Así como ha
transformado a su partido, esta nueva guardia demócrata se propone como última
meta despojar de sus valores tradicionales a la sociedad norteamericana y
transformarla desde sus mismos cimientos en una sociedad de lacayos y parásitos
de un estado todopoderoso.
A medida que nos acercamos a las controvertidas y
cruciales elecciones generales del 2016, la izquierda que ha secuestrado al
Partido Demócrata durante más de cuarenta años ha echado mano a sus armas
tradicionales del subterfugio y de la mentira. Todo comenzó cuando el Partido
Demócrata postuló en 1972 al amigo y admirador de Castro, George McGovern, para
enfrentarlo a Richard Nixon. McGovern era tan fanático de la izquierda que ni
siquiera las bases de su partido salieron a votar por él. El resultado fue una
soberana pateadura en que Nixon le ganó 49 de los 50 estados de la Unión,
dejándole a McGovern el premio de consuelo del ultraizquierdista estado de
Massachusetts y el oscuro Distrito de Columbia, donde se encuentra ubicada la
ciudad de Washington.
A partir de ese año comenzó un prolongado período
de deterioro de la ideología política del partido. El secuestro fue perpetrado
por hombres como el ya mencionado McGovern, Frank Church, Jimmy Carter,
Christopher Dodd, Michael Dukakis, Al Gore, Jr, John Kerry y Barack Obama. Los
Clinton han sido una anomalía de camaleones políticos que han funcionado dentro
de esa izquierda pero no tienen ni ideología definida ni principios sólidos. La
transformación ha sido tan radical que ninguno de los antiguos pilares del
partido como Tip O'Neill, Henry Jackson, Sam Nunn, John Kennedy, Lyndon Johnson
o Bob Graham sería postulado en estos momentos por el Partido Demócrata.
Así como ha transformado a su partido, esta nueva
guardia demócrata se propone como última meta despojar de sus valores
tradicionales a la sociedad norteamericana y transformarla desde sus mismos
cimientos en una sociedad de lacayos y parásitos de un estado todopoderoso.
Algo así como la Cuba castrista a la que Barack Obama se ha empeñado en prologarle
su miserable vida. Podría muy bien decirse que estos sujetos odian a la nación
individualista, dinámica y pujante que ha creado más riqueza que ninguna otra
en la historia de la humanidad, se ha convertido en imán para todo el que busca
superarse por su propio esfuerzo y ha liberado al mundo de los horrores del
nazismo y de la amenaza del comunismo internacional. La propia Michelle Obama
lo admitió públicamente cuando, con motivo de la elección del Mesías, declaró:
"Esta es la primera vez que me siento orgullosa de mi país". A
confesión de parte relevo de pruebas.
Como buenos discípulos de Saul Alinsky, las armas
que utilizan estos fanáticos para implementar su modelo vitriólico y demagógico
son, entre otras, la manipulación de una ciudadanía indiferente a los asuntos
políticos y la difamación de sus adversarios ideológicos. Pasemos revista a
algunas de esas armas.
La falacia de la "guerra contra las
mujeres" es el instrumento para asegurarse el apoyo mayoritario del
segmento más numeroso de la población norteamericana. Les prometen el acceso a
altos niveles gerenciales, el aumento de beneficios laborales y medios
gratuitos de deshacerse del hijo indeseado a cambio del voto incondicional. Las
dos primeras promesas no son cumplidas ni siquiera al personal de la misma
mansión ejecutiva. Y, en el caso de la última, la verdadera guerra no es la de
los republicanos contra las mujeres sino la de los demócratas contra las
criaturas más indefensas de la creación divina, los no nacidos.
El apoyo incuestionable al movimiento racista de
"las vidas negras importan". Un movimiento surgido con motivo de
supuestos abusos de los departamentos de policía de la nación contra los
ciudadanos de raza negra. Sin dudas hay policías abusadores y racistas pero son
la minoría dentro de esos cuerpos. La mayoría son los que se juegan la vida
para proteger a la ciudadanía contra la violencia de los delincuentes y de los
terroristas. Las vidas negras si importan pero también importan las vidas
blancas, las vidas amarillas, las vidas cobrizas y las vidas azules de los
policías. Y para vergüenza de los demócratas, cuando el candidato presidencial
Timothy O'Malley se enfrentó a unos manifestante diciendo"todas las vidas
valen" se creó tal tormenta política dentro del partido que tuvo que pedir
excusas y retirar su afirmación.
La teoría aislacionista y suicida de que "los
Estados Unidos no pueden ser los policías del mundo". Como si los enemigos
de este país dejarían de pronto de odiarlo y atacarlo cuando los
norteamericanos ignoraran la guerra y la barbarie desatados por ellos contra
otros miembros de la raza humana. El problema está en que, una vez destruidos
los otros, el próximo paso sería la destrucción de los Estados Unidos. Un mundo
en convulsión es un peligro real y presente no sólo para la seguridad nacional
de los Estados Unidos sino para los intereses comerciales de este país. Para
hacer la paz, como para hacer la guerra, hacen falta dos partes y la que se
opone a nuestra cultura sigue atacando, aún sin ser provocada. Así lo hizo
recientemente en Francia, en Turquía, en San Bernardino y en Mali como antes lo
hizo contra las Torres Gemelas del Centro Mundial de Comercio, en Nueva York,
el 11 de septiembre de 2001. Debemos de tomar una página de León Trotsky cuando
dijo: "Aunque no busques la guerra, la guerra te busca a ti". Obama
parece no haberlo leído.
La afirmación demagógica de que la riqueza
concentrada en pocas manos es una injusticia que tiene que ser reparada con su
distribución por el gobierno. Pero el resultado no previsto e indeseado es que,
cuando el gobierno distribuye a capricho la riqueza producida por los
ciudadanos, los productores dejan de producir y los receptores que no la
produjeron la dilapidan y se convierten en parásitos del estado. Cuando matas
la consabidagallina con los huevos de oro se acaba la comida para todo el
mundo.
La falsa premisa de que un cierre de las fronteras
discrimina contra unos seres humanos que vienen en busca de libertad a los
Estados Unidos. Todo esto, sin tener en cuenta los perjuicios al nivel de vida
de los ciudadanos norteamericanos y el peligro a la seguridad nacional. Desde
un punto vista de científico, la inmigración debe ser catalogada en inmigración
que contribuye al desarrollo de una nación e inmigración que resulta una carga
para ese desarrollo. Pero la izquierda demócrata no parece estar interesada en
el bienestar y la seguridad nacionales sino en el número de futuros votantes
que los favorezcan en las urnas.
La patraña de que las armas en manos privadas son
la causa de la proliferación de asesinatos y masacres. La realidad es quién
mata no son las armas sino los locos, los terroristas y los criminales. Como
bien dijo el pasado fin de semana el Senador Ted Cruz: "Los ciudadanos
respetuosos de la ley no deben de ser desarmados sino garantizarles el derecho
a esas armas para que se defiendan de los delincuentes".
La utopía de que el gobierno tiene la obligación de
garantizar un servicio de salud gratuito a todos los ciudadanos. Un gobierno
que ha desfalcado el seguro social, canibalizado el medicare, negado asistencia
médicas a sus veteranos y es incapaz de hacer funcionar el servicio de correos
mucho menos está capacitado para la enorme tarea de operar con eficiencia un
servicio nacional de salud. Si alguien tuvo alguna vez una duda de lo que digo
sólo tiene que mirar el desastre en que se ha convertido el Obamacare.
El oprobio de que las iglesias cristianas tienen
que abdicar de sus principios morales y sus enseñanzas ancestrales para
satisfacer el mandato del gobierno en materia legislativa. El mejor ejemplo es
el mandato dentro de Obamacare de que los centros religiosos proporcionen
servicios de aborto en el seguro de salud de sus empleados. Este es un
verdadero "caballo de Troya" con el que la izquierda se propone acumular
poder sustituyendo al Dios creador y misericordioso con el dios explotador y
tiránico del estado.
La hipocresía de que llamar "terrorismo
islámico" a las masacres perpetradas por creyentes de la religión
musulmana es discriminar contra una comunidad pacífica.Según el diccionario de
nuestra lengua, terrorismo es dominar por el terror y terrorista el que lo
practica. Quien tenga dudas de que el propósito de ISIS, Al Qaida y Boko Haram
es infundir terror en sus víctimas tiene que hacerse un "tune-up" del
cerebro. Y cuando en medio de su orgía de sangre ese terrorista grita "Alá
es grande", se está identificando a propósito como un musulmán, no como un
cristiano, un judío o un budista. Luego el terrorismo es islámico y, como tal,
debemos llamarlo por su nombre. No hacerlo es perder la batalla antes de
empezarla.
Así las cosas, en este 2016 tenemos que elegir a un
presidente que llame a las cosas por su nombre y que tenga el coraje de
gobernar para bien de todos, sin dar preferencias a sus aliados políticos o
sucumbir a sus intereses electorales. Que en el mismo momento de su toma de
posesión diga basta ya de farsas. Lo que está en juego es la supervivencia de
este gran experimento democrático comenzado en Filadelfia en el verano de 1776.
Alfredo Cepero
alfredocepero@bellsouth.net
@AlfredoCepero
Director de
www.lanuevanacion.com
Estados Unidos
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