En estos días me he
puesto a pensar sobre el sentido y la pertinencia de estudiar y ejercer el
Derecho, aquella disciplina que mis magníficos y doctos profesores de la UCAT,
hace ya más de 30 años, me dijeron y enseñaron que pretendía ofrecerle a la
sociedad, como fines supremos, la justicia, el bien común, el orden y la
seguridad jurídica.
Allí aprendí que el
Derecho es la agrupación sistematizada de normas, reglas o principios,
jerárquicamente establecidas y relacionadas entre sí, para regular conductas en
sociedad, señalar cómo deben cumplirse los actos e imponer y hacer obligatorias
esas normas mediante la coercibilidad, producto de la competencia que se le
confiere al poder público. Aprendí que el Derecho busca lograr un ambiente de
paz y libertad, en el cual la Constitución, la ley y las demás normas que
conforman el ordenamiento jurídico aseguren para todos la vida, la integridad,
el trabajo, la educación, la salud y la justicia social. Pero veo que en el
país las normas jurídicas son manejadas al antojo y capricho de los gobernantes
de turno, violentándolas con el mayor cinismo, imponiendo los titulares de los
órganos públicos sus propios códigos.
En la universidad
aprendí que la justicia es la perpetua voluntad de dar a cada uno lo suyo,
conforme a su dignidad como persona; el ordenamiento jurídico se coloca al
servicio de dar a cada quien lo que le es propio en sociedad. Pero veo en
Venezuela cómo los enchufados corruptos se toman lo que no es suyo, lo que es de
todos, para usufructuarlo en el exterior; se excluyen de beneficios a quienes
no comparten un pensamiento único. En la universidad aprendí a que el bien
común consiste simultáneamente en el bien de la sociedad y en el de los
individuos en cuanto la integran; que el bien común es el conjunto organizado
de condiciones sociales gracias a las cuales los ciudadanos pueden desarrollar
en forma plena su personalidad, y que como reunión de valores y experiencias,
la comunidad puede conservar y progresar en su bienestar material, moral e
intelectual. Pero veo a Venezuela tan deprimida, tan angustiada, tan
atormentada, tan maltratada en toda su población, carente de los más
elementales beneficios materiales, espirituales e intelectuales. En la
universidad aprendí que con el orden el Derecho refleja la fuerza superior de
su ordenamiento jurídico para evitar las arbitrariedades individuales, y así
imponer el tranquilidad. El orden supone una estructura normativa indispensable
para la permanencia, la estabilidad, la perpetuación de la sociedad y la
concordia social. Sin el orden, los pueblos están condenados a desaparecer o a
vivir con hostilidades, con caos, con anarquía. Pero veo a Venezuela atrapada
en enfrentamientos, en confrontaciones violentas, en la imposición de la ley
del abuso, con unos militares
parcializados políticamente, y donde se niegan todas las libertades y todos los
derechos, utilizándose para ello el poderío brutal. En la universidad aprendí
que la seguridad jurídica permite la garantía que se le da al individuo para
que sus bienes y derechos no serán objeto de ataques violentos, y si éstos
llegaran a producirse, la sociedad, a través del poder público, le asegura
protección, reparación de los daños causados y sanción a los responsables. Pero
veo a Venezuela en la que se cometen tantas atrocidades contra los individuos y
sus propiedades, con tal grado de persecución a la disidencia, al pluralismo, a
la denuncia, a la crítica opositora, con un terrorismo judicial y órganos de
investigación que fabrican expedientes amañados a quienes enfrentan al
gobierno, en donde la impunidad rompe todos los records mundiales.
Y cuando veo y siento
a esta Venezuela tan alejada de esos principios, se enredan en mi fuero interno
sentimientos encontrados, de dudas, a veces de frustración, de pesimismo, de
contradicciones entre lo que aprendí, lo que veo y lo que a su vez debo enseñar
a mis alumnos. Me embarga una nostalgia, y hasta un desequilibrio intelectual,
que no logro explicar claramente. Pero, entonces, pienso en mi hija, en la
Venezuela que yo disfruté, joven, estudiante y hasta recién graduado de
profesional, y en la Venezuela que quiero dejarle a ella, lar donde he echado
raíces, para ofrecer lo mejor de mí. Es cuando, me agito, reacciono, despierto,
y me digo: “tengo que seguir luchando, no puedo dejarle a mi hija un país lleno
de forajidos, delincuentes, perversos y diabólicos que pretenden truncar el
futuro, las oportunidades y las esperanzas”. Entonces, con mi ejercicio
profesional, orientado con esos principios, y con esta labor comunicacional de
orientación legal, de reflexión, de
formación y de concienciación, para sacar de la ignorancia a los incautos
oprimidos, puedo hacer lo mío por Venezuela y por mi hija.
Isaac
Villamizar
isaacvil@yahoo.com
@isaacabogado
Tachira
- Venezuela
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