“Si las masas pueden amar sin saber por qué,
también pueden odiar sin ningún fundamento”.
William Shakespeare
El odio, como el amor, es uno de los componentes intrínsecos del ser. Se
activa al estímulo de resentimientos de origen o de fracasos sufridos en el
periplo vital de un individuo dado; también aflora mediante inducción, tanto en
una persona como en la sociedad. De ese método se han valido los líderes del
totalitarismo y sus organizaciones para manipular colectividades exaltándolas
al paroxismo. Según William Shakespeare “Si las masas pueden amar sin saber por
qué, también pueden odiar sin ningún fundamento”. Tal el pútrido fundamento
“humanista” de tiranos como Lenin, Stalin, Hitler, Mussolini, Fidel Castro y
nuestro “galáctico” Hugo Chávez Frías, usado para encender el fuego de la lucha
de clases.
El caso venezolano con su vernáculo ejemplar que, observado con la lente
de los procesos históricos, comenzó ayer y sin embargo ha cobrado rango
cataclísmico en intensidad y profundidad. Con 18 años de permanencia
ininterrumpida al control del Estado, orientado por la brújula marxista
leninista, ha conducido al país hasta el desbarrancadero por el cual desciende
dando tumbos, sufriendo abolladuras sin haber tocado fondo y que para cuando
ocurra, con toda seguridad serán -ya han comenzado a serlo- sangrantes heridas en
el cuerpo social cuya sanación deberán acometer, con la mayor premura, los
líderes de la Alianza Democrática una vez expulsados del gobierno los presuntos
narco-terroristas que han arruinado a la nación: política, económica y
moralmente.
Los delincuentes, presuntamente asociados al narco-terrorismo que nos
desgobiernan, portaestandartes del Socialismo del Siglo XXI, han pretendido
ocultar sus propósitos de dominación usando la mentira y el odio como arma
arrojadiza contra los gobiernos
democráticos que se sucedieron entre 1958 y 1998. Dejemos de lado por
muy conocida y trillada la responsabilidad que tuvieron para el desplome de la
República Civil, fementidos demócratas como los fulanos “notables” con la
magnificación de yerros y lunares en la acción gubernamental. Chávez recorrió
el país financiado por la burguesía y en sus aviones. Por recomendación de Luís
Miquelena, lo hizo parloteando la basura que a al oído susurró el maléfico
Fidel inflándole a reventar el ego, transformándolo en predicador “sistemático
de adoctrinamiento a través de la difamación”, que amenazó con la eliminación
física de los adecos y prometió la proscripción de la corrupción pero “ni lo
uno ni lo otro”. Los adecos estamos de pié, la corrupción alcanzó cotas
criminales al robarse el dinero para la alimentación escolar y legalizó el
asalto al declarar: “si no tuviera como llevar comida a mis hijos también
robaría”.
Por supuesto que acosado por una crisis económico-financiera, aunque de
tono menor los desempleados, todos los de a pié y muchos hasta con aviones
fueron atrapados por la verborragia del predicador que pulsaba la sensible nota
de su actualidad. Triunfó y extendió su prédica cargada de odio con la
finalidad de construir columnas para la democracia tumultuaria que se propuso implantar.
Con suerte de perro callejero los precios del petróleo se multiplicaron por más
de 100% obteniendo mucho más de 1.500 millones de dólares que fueron vueltos
polvo cósmico. ¿Qué otra cosa pueden ser las dádivas a países menesterosos para
someterlos a la voluntad socialista más el descarado robo de los dineros
públicos?
A 18 años bajo la bota del totalitarismo comunista y sin doblegarnos, el
desmoronamiento del régimen militarista castro-chavista se aproxima cada día
más. Las policarencias que nos atropellan en cada humillante cola, con las que
pretenden quebrar la convicción democrática y voluntad de lucha del venezolano,
han producido un efecto contrario. El común, víctima de la maldad comunista,
que pasa hambre y no consigue harina pan, medicamentos ni papel tualé, la
víctima de la de la violencia -que somos todos- se zafó de las amarras del odio
de clases. Comenzó el efecto bumerán.
Somos distintos, pero cuesta y costará mucho cantar como André Eloy
Blanco en Giraluna: Por mí ni un odio hijo mío/ni un sólo rencor por mí/no
derramar la sangre que cabe en un colibrí/ni andar cobrándole al hijo la cuenta
del padre ruin…
German Gil Rico
gergilrico@yahoo.com
@gergilrico
Miranda - Venezuela
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