Se soltó el tigre del
pueblo venezolano y Maduro lo tiene agarrado por la cola esperando órdenes de
la Habana porque no sabe qué hacer con él.
Quienes conocen a los
venezolanos me han dicho siempre que son gente valiente ("arrecha",
según su vernáculo) que no tolera tiranos. La afirmación estaba avalada por el
hecho de que fueron Bolívar y sus centauros quienes destruyeron el imperio
español en el continente y dieron la libertad a cinco repúblicas americanas.
Sin embargo, después de 16 años de chavismo dudé muchas veces que estos
venezolanos del siglo XXI tuvieran el coraje de sus antecesores de principios
del siglo XIX. Los acontecimientos del pasado 6 de diciembre me han demostrado
que estaba equivocado y no sólo lo admito sino celebro mi error.
En estos 16 años,
venezolanos de todas las edades, sexos y estratos sociales se han enfrentado a
la furia de la jauría chavista y anegado las calles de Venezuela con sangre de
patriotas y mártires. Han acudido a las urnas una y otra vez a sabiendas de que
las elecciones serían adulteradas por la mafia mandada desde Miraflores y
controlada desde La Habana. Sus líderes han sido perseguidos, reprimidos y
encarcelados pero ninguno ha bajado la guardia ni abandonado la lucha. Al
final, su gran cruzada por la libertad parece haber empezado a rendir frutos.
El 6 de diciembre el
pueblo desafió a los opresores y acudió a las urnas en forma tan multitudinaria
que hizo imposible un nuevo fraude electoral. Los líderes de la oposición
mostraron madurez y patriotismo cuando echaron a un lado protagonismos
personales para mantener la unidad necesaria con la cual derrotar a la
maquinaria política del gobierno. Y los altos mandos del ejército se cansaron
de ver a sus conciudadanos oprimidos, hambreados y masacrados por una banda de
apátridas y corruptos. Le dijeron que no a las órdenes de Maduro y de Cabello
de apoderarse de las urnas para cambiar los resultados. Con esto podríamos
estar siendo testigos del principio del fin del chavismo. Se soltó el tigre del
pueblo venezolano y Maduro lo tiene agarrado por la cola esperando órdenes de
la Habana porque no sabe qué hacer con él.
Esta guerra civil
asimétrica entre los venezolanos tuvo su origen en una gigantesca injusticia.
Mientras el pueblo sufría miseria el gobierno enviaba cuantiosos recursos para
apuntalar a una tiranía obsoleta que profesa una ideología fracasada. Sus
militares eran vejados por las órdenes y la arrogancia de procónsules
extranjeros. Y los profesionales venezolanos veían reducidos sus ingresos y
frustradas sus posibilidades de trabajo por la invasión de una competencia
desleal y barata llegada desde el extranjero.
Aún cuando la ayuda
ha sido reducida en los años recientes y que las estadísticas difieren según la
fuente, no hay dudas de que, sin las regalías de Venezuela, el régimen de los
Castro no habría resistido la crisis financiera creada por la caída del muro de
Berlín el 9 de noviembre de 1989. Desde el 2001, Cuba ha recibido una
multimillonaria ayuda económica venezolana. Fuentes dignas de crédito afirman
que Cuba recibe unos 105.000 barriles diarios de crudo venezolano. Destina el
62 por ciento al consumo doméstico y el resto a su refinación y también a la
exportación, con gran margen, al resto del mundo. La mitad de los barriles se
los paga a Venezuela en 90 días y la otra mitad en un plazo de hasta 25 años,
con dos de gracia y una tasa de interés sobre saldos del 1% anual. Otras fuentes
apuntan que, entre el 2001 y el 2009, Cuba recibió una ayuda total de Venezuela
superior a los 8,000 millones de dólares. Una cuenta que, sabiendo el descaro
del régimen comunista cubano a la hora de saldar deudas, Venezuela no cobrará
jamás.
Para asegurar la
continuidad de esa panacea los Castro enviaron a Venezuela a sus esbirros y
espías disfrazados de militares y de técnicos en diferentes materias. Aunque
nadie sabe con exactitud los cientos de miles de militares y de represores
cubanos que viven actualmente en Venezuela, en el 2010, el defenestrado General
de Brigada Antonio Rivero reveló en un trabajo que había 22,700 cubanos en el
país, lo que le representaba un costo a la nación de 1,400 millones de dólares
anuales.
Con esa nefasta
herencia inicia sus sesiones la nueva asamblea legislativa de Venezuela.
Enderezar a ese desolado país hacia un sistema de democracia, libre empresa y
justicia social será una labor de titanes. Pero, hasta ahora, los recién
electos diputados de la oposición están dando muestras de estar a la altura de
la tarea. Han mostrado al mismo tiempo firmeza y moderación. Para eliminar todo
vestigio de la locura de los últimos 16 años, retiraron la imagen del fallecido
Hugo Chávez de la Asamblea Nacional. Al mismo tiempo, se enfrentaron a la burda
e ilegal maniobra de Maduro para deshabilitar a tres de sus colegas y tomaron
juramento a los 112 diputados que le otorgan la "mayoría calificada”.
Por otra parte, han
expresado su firme propósito de gobernar para todos los venezolanos sin el más
mínimo vestigio de un "pase de cuenta". Una hermosa agenda de unidad
en la hermandad, no de unidad impuesta por la venganza y el terror. Y en un
gesto de transparencia que contrasta con el proceder chavista y que ha
molestado al gobierno, por primera vez en diez años abrieron las puertas de las
sesiones de la asamblea a la prensa no controlada por el gobierno. Pero quizás
lo más estimulante fue escuchar al nuevo presidente de la Asamblea Nacional,
Henry Ramos Allup, repetir una y otra vez, emulando al finado Hugo Chávez,
mostrar la Constitución y sentenciar la famosa frase “Dentro de la Constitución
todo, fuera de ella nada”. Le están dando a beber al gobierno de su propia
medicina.
Sin embargo, este es
sólo el principio de una lucha entre dos poderes, el ejecutivo y el
legislativo, renuentes hasta ahora a ceder porción alguna de su poder. Según la
propia constitución chavista, la Asamblea Nacional tiene el poder de liberar
prisioneros políticos, de detener los envíos de petróleo a Cuba y hasta de
convocar un referendo para destituir al presidente. Cualquiera de estas medidas
desataría una respuesta contundente y violenta por parte del chavismo. Sus
mentores de La Habana les recordarán que cuando una tiranía sufre la más mínima
grieta el pueblo pierde el miedo y reclama una libertad absoluta que se resiste
a ser otorgada por pequeñas dosis. Vale, por lo tanto, analizar las opciones
que les quedan a Maduro y compañía para mantenerse en el poder.
Lo patriótico y lo
inteligente sería negociar con la oposición una tregua que abriera el camino
hacia unas justas y transparentes elecciones nacionales. Los ladrones podrían
preparar su salida del gobierno en forma pacífica, rellenar aún más sus
fraudulentas cuentas bancarias en el extranjero y lograr una absoluta impunidad
ante la justicia. Aunque parezca una salida grotesca, pienso que la oposición
estaría dispuesta a aceptarla a los efectos de evitar una confrontación que
llenaría de sangre a Venezuela y devastaría aún más su economía. Pero queda el
ingrediente de la mafia cubana y su influencia desmedida sobre sus lacayos
venezolanos.
Con decenas de miles
de militares y de espías cubanos dentro del país, así como el control sobre la
Guardia Nacional, el binomio diabólico Maduro-Cabello podría intentar la
fórmula descabellada de dar un golpe de estado, declarar el estado de
emergencia y destituir a los miembros de la Asamblea Nacional. Pero eso sería
como jugar con nitroglicerina en un momento político totalmente adverso a este
tipo de procedimiento.
En primer lugar,
Nicolás Maduro carece del carisma y de la audacia de Hugo Chávez. Está en
Miraflores porque los Castro se lo pidieron a Chávez como el perro obediente y
manipulable. El pueblo no lo respeta, sus apandillados se burlan de él y el
ejército ya se le enfrentó el 6 de diciembre. En el plano económico, con un
petróleo a menos de 30 dólares el barril, Venezuela atraviesa hoy por una
crisis que el sistema fracasado del socialismo no podrá superar. Ya no tiene
fondos para comprar lealtades de los mandatarios mendigos que apoyaron a Hugo
Chávez. Es un hombre derrotado con el que nadie quiere asociarse.
Y a nivel
continental, la izquierda se halla en una retirada precipitada con el triunfo
de Mauricio Macri en la Argentina, los procesos de corrupción contra Dilma
Rousseff en Brasil y la crisis de popularidad de Michelle Bachelet en Chile. No
hablemos de esos pobres intentos de país que son Bolivia, Ecuador o Nicaragua.
Todo esto me hace albergar la esperanza de que el pueblo venezolano podría
estar muy cerca de su bien peleada y bien ganada libertad. El poder real, legal
y moral está en la Asamblea Venezolana pero sus miembros tienen que mantenerse
unidos y nunca bajar la guardia porque sus enemigos no se darán fácilmente por
vencidos.
Alfredo Cepero
alfredocepero@bellsouth.net
@AlfredoCepero
Director de www.lanuevanacion.com
Estados Unidos
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