domingo, 15 de noviembre de 2015

MIGUEL BAHACHILLE, BUHONERO VS BACHAQUERO

La figura del buhonero tradicional, aquel que recorría los sitios más inhóspitos del país desde los primeros años del siglo pasado para ofrecer sus mercaderías, fue desapareciendo a medida que se extendía la disposición urbana y los caseríos se convertían en jurisdicciones orgánicas. El marchante, “o el turco”, que por cierto no era turco sino árabe, como se definía al detallista que trasladaba mercancías hasta el rancho más aislado para vender “fiao”, jugó un rol social tan importante del que él mismo no estaba consciente.

El comprador tenía la prerrogativa de pagar las mercaderías que adquiría a crédito de acuerdo a sus ingresos. No existían cláusulas contractuales ni cuotas fijas. Pagaba “al turco” lo que podía en sus visitas quincenales. Hoy la inseguridad ha acabado con esa figura recíproca que hasta hace poco formaba parte de la cultura popular. El buhonero tenía una connotación de movilidad permanente; no se limitaba a espacios fijos. Luego pasó a ocupar parte de las aceras, calles, plazas y parques incomodando al transeúnte hasta convertirse en serio competidor de los comercios formales. ¿A qué viene la cita?

La revolución inmersa en controles, desorden administrativo y cautivo de una ideología restrictiva, ha incitado la creación de grupos sintomáticos no para competir sino para especular con productos desaparecidos de los mercados formales. El bachaquero transmutó el concepto holista de distribución móvil que beneficiaba al pobre para transfigurarse en monopolista de productos básicos con precios incrementados hasta de 1000%. ¿Cómo queda entonces el asunto del “precio justo” instaurado por la revolución? ¿De qué sirve esa restricción ante tanto desconcierto?

El absurdo proceso confiscatorio contra comercios formales, tipo Dakazo, lejos de atenuar la insuficiencia distributiva y de precios, la acrecienta aceleradamente. La conversión de buhonero a bachaquero ha parido un esquema cultural, por demás fraudulento, cimentado en una comercialización semioscura en perjuicio del más pobre. Alimentos, repuestos, baterías, equipos mecánicos y eléctricos y hasta medicinas, han sido arrancados al comercio formal para ser monopolizados por un deleznable marketing que fija precios, condiciones y disponibilidad de provisiones.

El gobierno voltea la cara para que ese esquema distributivo subsista como “plan auxiliar” de la revolución mientras se constriñe al consumidor para que asuma un estándar social sumiso y conformista. Conformismo sin meta. Basta observar a los pequeños auxiliando a sus padres en anárquicas colas o resignados ante la voluntad del bachaquero para corroborarlo. ¿Estará pensando el régimen encajarle a nuestros niños unos lentes de sol para que vean el mundo de manera distinta a la realidad mundial como si una pena compartida fuese media pena?  

Esa tarea no será fácil para gobierno. A los prestigiadores les resulta muy difícil engañar a los niños porque ellos aguzan los sentidos antes de pensar. Observan con exactitud y ven lo que quieren; no lo que otros pretenden imponerle. Esa capacidad instintiva de observar, sobre todo en un medio ambiente hostil, no puede ser disimulada si también la perciben 30 millones de venezolanos. Al pequeño no podrán convencerlo que las colas, como factor de supervivencia, “son sabrosas” y que es un fenómeno común en otros países.

No hay más cabida para engañar al ciudadano. La no fiabilidad de las declaraciones oficialistas es tan notoria e irracional que no convence ni al más fanático “revolucionario”. El parroquiano evalúa la situación del país con sus propios valores; no con lo que la presión oficial pretende imponer. El gobierno busca que la gente se abstenga de descalificar las colas o (vocablo espinoso para un artículo de opinión) al bachaquerismo, para justificar su fracaso. 

¡Por Dios! Los relatos y vivencias del pueblo sometido a colas o inclinado ante el bachaquero para obtener algún producto básico o medicina, son aterradores. En ese contexto, el gobierno no está en condiciones de orientar ni de usar ficciones seductoras basadas en lo que Alexander Mitscherlinch (1908-1982), autor alemán, filosofo, psicoanalista social, denominó ante un auditorio repleto cuando en 1969 recibía El Premio de la Paz que conceden los libreros alemanes, como La Coartada de la Estupidez Ilustrada. Se refería a la dirigencia que procura reducir las percepciones del entorno hostil con mentiras.  

El oficialista, también víctima de este proceso empobrecedor, ya no acepta respuestas sedativas como las que demagógicamente ofrecía el finado. Ha entendido que una dirigencia inepta sumió al país en una trama social claramente degradante que los humilla cada día más. El que está en cola ya no cae en la trampa lingüística del socialismo; prefiere surtir en algo su nevera vacía que llenarse de divagaciones que sólo refuerzan su condición de pobreza.

¿Se solventa la crisis de inmediato una vez electos los congresistas del cambio el 6-D? ¡No!, pero sin duda es la señal de una nueva fisonomía política capaz de confrontar los conflictos en vez de ocultarlos. Cambio para recuperar la paz y el equilibrio perdido.

Miguel Bahachille M.
miguelbmer@gmail.com
@MiguelBM29

Miranda - Venezuela

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