Cuando llegó a Cumaná el padre Bartolomé de
las Casas, el 12-08-1521, se encontró los dramáticos sucesos de la lucha
inmisericorde que se venía realizando, desde hacía años, entre los castellanos
y los indígenas impulsados por el deseo de venganza y dominio. Con pocos
acompañantes De Las Casas fue abandonado en aquellas costas orientales en las
cuales se encontraban algunos frailes franciscanos, amenazados por los hombres
de Cubagua deseosos en invadir el lugar para proveerse de recursos y buscar
esclavos. La población de Cumaná había pugnado en establecerse entre la ferocidad
de los hombres y la inclemencia de la naturaleza, sufriendo en algunos casos
los rigores inenarrables de la conquista.
Se producía de manera continua aquel tráfico
inhumano a cambio de vino, guanines de oro, perlas y maíz, entre otros, desde el Esequibo y
hasta el Cabo de la Vela, evidenciándose
la crueldad de aquel sistema que De Las Casas denunció ante el Rey y ante la
historia y que constituía el: "escarnio de la fe cristiana", como
dijo. Su misión no era otra sino
evangelizar, civilizar a aquella gente originaria, rescatar a los mismos
españoles que habían olvidado sus deberes religiosos y las disposiciones
administrativas y legales de la Corona opuestas, en definitiva, a ese
ensañamiento.
En medio de aquel drama, el convento de
madera que se erigía cercano al río se mantenía en pie y fue nuevamente
habitado por los padres franciscanos, dirigidos por Fr. Juan Garceto, quienes
persistieron tenazmente en su misión. Tiempo antes, los dominicos fueron
atacados por los indios y Ocampo, implacable, se encargó de desquitarse. En
aquellas circunstancias terribles, la incesante lucha y la desolación que se
causaba hacían muy difícil el poblamiento en aquel sitio, no obstante que
aspiraba adquirir el más noble carácter bajo los nombres auspiciosos de Toledo,
Córdoba o Sevilla inclusive.
De las Casas advertía la situación al señalar
que: "los indios de toda la tierra andaban huyendo y sin ellos nunca los
españoles por todas la Indias se vieron hartos", lo cual determinaba la
necesidad de que sus culturas se avinieran para consolidar lo que ya resultaba
inevitable, el surgimiento de la América hispana.
La inicial esperanza de que De Las Casas
llegase con numerosos hombres y recursos se perdió cuando únicamente estaban
junto a él Castellanos, Hernández, Soto, Zamora y Guillén, un par de
franciscanos y seis o siete hombres más que fueron alistados por Ocampo antes
de partir a "La Española". Sin embargo, De Las Casas, asilado en el
sencillo monasterio y junto algunos monjes e indígenas: "levantó una casa
fuerte cerca del río y a espaldas de la huesta de los franciscanos" para
impedir aquellas invasiones de los propios peninsulares venidos de Cubagua y
otros sitios, autores de tantos desafueros en procura de riquezas, esclavos y
el agua dulce de aquel río, que de ser el que pensamos, recordaba en toda
Cumaná y en Paria al Manzanares de Madrid, afluente del Jarama, tributario del
Tajo.
Tal y como refirió Miguel de Castellanos, De
Las Casas se encontró en peligro cuando un grupo de indígenas se levantaron,
le: "mataron un fraile..., le quemaron el bohío que había fecho, con todos
los mantenimientos e municiones que él había metido, y le mataron cinco
personas de las que consigo llevaba". Ante aquellos hechos, el ilustrado
fraile destacaba: "la guerra sórdida de los enemigos de todo gobierno
ordenado, el abandono de las costas por los indígenas, la trama que éstos
urdían contra los castellanos, en venganza por los horrores cometidos por
Ocampo, el indiferentismo de éste y sobre todo, la escasez de víveres y la
fatal semilla sembrada por los pasados invasores en aquella tierra tan digna de
mejor suerte".
Aquel fuerte que intentó construir
representaba el símbolo de su resolución, de su ejemplo y su fe a favor del
Nuevo Mundo y el devenir de una historia distinta. Reconoció ante los indígenas
el derecho inobjetable a no: "recibir daño alguno dellos sino buenas
obras", y que todos: "habían de vivir en mucha paz y amistad".
A la postre sus esfuerzos allí resultaron
inútiles, los soldados le desobedecieron, tal y como lo informó Castellanos al
Rey, y cinco meses después De Las Casas partió hacia "La Española" a
solicitar auxilios y sobre todo a denunciar lo sucedido.
En 1542 el fraile De Las Casas redactó la:
"Brevísima relación de la destrucción de las indias", libelo espiritual y moral en el cual reprobó
los ultrajes que observó en: "la tierra firme por la parte de Paria",
resaltando sin embargo ese lugar: "e que la gente della es de la buena y
virtuosa en su género que hay en todas las Indias", tierra de Cumaná
admirable que con tanta determinación y sacrificio dejó su huella excepcional
en la historia del nuevo continente.
Jose Felix Diaz Bermudez
jfd599@gmail.com
@jfdiazbermudez
@jfd599
Anzoategui -
Venezuela
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