Nadie dijo que iba a ser fácil,
que el régimen aceptaría su derrota parlamentaria y dejaría que la mayoría
ejerciera su facultad contralora sobre el gobierno y toda la administración
pública, como si fueran demócratas.
Maduro y su combo saben que las
investigaciones que hará la nueva Asamblea Nacional dará con los responsables
de la debacle injustificable que sumió a Venezuela en la miseria, que se
destaparán las ollas de todas las corruptelas, las relaciones con grupos
terroristas y, por supuesto, las implicaciones directas con el narcotráfico de
funcionarios civiles y militares o de forma indirecta, a través de familiares y
terceros.
El Poder Legislativo tiene la
atribución de declarar la responsabilidad política de los funcionarios y
solicitar al Poder Ciudadano Art. 222 de la Constitución que intente las
acciones para hacer efectivas las responsabilidades y aplicar las sanciones a
que haya lugar, por eso Maduro y Cabello se muestran como pranes arrinconados
capaces de cualquier cosa.
El régimen está desesperado
porque dentro de seis meses se podrá activar un referéndum revocatorio o
cualquiera de las salidas constitucionales para cambiar al gobierno inepto y
corrupto de Nicolás Maduro.
Están provocando una crisis
institucional, asestan un golpe a la Asamblea Nacional al desconocer su
autonomía y declararla en desacato a través de un cuestionable Tribunal Supremo
de Justicia que, en vez de magistrados tiene a malandros dictando sentencias
para que los pranes puedan salvar el pellejo.
Ningún tribunal, incluido el TSJ,
tiene facultades para desconocer la autonomía del Parlamento y la voluntad
popular. El TSJ es un poder designado, no electo, que desacata la voluntad del
soberano y usurpa potestades del CNE, que acreditó y proclamó a los cuatro
diputados del estado Amazonas, que ahora desconocen para que la oposición
pierda la mayoría calificada.
El gobierno juega al caos, a la
ingobernabilidad, no se da cuenta de que ya no le mete miedo a nadie; que
mientras empapela el país con retratos del difunto presidente y del Libertador
chimbo, los ciudadanos esperan que resuelva la descomunal crisis económica que
atraviesa el país. La gente de a pie ya no come cuentos, especialmente los que
resuenan desde el más allá: “No importa que andemos desnudos, no importa que no
tengamos ni para comer, aquí se trata de salvar la revolución”, pues a la gente
sí le importa tener qué comer; aquí la única revolución posible es el
imperativo de cambio que avanza inexorable, sin ideología comunista, con el eco
mortecino de un “comandante eterno”, reiterado hasta la saciedad, estampado en
muros, franelas y pendones propios de un parque temático que ha perdido su
atracción.
El gobierno no contempló los
daños colaterales para el imaginario colectivo al dejar en un ministro de la
Defensa, para nada confiable, el desagravio a las imágenes desalojadas del
Capitolio.
“Honor militar”:
El ministro de la Defensa,
Vladimir Padrino López, pasó de tener una postura institucional el 6-D a una
política partidista, repudiada por la mayoría de los venezolanos y expresamente
prohibida por la Constitución que juró cumplir. Al general se le pasó la mano
en su empeño de reivindicarse ante Nicolás Maduro y le está pagando con creces
el favor de haberlo dejado en su gabinete.
Padrino López se presta a la
farsa del desagravio por unos cuadros que sacaron de la Asamblea, y escupe para
arriba cuando denuncia ultraje al “honor militar”, cuando no hay mayor deshonor
que arrodillarse ante un tirano como Fidel Castro, permitir la entrega del país
y recibir instrucciones de los cubanos, además de tener a hombres vinculados
con el narcotráfico entre la cúpula de la Fuerza Armada.
Marianella Salazar
marianellasalazar@cantv.net
@aliasmalula
Caracas - Venezuela
El Nacional
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