La curtida experiencia del periodista Jon Lee
Anderson, testigo de conflictos en tantos lugares de la geografía
tercermundista, le ha permitido dibujar la miseria que viven los venezolanos,
con esta gráfica expresión: “Nunca había visto a un país sin guerra tan
destruido como Venezuela”. Ciertamente, lo nuestro no es una guerra como esas
que Anderson ha conocido en Somalia, en Afganistán o en Siria. Pero ¿Cómo es
posible sufrir los estragos de una guerra sin haberla vivido? Ensayaremos una
hipótesis.
Un cerebro
enfermo de poder, el de Hugo Chávez, junto al de sus torvos maestros
cubanos -inmisericordes ante cualquier estrago causado en nuestro territorio-
idearon un teatro de operaciones bélicas y una estrategia con el solo objetivo
de su eternización en el poder. Identificaron como enemigos a la producción
privada y el pensar, y, para armar su bando, a militares adocenados y al
lumpen. Rotos los fuegos, la industria, las siembras y los comercios fueron
casi arrasados mediante confiscaciones, controles, asedio y amenazas; el libre
pensar fue arrinconado, silenciado por la hegemonía comunicacional, el cerco a
las universidades y la persecución de la disidencia; en el lado “patriota”, la
fidelidad de los hombres de armas fue negociada con privilegios y riquezas a la
mano; y al lumpen se le armó con la limosna populista glaseada con promesas a
cambio de su voto y el obsequio de la impunidad para delinquir. La devastación
resultante, esa que observa Anderson, es innecesario describirla.
No pretendíamos enseñarle nada nuevo a este
destacado periodista, solo hallarle alguna explicación sin cañones ni
bombardeos a su certera afirmación.
Ramón
Peña
ramonpen@gmail.com
Estados
Unidos
No hay comentarios:
Publicar un comentario