Cinco décadas, un
lustro, dos años e innumerables días, son lo que llevan Fidel y Raúl Castro
explotando a Cuba y a los cubanos.
Un largo tiempo de
pesar. Una vergüenza para cualquier pueblo. No honra a ninguna nación padecer
una dictadura de un solo día, ni pensar la pena de cincuenta y siete años.
Una vergüenza que se
acrecienta cuando se aprecia que restan cubano dentro y fuera de la isla que
apoyan a un régimen dinástico en pleno Siglo XXI, le justifican y realizan todos los esfuerzos posibles para
que sobreviva.
Los hermanos Castro
consideraron que al triunfar la insurrección,
la isla y sus habitantes, pasaban a ser una especie de botín de guerra
que podían usufructuar a su antojo, lo que explica porque Fidel cuando se hartó
de desgobernar el país, se lo entregó a Raúl como si fuera la finca Manacas que
el padre de ambos tuvo en Birán.
Fidel Castro
irrumpió en la vida pública a través del pandillerismo. Por sus estrechas
relaciones con las cuadrillas más violentas que operaron en la Universidad de
La Habana en la década del 40, aprendió
como manipular el miedo y las ambiciones de los otros, como lo muestra el
acierto que tuvo en la selección y manejo
de los incondicionales que le sirvieron durante cuarenta y seis años.
Sin la subordinación
absoluta de tantos secuaces, incluida la de su sucesor, no le hubiera sido
posible conducir el país como un
campamento, en el que siempre primó la voluntad y los intereses del caudillo y
su horda.
Los días y noches del castrismo han sumido a los
cubanos en una tiniebla toxica que ha corroído los valores ciudadanos, al
extremo que el concepto de nación enfrenta una seria crisis existencial.
La propaganda del régimen que Cuba y los cubanos
estaban en la cúspide del progreso, se transformó en un profundo sentimiento de
frustración, cuando el individuo
experimentó fracasos y constató mentiras.
La legalidad impuesta por los Castro favoreció la
ejecución moral y física. Se fusiló en cementerios y en patios de las escuelas.
Se implantó el terror.
Se militarizó la sociedad, al extremo de que la
calificación de desertor se le asigna a quien abandone una delegación oficial,
así sea un artista, deportista o médico. La intolerancia y la sumisión a las
consignas fueron las nuevas normas. Se impuso un paradigma nacional que
promovía el odio y el tableteo de las ametralladoras.
Decenas de miles fueron a prisión. Miles más
partieron al exilio. La libertad intelectual desapareció. Se estableció un
estricto control de los medios de información. Las religiones enclaustradas en sus templos. Una
especie de nueva devoción impuso sus propias tradiciones, cultos, lutos y
fiestas
El miedo y la conveniencia sustituyeron el concepto
del derecho personal. Un amplio sector del país se condujo con feroz
individualismo, mientras simulaba acatar el mandato del colectivismo.
El pudor se escabulló en la promiscuidad y la prostitución fue aceptada socialmente.
La delación se convirtió en práctica social. Lo importante era resolver y
sobrevivir, sin que importara lo que se entregaba en el empeño.
La corrupción- la más profunda y extendida que ha
padecido el país- el abuso de poder de funcionarios civiles y militares y
el cisma provocado por la intolerancia
ideológica, han generado una lobreguez que promete un angustioso parto de futuro.
Fidel y Raúl Castro dejan un horroroso legado. Una
profunda frustración en el sector de la sociedad que trabajó y creyó en un
proyecto que ha dejado el país en ruinas, junto al sufrimiento de los que
enfrentaron el sistema sin éxito, y la desesperanza que agobia a la mayoría
ciudadana.
El futuro está amenazado y corroído por las
enseñanzas y prácticas del totalitarismo. La crisis de civilidad está en las
raíces de la nación. Las normas de convivencia, respeto a las
discrepancias y hasta de urbanidad, fueron execradas por el gobierno, al extremo
que han intentado infructuosamente restaurar lo que destruyeron.
Las secuelas de un sistema excluyente como el que han
grabado los Castro a Cuba son perniciosas. Los civilista de la isla tienen un
gran trabajo por delante.
Cambiar el sistema no
será fácil, quebrar los privilegios de la clase dirigente o lograr que hagan
dejación de ellos será complicado, tal vez estéril, pero más
arduo será laborar para que los ciudadanos adquieran conciencia de sus
derechos y deberes, un empeño de titanes, si se considera que la mayoría de los cubanos nacieron bajo la
sombra de los hermanos Castro.
Pedro Corzo
pedroc1943@msn.com
@PedroCorzo43
Estados Unidos
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