Los Castro han cumplido 57 eneros en el poder. A estas alturas, la curiosidad general se limita a formular tres preguntas inquietantes: ¿Por qué han durado tanto? ¿Es un fracaso, como dicen sus adversarios, o un éxito, como aseguran los simpatizantes? ¿Qué sucederá después de este larguísimo gobierno, el más prolongado de la historia de América?
El gobierno de los
Castro ha sido tan duradero porque es una dictadura que no busca el
consentimiento de la sociedad, ni se dedica a obedecerla. Por el contrario, sus
esfuerzos están permanentemente consagrados a dirigirla y controlarla.
El secreto de esa
permanencia es convertir al pueblo en rebaño y estabularlo convenientemente.
Para esos fines dispone de un formidable aparato de contrainteligencia cifrado
en unas 60 000 personas y un probado guión represivo. El 0.5% de la población,
de acuerdo con la infalible fórmula aprendida de la Stasi alemana, madre y
maestra de los servicios cubanos junto al KGB.
El otro régimen
parecido que existe en el planeta, Corea del Norte, es también una dinastía
militar y tiene 68 años de vida continua. El padre de ese orquestado hormiguero
de gimnastas rítmicos fue Kim Il-Sung. Comenzó en 1948 y murió, mandando, en
1994, no sin antes legar a los museos las sillas en las que había colocado sus
egregias nalgas. Luego le han seguido su hijo Kim Jong-il y su nieto Kim Jong-un.
Las Tropas de
Seguridad norcoreanas exceden los 106 000 miembros para controlar 24 millones
de sobrevivientes. Más del doble de la población cubana. Ese aparato policíaco,
que no se anda con chiquitas, ha creado un sistema de castas políticas llamado
Songbun que divide a las personas en tres grupos: leales, vacilantes y
hostiles. Los leales sirven como auxiliares de la contrainteligencia en el
acoso y vigilancia de los otros dos sectores. No en balde, cuando Fidel Castro
visitó Corea del Norte, según cuentan los que le acompañaron, quedó fascinado
con el experimento. Le pareció un país modélico.
¿Ha triunfado o
fracasado el castrismo? Si se mide por la capacidad de adherirse al poder, ha
triunfado sin la menor duda. Raúl Castro era Ministro de Defensa a los 28 años,
ya tiene 85, y nunca ha descendido de buenos autos oficiales y nunca ha dejado
dejado de vivir espléndidamente junto a la familia real. Para él y para su
grupo de paniaguados, ha sido un éxito.
Si se mide por la
influencia lograda por el régimen la conclusión es la misma. Venezuela se ha
convertido en una generosa colonia, meticulosamente explotada, y los operadores
políticos de la DGI cubana orientan, controlan o influyen en una docena de
desdichados países latinoamericanos, al extremo de que la paz colombiana
irresponsablemente se negocia en La Habana.
Pero si lo que se
tiene en cuenta es el la prosperidad general del país y el grado de felicidad
genuina del conjunto de la población, ha sido un fracaso rotundo. A lo largo de
tres generaciones los cubanos han sufrido miles de fusilamientos, han sido
encarcelados decenas de millares de presos políticos, se han exiliado millones
de personas, y el gobierno ha erigido el modo de creación de riquezas más
improductivo de la historia, mientras demolía meticulosamente la estructura
material que había heredado. Es “el arte de hacer ruinas” en su máxima
expresión.
En 57 años de control
absoluto del poder, los Castro han agravado hasta el martirio los elementos
clave de la vida cotidiana: la alimentación y el acceso a agua potable, la
vivienda, el transporte, las comunicaciones, el suministro de electricidad, la
ropa y el calzado. De ese tétrico panorama escapan, como siempre, los millares
de cubanos en estos días varados en Costa Rica, compasivamente cuidados por el
gobierno y el pueblo de ese ejemplar país.
Esos nefastos
resultados no son, en realidad, producto de la maldad, sino de la ignorancia,
la ambición de poder y la arrogancia revolucionaria emanada de las certezas
marxistas. Estaban dispuestos a matar y a hacer daño con tal de mantenerse en
el poder y obligar a los cubanos a vivir de acuerdo con la utopía que se les
había alojado en sus enfebrecidas cabecitas. Por eso han devastado al país.
¿Qué pasará en el
futuro? Nada sustancial. Mientras no desaparezcan o se retiren de la vida
pública los Castro y su camarilla, y mientras ese sistema, hoy transformado en
Capitalismo Militar de Estado, permanezca en pie, el país seguirá condenado a
la emigración masiva de cubanos desesperados y a la improductividad más
radical.
El problema de fondo
radica en las percepciones y en la confianza que emana de ellas. Da igual si
los norteamericanos le quitan el embargo o si aumenta sustancialmente el número
de turistas. Da igual si el presidente Obama visita Cuba, como los últimos tres
papas, y hace un discurso a favor de la libertad.
Los cubanos, como
regla general, no creen en el sistema. No creen en sus compatriotas. No creen
en el destino del país. No creen en quienes lo dirigen, y mucho menos en la
capacidad de esa burocracia adormilada y torva que imperturbablemente continúa
practicando la planificación centralizada. Todo eso comenzará a cambiar después
de enterrado el castrismo. Nunca antes.
Carlos Alberto
Montaner
montaner.ca@gmail.com
@CarlosAMontaner
Vicepresidente de la
Internacional Liberal
Estados Unidos
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