POR EJERCER UN
DERECHO
No quiero volver a hablar
del asunto, respondió mi interlocutora. Me dijeron que lo han visto en la
Avenida Jiménez de Quesada y por los alrededores del Tequendama; se sube en los
buses y comienza a contar su historia, mientras pide dinero para comer; pero es
para embriagarse, perdió toda relación con la realidad. En una oportunidad lo
busqué por el centro y lo encontré recostado en una pared, con los brazos
cruzados sobre el pecho por el frío mañanero, me lo llevé a casa, pero
desapareció nuevamente. Es posible que esté muerto, porque no he sabido más de
él, la droga y el alcohol, pero yo creo que fue de desolación, me dice.
Encontró su manera de suicidarse sin pegarse un tiro, a falta de un arma de
fuego. Limpio, con una marca en el corazón como lo cuenta García Márquez en
Cien Años de Soledad, agregaría yo, porque la muerte debe ser digna si la vida
no lo es.
En Barquisimeto, la Guardia Nacional lo capturó protestando frente al
Consejo Electoral regional cuando Capriles perdió las elecciones, o las ganó
según dijo. Lo cierto fue que lo metieron en una furgoneta blindada junto a
otros detenidos, lo patearon, lo llevaron a un cuartel y lo siguieron jodiendo.
Cuando lo soltaron se fue a su negocio en Las Trinitarias, y al llegar
no pudo abrir la puerta, le habían cambiado la cerradura, llamó a la
propietaria y le dijo que tenía dos días para sacar sus cosas. Finalmente,
obtuvo una explicación: le habían exigido que rompiera el contrato o le
buscarían una causa. Dos días para buscar donde ponerlas para seguir con su
negocio de mobiliario y adornos de fiestas. Después le llegó el citatorio del
Tribunal Penal, le levantaron cargos por rebelión y violencia contra la fuerza
pública. La acusación la hizo un Fiscal llegado de Caracas, porque no confiaban
en los locales. El Juez le decretó medida preventiva de presentación semanal,
hasta el momento de la sentencia.
Lo acosaron los motorizados armados, las llamadas a media noche, dejó de
afeitarse, dejó de dormir al solo pensar en las represalias, o terminar en una
de las cárceles venezolanas controladas por los pranes de la Ministra de
Penitenciaria, la activista chavista Iris Varela, mejor conocida en los bajos
fondos como la Comandante Fosforito. Así que su futuro lo vio entre los
colectivos armados y los “privados de libertad” (como eufemísticamente los
castristas venezolanos llaman a los presos) de la desaliñada Comandante. Y se
fue, simplemente se fue, logró llegar a Bogotá con su expediente bajo el brazo,
donde una organización caritativa lo acogió y le dieron el calificativo de
“refugiado político”. Y de allí en adelante por su cuenta, solo, abandonado,
desarticulado.
Igual, en la Venezuela de
Chávez mueren de mengua, con el estómago pegado a las costillas, con una bala
en la cabeza o comiendo yuca amarga porque no saben distinguir la buena de la
mala. Ya en tiempos de independencias Bolívar tuvo que prohibir a los soldados
alimentarse de yuca, no todos eran llaneros, y los hombres de montaña no
diferenciaban la venenosa de la comestible. A veces me pregunto si valió la
pena esa gesta, y hubiera sido mejor haber continuado como colonia española,
porque hoy seríamos algo así como región autónoma de ultramar. Aunque
observando la semejanza de Rajoy con Fernando VII y a la España de Podemos, el
final hubiera sido igual, pero sin las botas Tres Zetas, el queso manchego, los
jamones serranos, Diego el Cigala, Alejandro Sanz, ni Mercedes Alaya, la jueza
que evidenció el sistema.
Por todo ello, cuando pienso en
el país, siento que hay que aferrarse a
la resistencia, a la calle, a enfrentar con todos los medios que podramos
disponer, a la tiranía que oprime Venezuela; para no vernos obligados andar por
el mundo como un prisionero que camina en libertad en tierra extraña.
Juan Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant
Internacionalista
Miranda - Venezuela
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