Todas las cosas fingidas caen como flores marchitas, porque ninguna simulación puede durar largo tiempo. Marco Tulio Cicerón
Soy un josefino a ultranza, nací en la Av.
Vollmer en San Bernandino, en el edificio del mismo nombre, pero toda mi infancia y adolescencia la viví en la
caraqueñísima Parroquia de San José. Antes de hacer estudios de secundaria en
el colegio La Salle de Tienda Honda y universitarios en la Católica de
Jesuitas, sitos un poco más allá en Altagracia, efectué mi primaria en un colegio
regentado por unos amigos de mi padre, el Profesor Florencio Chacón y su severa
esposa: el Monseñor Etanislao Carrillo ubicado a escasa distancia del Mercado
de las Flores en la esquina de San Luis, que para nuestro regocijo ha logrado
sobrevivir a los embates y presiones de la modernidad, y de absurdos proyectos
urbanos.
En ese colorido mercado de las más bellas
flores de Galipán se conseguían por igual: el clavel de Persia que Carlos V
importó para adornar el Palacio inconcluso de Granada dedicado a la Isabel de
sus primeros amores, las rosas de diferentes colores y de finos aromas, los
nardos y las azucenas del celebrado bolero, las modestas margaritas, las
coquetas coquetas, las orgullosas orquídeas, las begonias de raro nombre y las
magnolias generosas, así como los tulipanes siempre ávidos de sol.
Nuestro socialismo del siglo XXI, siempre
prodigo en inventos y fantasías, ha promovido una gramática peculiar, chavista
en su concepto para sorpresa y estupefacción de Bello y Nebrija, según la cual
las diferencias de género son imperialistas y denigradoras de lo humano, y que
por lo tanto se debe hablar poco o nada
de conciudadanos y conciudadanas y mucho de compatriotas y compatriotos,
camarados y camaradas, hermanos y hermanas, combatientes y combatientas.
A la luz de esta revolucionaria concepción
gramatical, ahora contamos tanto con un Mercado de las Flores como con un
Mercado de los Flores. Este último, a diferencia del josefino, no cuenta con
sede fija, es itinerante, lleva los pedidos a domicilio por cualquier medio de
transporte, camioneta blindada, jet privado o público, barco o yate y hasta en
submarino. Sus productos no son tan variados como los ofrecidos en la esquina
de San Luis, se limitan a vender – a precio justo – derivados de plantas y flores
que transformados en fino y ambicionado polvo blanco son ampliamente demandados
en las ciudades del Imperio, para beneficio de las menguadas arcas
revolucionarias.
El revolucionario y bolivariano Mercado de
Los Flores es regentado por hombres nuevos
hechos en Socialismo, devotos seguidores del moralizador y virtuoso programa de
nuestra impoluta televisión pública: Cilia en familia, que recomendamos
visionar para fortalecer la ética revolucionaria tan atacada por los enemigos
de nuestro inocente y vilipendiado proceso socialista.
Enrique
Viloria Vera
viloria.enrique@gmail.com
@EViloriaV
Salamanca
- España
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