"Bajo formato de tesis podríamos afirmar que mientras
en Europa la vía electoral hacia la no-democracia, vale decir, hacia la
erección de gobiernos autoritarios con incrustaciones dictatoriales –así son y
serán las dictaduras del Siglo XXl-
mantiene una tendencia ascendente, en América Latina ha comenzado
recientemente a perfilarse una línea descendente".
Hasta hace poco existían tres vías en el proceso que
lleva a la implantación de una dictadura: la golpista, la revolucionaria y la
combinación de ambas. Los latinoamericanos que vivimos la política del siglo XX
estábamos acostumbrados a la primera. Ocurría casi siempre en una mañana, muy
temprano: una junta de generales anunciaba que el presidente había sido
depuesto. Retumbaba el himno nacional. Después venía la masacre.
La otra vía era la de las revoluciones. El cuadro también
es familiar: tropas rebeldes entran en la capital y el líder máximo pronuncia
un discurso histórico. Al cabo de un tiempo, al calor de juicios sumarios y
ejecuciones, comenzaba a nacer una nueva clase de Estado más cruel y brutal que
la anterior.
La combinación de ambas vías ha sido también usual.
Ocurrió por ejemplo en el Octubre ruso y en el Enero cubano. En el primer caso
Lenin caracterizó a la revolución como
de “obreros, campesinos y soldados”. En el segundo, Castro mantenía contactos
con oficiales del ejército de Batista, entre ellos el general Barkin, cuya
tarea sería rendirse en el momento asignado.
La forma democrática de gobierno mantiene hoy su
hegemonía formal. Los generales ya no son bien vistos en el poder. Difícil será
que Trujillo, Somoza, Videla, Pinochet, resuciten. El general Raúl Castro es
solo representante de una rancia estirpe de gorilas en extinción. Hitler,
Mussolini y Franco son un pasado ya lejano. Sin embargo, eso no significa que
las alternativas dictatoriales han desaparecido.
Las dictaduras actuales son más sutiles. Sus orígenes no
son cuarteleros sino electorales. Ya en el gobierno, utilizan el fervor
originario para demoler progresivamente las instituciones en nombre de “el
pueblo”. El Ejército y la Policía son convertidos mediante sobornos en
estamentos del gobierno. Los poderes del Estado, en apéndices del ejecutivo.
Las asociaciones empresariales y obreras, corporavitizadas. El respeto al orden
político deviene en culto a la personalidad del máximo líder.
La vía electoral hacia la dictadura no es, aunque así lo
parezca, un invento latinoamericano. La patente histórica la tiene Adolf Hitler
quien, gracias a notables éxitos electorales logrados desde 1928, pudo hacerse
del poder en 1933.
De la misma manera, el peligro de la destrucción de la
democracia por medio de autoritarismos electorales es hoy más grande en Europa
que en América Latina. Tanto en la Hungría de Orban, en la Polonia de Kaczinski
o en la Turquía de Erdogan, los libretos parecen haber sido sacados de los
baúles del “socialismo del siglo XXl” latinoamericano, aunque sus ideologías
nacionalistas y xenofóbicas aparezcan como antagónicas (tan antagónicas como
parecían ser en el pasado las ideologías estalinistas y las fascistas)
La madre de todas las neo-dictaduras electorales, de las
actuales y de las que ya asoman, es, para no variar, Rusia. Putin ha continuado
por vías ideológicas diferentes el camino trazado por Lenin y Stalin. Es el
mismo camino que conduce a la conversión de Rusia en centro de la reacción
antidemocrática mundial.
A algunos puede parecer exagerado el dibujo de una
amenaza dictatorial en Europa, sobre todo si se toma en cuenta que los diversos
gobiernos nombrados, aparte de ser extremadamente autoritarios, se diferencian
ideológicamente entre sí. No es lo mismo, en efecto, el catolicismo
ultramontano de gobiernos como el de Hungría, Polonia, o el que dice profesar
Marine Le Pen, que el islamismo otomano que levanta Erdogan y que el
cristianismo ortodoxo al que adhiere de modo oportunista Putin.
Evidentemente, no es lo mismo. Pero sí es lo mismo el
hecho de que todos recaven su legitimidad política en dogmas religiosos
(pre-políticos). También es cierto que si bien Orban y Le Pen son abiertamente
pro-rusos, Kaczinski todavía no lo es. Mas, a Putin, lo que más interesa en
estos momentos no es ganar simpatías sino desestabilizar políticamente a
Europa. Y lo está consiguiendo. Todos los nuevos movimientos sociales europeos,
incluyendo los de extrema izquierda, y todos los gobiernos ultranacionalistas
recientemente emergidos, levantan sus banderas en contra de la unificación de
Europa. Una Europa fragmentada, está casi de más decirlo, conviene más a Putin
que una Europa unida.
La conexión que objetivamente se da entre las migraciones
masivas y el auge de las derechas nacionalistas y teocráticas, trabaja a favor
de los planes del mandatario ruso. Si atendemos a las estadísticas que muestran
como de cada cinco refugiados que llegan a Alemania cuatro huyen de los bombardeos
ruso-sirios y no de ISIS, veremos en que medida la crisis migratoria que acosa
a Europa tiene que ver no muy poco con el proyecto desestabilizador de Putin.
No se trata por supuesto de que Putin esté fraguando
ocupar una parte de Europa, como lo hizo una vez Stalin. Pero sin dudas está en
sus planes crear zonas de influencias valiéndose de gobiernos y movimientos con
tendencias afines, cuando no dictatoriales, por lo menos extremadamente
autoritarios.
En términos escuetos es posible decir que mientras más
nacionalistas y autoritarios son los nuevos gobiernos europeos, más amplia es
el área de influencia de Putin. Así como Stalin se sirvió de los partidos
comunistas, Putin se sirve de los partidos, movimientos y gobiernos
ultranacionalistas.
El nacionalismo y la xenofobia a los que hay que sumar el
“antieuropeísmo de los europeos” parecen
ser más fuertes y atractivos que el ideal comunista de ayer. Por de pronto, la
(contra) revolución nacionalista y antidemocrática ya no es un fenómeno
periférico. El “Frente Nacional” lepenista e “Iniciativa para Alemania”, por
ejemplo, acosan no solo a dos gobiernos sino a los dos estados más centrales de
Europa.
Naturalmente, en la mayoría de los países europeos
existen reservas democráticas. El problema es que sus representantes no parecen
tomar conciencia de la magnitud y cualidad de los peligros que acechan. Todavía
no logran entender que la condición democrática no se define solo votando, sino
asumiendo una actitud militante frente a
los enemigos de la democracia vengan estos de donde vengan, sea del terrorismo
islamista o de los movimientos ultranacionalistas endógenos. No ha habido jamás
–eso es lo que solo muy pocos quieren reconocer- una democracia sin enemigos.
Bajo formato de tesis podríamos afirmar que mientras en
Europa la vía electoral hacia la no-democracia, vale decir, hacia la erección
de gobiernos autoritarios con incrustaciones dictatoriales –así son y serán las
dictaduras del Siglo XXl- mantiene una
tendencia ascendente, en América Latina ha comenzado recientemente a perfilarse
una línea descendente
Las derrotas electorales experimentadas por Cristina
Fernández en Argentina, Evo Morales en Bolivia y Nicolás Maduro en Venezuela,
parecen testimoniar ese descenso. Sin embargo, todavía es temprano para dictar
la última palabra. Nadie puede asegurar cien por ciento si ese descenso será
transitorio o definitivo.
En Argentina la situación dista de ser irreversible. Si
llega a serlo, dependerá en gran parte del rumbo político que tome el gobierno
de Macri. Cierto es que las medidas económicas recientemente puestas en rigor
por el presidente están destinadas a des-cristinizar tanto la administración
como la economía del país. Pero el éxito de Macri, por muy eficaz que sea su
gestión empresarial, será medido en términos políticos los que estarán
determinados por su capacidad de atraer a votantes del peronismo
no-cristinista. Eso dependerá a su vez de la aptitud del gobierno para
implementar programas sociales que lo alejen de la imagen de inescrupuloso
neo-liberal que busca endilgarle el cristinismo.
En Bolivia nadie sabe si la derrota en el plebiscito
destinado a eternizar al Presidente será el comienzo del fin del evismo o una
fase que permitirá su perdurabilidad. No es un misterio para nadie que la
oposición boliviana, si bien puede unirse en torno a la palabra NO, es muy
difícil que lo haga alrededor de programas y liderazgos comunes. También es
cierto que a Morales le quedan algunas cartas por jugar. Por el momento está
jugando con mucha agresividad la “carta marítima” en contra de Chile. El
propósito es claro: Morales intenta transformarse de líder social en un líder
de un amplio movimiento nacionalista situado por sobre “izquierdas y derechas”
en el mejor estilo de los presidentes del antiguo MNR.
En Venezuela, después de la derrota de la AN, el gobierno
ha optado por tender una barricada jurídica alrededor de la entidad
parlamentaria. De hecho, Maduro ha decidido gobernar con prescindencia del
Parlamento. Eso significa que el venezolano ya ha dejado de ser un gobierno
político para transformarse en una fortaleza jurídica-militar por el momento
inexpugnable. A favor del gobierno juegan hoy como ayer las clásicas divisiones
al interior de la oposición. Después de haberse subido a última hora al carro
electoral los radicales de siempre han vuelto a bajarse exigiendo una
movilización de masas en la que ellos no tendrían la menor incidencia.
En suma, ni en Europa ni en América Latina la suerte
política está echada. El futuro, por ser futuro, continúa siendo incierto. La
gran diferencia es que, mientras en Europa la vía electoral hacia la dictadura
cobra cada día más fuerza, en América Latina se encuentra cada vez más
desdibujada. El cristinismo, el evismo y el chavismo continúan vigentes. Pero
por el momento se encuentran a la defensiva. Lo mismo se puede decir del
castrismo después del tsunami emocional y político desatado por la visita de
Obama a Cuba.
Tanto en Europa como en América Latina la lucha
antidemocrática ha optado por la vía electoral. Se trata de la misma vía a la
cual, bajo ninguna condición y en ningún momento deben renunciar los
demócratas. Por esa misma razón, cada elección, hasta la aparentemente más
insignificante, será, a partir de estos momentos, muy decisiva. Lo que en ambos
continentes está en juego –ese es otro punto en común- no son unos escaños más
o menos. Se trata de la reedición de una de las más antiguas luchas políticas:
es la que se dio y es la que se sigue dando entre democracia y dictadura.
Por cierto, no faltaran quienes tildarán la deducción
final del presente artículo como electoralista. Solo puedo responder
afirmativamente: Si: es una deducción electoralista. Y la razón es una sola:
mientras los golpes de estados, las revoluciones, los asesinatos políticos, las
conspiraciones de pasillo y las matanzas, eran capítulos de la lucha política
en el pasado reciente, hoy los capítulos definitorios son, guste o no, las
elecciones. Tanto allá como acá.
Después de todo, algo hemos avanzado. Hoy hasta las
dictaduras deben ser elegidas. A derrotarlas entonces. No hay otro camino.
Fernando Mires
mires.fernando5@gmail.com
@FernandoMiresOl
@FernandoMires1
Alemania
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