Transcurrido mes y medio desde que la oposición
ganara las elecciones de la Asamblea Nacional para los próximos cinco años, el
gobierno ha vendido tomando una serie de acciones y medidas que lejos de
fortalecerlo, aunque esto pudiera lucir así a los ojos de algunos en una
primera perspectiva, lo pueden llevar hacia un
callejón sin salida, cuando aún faltan tres largos años de mandato
presidencial. Ello, por supuesto, si no
se produce un giro de ciento ochenta grados en las políticas económicas y
sociales implementadas hasta ahora por el gobierno, lo que equivaldría a algo
así como echar por la borda diecisiete años de chavismo.
Rodearse de
falsos “escudos”, reforzando la membrecía
partidista dentro del Poder Ciudadano,
Judicial o Electoral, con medidas subrepticias, amañadas, no hace más
que poner al descubierto la
vulnerabilidad del actual gobierno y de sus instituciones, sujetas a
situaciones circunstanciales que los vaivenes de la vida y de la
política pueden hacer cambiar radicalmente con una Asamblea Nacional en manos
de la oposición.
Pero lo más significativo, radica en la posición
asumida por Maduro en este mes y medio, manteniendo un discurso que sigue
haciendo hincapié en una guerra económica inexistente, como raíz de todos los
males del país; echándole la culpa al imperio, al neoliberalismo económico de
los demás países, a la oligarquía criolla, a
los eventos de abril del 2002 y, en fin, siempre a causas externas
imposibles, pero sin reconocimiento de algún ápice de culpa o responsabilidad
propia en los destinos del Estado. Aunque el Decreto de Emergencia Económica,
publicado en la Gaceta Oficial hace unos días y actualmente en discusión dentro
la Asamblea Nacional, es en cierta
forma, una manera de admitir, por parte de Maduro y su gobierno, esa “mea
culpa”, pues la emergencia a la que se hace referencia allí es la misma de
estos tres últimos años, la intención
del mismo no fue esa, lo cual demuestra la arrogancia y prepotencia del actual
gobierno, sino más bien tratar, dentro
de su estrategia post electoral, de pasarle la pelota, que esta ocasión es una
verdadera papa caliente, a la oposición,
y embarrarla con cualquier decisión que tome al respecto, ya sea dándole
su visto bueno, con o sin modificaciones, o simplemente desaprobándolo.
Esa contumaz posición, ha llevado al gobierno a
tomar algunas medidas en la práctica, que no convencen a nadie, porque son más
de lo mismo. Entre ellas, un cambio del tren ministerial, principalmente en el
sector de la economía, que no presagia modificación alguna en las políticas y
hoja de ruta que la gente espera, para que cesen las colas en los supermercados, la carestía de
alimentos y medicamentos en las estanterías, los precios inalcanzables para los
bolsillos de la mayoría de los venezolanos en ropa, alimentos, transporte,
útiles escolares, etc, y, en general, el deterioro de la calidad de vida de las
personas y de sus familias. Ello,
además, del deterioro del sistema educativo
en todos los niveles, de los servicios públicos de electricidad, telefonía, agua, calles y avenidas, entre otros; el
aumento diario de la inseguridad en las
calles, y pare usted de contar.
Lo que preocupa
mayormente en todo esto, es que da la impresión de que el gobierno anda
perdido, sin saber bien que hacer. O al menos, esto es lo que se desprende de
declaraciones como las de Maduro ante la Asamblea Nacional, anunciando que este
es el momento para aumentar la gasolina, y posteriormente las de su nuevo
Vicepresidente Aristóbulo Istúriz, asegurando que la emergencia económica no se
resolverá con medidas neoliberales que repitan el “caracazo” de 1992.
En el caso contrario de que no ande desorientado y
sepa lo que hace, incurre entonces en prevaricación, ya que
conociendo de antemano que las medidas tomadas no solucionarán la crisis en que
está hundido el país, persisten en ellas, en una huida hacia adelante sin
remedio. Sin voluntad de corrección o al menos de alternativa de enmienda.
Comentábamos en un artículo anterior, que quienes pensaban que al no estar Chávez
se produciría un cambio y que Maduro lideraría un chavismo "light" se
equivocaban, pues se hacía muy cuesta
arriba que el heredero al trono, el elegido, el que se hizo llamar el hijo de
Chávez, dejara la ortodoxia a un lado para dar pie a un chavismo menos recargado,
o más abiertamente, a un socialismo a la
europea para el cual no estaba preparado.
Decíamos, además, que el guion
que Maduro conocía y podía interpretar más cómodamente, era el de su predecesor y mentor.
En estos tres años de presidencia, hemos podido comprobar que la imaginación de Maduro se ha reducido a tan solo parodiar a Chávez,
reproduciendo eventos y políticas que son plagios o adulteraciones de un original
irrepetible, que no era conveniente copiar o calcar y que no le sirvió para
ganar las elecciones del 6 de diciembre pasado.
Pero el problema principal para Maduro, es que con
una mitad de su periodo presidencial aún
por delante, el tiempo se le acaba y el arsenal de maniobras y movimientos que
puede efectuar, tanto dentro, como fuera de la Constitución se le agota. Ya no
habrá más “leyes habilitantes” que le sirvan de excusa para concentrar más
poder, ni decretos declarando estados de excepción, salvo catástrofes naturales
que lo ameriten; tampoco leyes que refuercen el proceso revolucionario.
Seguir culpando a la oposición, a gobiernos
extranjeros o a una guerra económica ficticia, ya no serán argumentos
convincentes para nadie; ni siquiera para los más fieles y fervientes
revolucionarios, si es que aún quedan algunos.
Jose Luis Mendez
Xlmlf1@gmail.com
@Xlmlf1
España
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