
Total, él decía que Cuba era La Isla de la Felicidad y
como en el cuento de la conocida obra de Lewis Carroll, era una concepción
kafkiana, en la cual el mundo exterior se maravillaba que todos estuvieran
vivos, hasta el ComaAndante Fidel Castro.
Los de adentro, los que no podían más, seguían cogiendo
todo lo que flotara... y chapoteaban entre tiburones para llegar a la tierra
del Enemigo, que desde que tenían uso de razón, les habían enseñado a odiar y
desconfiar.
Quizás algún la isla se iba a soltar y se perdería en el horizante impulsada por
miles de pies, como contó Reinaldo Arenas en una de sus novelas, pero por ahora
seguía pegada a su fondo insular.
El Jefe estaba feliz porque, luego del Congreso, su
dominio era absoluto, constante y feroz... y el que se rebelara "Duro con él, Fidel".
Los tontos útiles del país del Norte y en el resto del
mundo, aplaudían que estuviera sometiendo tan bien a todo un país y tuviera
incluso poder absoluto sobre un títere que proseguía acabando con lo poco que
quedaba de una Venezuela hambrienta, sin medicinas y a oscuras.
El Jefe en realidad ya no necesitaba reuniones de la
Cúpula Gobernante, aunque de vez en cuando pensaba darse una vuelta, subirse al
púlpito, sonreir desde allí con su cara macabra y luego ir a ponerle flores a
los muertos.
Angelica Mora
angelicamorabeals@yahoo.com
@copihueblanco
Nueva York - Estado
Unidos
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