Al comienzo de este año, Estados
Unidos sigue siendo el país más poderoso del mundo.
Su principal producto de
exportación no es el iPhone ni los aviones Boeing, sino unos papeles verdes,
todos con rostro de prócer —entre quienes todavía no figura ninguna mujer—, que
en el resto del mundo valoramos en las cantidades que llevan impresas. El dólar,
en efecto, es la moneda de reserva internacional, con amplia ventaja sobre el
euro. La vasta geografía americana alberga cualquier cantidad de actividades
artísticas, científicas y empresariales admirables. El problema es que esta
notable creatividad proviene de minorías; las mayorías del país van menos bien
y, en muchos casos, francamente mal.
Maneja uno por las calles de
Miami y se sorprende con la cantidad de mendigos que encuentra en los cruces.
Aún más dramático es comprobar que en su mayoría son personas relativamente
jóvenes, en edad de trabajar. Que el país más rico y poderoso del mundo eche
gente a la basura es un espectáculo bochornoso. Al menos yo no he visto nada
parecido en ninguno de los países ricos que he visitado en años recientes. Por
momentos me sentía en el Tercer Mundo, pero la abundancia de Maseratis, Rolls
Royce y Lamborghinis, para no hablar de simples Mercedes o BMW, me disuadía del
espejismo. Ya se sabe, fracasar en USA resulta impensable: el país y sus
competitivas familias tienen poca piedad con los derrotados. Muchos van a parar
a la calle a engrosar el humillado ejército de los homeless.
La pirámide de la pobreza en USA
empieza con los 30 millones que aún hoy carecen de seguro de salud (antes del
Obamacare eran 45 millones). La mitad de ellos no lo tienen porque viven en
estados dominados por el Partido Republicano, en los que, según parece, dar
salud a la población que no puede pagar por ella es anatema. Más abajo están
los homeless, quienes ni siquiera están en capacidad de costear un modesto
arriendo (he visto citada la cifra de 3,5 millones en esta condición); de
estos, una alta proporción son alcohólicos o drogadictos.
Es aquí donde los problemas se
imbrican, pues en estos días salió un estudio de Anne Case y Angus Deaton
(premio Nobel de Economía 2015) que ha hecho mucho ruido y que muestra cómo un
trozo creciente de la clase media blanca ha entrado en una dramática espiral
autodestructiva. Desde 1998 hasta hoy, casi 500.000 personas blancas maduras
han muerto de forma prematura sobre todo por cuenta de múltiples adicciones
(ver: bit.ly/1RaW7Ey o bit.ly/21sEvrq). Cabe sospechar que parte de la gente
detectada por el estudio, antes de morir prematuramente, va a parar a la calle.
Y ojo que todo esto pasa en un
país que tiene a Obama, un hombre honorable, de presidente. Ni pensar en el
trato que un republicano daría a los fracasados. Porque no se nos puede olvidar
que 2016 es un año electoral en USA. O sea que las mayorías, entre quienes
están los millones de maltrechos citados, van a decidir quién los gobierna. De
un lado está Hillary Clinton, ninguna pera en dulce, aunque sí una persona de
políticas aterrizadas; del otro los precandidatos republicanos, a cada cual más
loco, hoy encabezados por Donald Trump, encarnación dicharachera de Rico
McPato. Ojalá el señor del peluquín no se convierta en el próximo presidente de
Estados Unidos. Y ya metidos en gastos, ¿no habrá por ahí un gato caritativo
que se coma a Mickey Mouse?
Andrés Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com,
@andrewholes
Colombia
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