada sección de la misma ha producido ganancia
o pérdida"[3]
La ganancia, entonces, puede ser de dos tipos: monetaria
o no monetaria, lo que es plenamente conforme con la teoría subjetiva del
valor, de la que tanto nos hemos ocupado. En el caso que nos presenta L. v.
Mises aquí se trata de un tipo caso de ganancia no monetaria. Pero procede
considerar que, desde el punto de vista de específico individuo –por ejemplo,
quien fuera víctima de un delito y que no obtuvo a tiempo o de ninguna manera
asistencia policial- podría reputarse para él pura pérdida el servicio. La
ganancia -en este caso- sería un mero presupuesto de carácter relativo,
dependiendo del grado de satisfacción o insatisfacción del consumidor del
servicio.
[1] Ludwig von Mises,
La acción humana, tratado de economía. Unión Editorial, S.A., cuarta edición.
Ídem. Pág. 457
[2] Ludwig von Mises,
La acción humana, ...ob. cit. Pág. 457
[3] Ludwig von Mises,
La acción humana,...ob. cit. Pág. 469
Gabriel Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
@GBoragina
Acción Humana
Buenos Aires-
Argentina
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