lunes, 18 de abril de 2016

ANTONIO PÉREZ ESCLARÍN, ES LA HORA DE LA POLÍTICA

En mi artículo anterior escribí que era la hora de la educación. Creo que es también la hora de la Política, con mayúscula, y de los genuinos políticos, capaces de  anteponer el bien del país, a sus intereses particulares o del partido.

El Papa Pío XI escribió  que “la política es la forma suprema de la caridad”, y el Concilio Vaticano II llamó a la política “ese arte tan difícil y tan noble”. 

Es un arte difícil porque supone superar esa práctica habitual que ha degradado la política a mera politiquería, a retórica, negocio o espectáculo;  que utiliza el poder para lucrarse y aprovecharse de él, poder para  dominar y servirse del Estado y de los demás. La política auténtica entiende y asume  el poder  como un medio esencial para  servir, para  buscar, más allá de las aspiraciones individualistas o de grupo, el bien de toda la sociedad.  Poder ya no para dominar y someter, sino para empoderar, es decir, para potenciar a las personas, de modo que se constituyan en sujetos de sus propias vidas y en ciudadanos responsable y solidarios, fieles defensores de sus derechos y cumplidores celosos de sus obligaciones. Por ello, y siguiendo al Concilio Vaticano II, la política es también  un arte noble porque el servicio que está llamado a prestar es precisamente la búsqueda del bien común, que hace posible la paz, la concordia social y las relaciones fraternales entre todos.

La política es el ejercicio de un amor eficaz a los demás. Lleva en su propia entraña la dimensión ética, ya que nos exige considerar como propias las  necesidades de los demás, e implicarnos en su solución.  Si la política se aparta del amor y olvida su raíz ética se convierte en mera politiquería, camino a la ambición,  al dinero fácil, a la corrupción, al poder por el poder mismo, a la utilización de lo público en beneficio propio o de los suyos,  al  dominio sobre los demás.  La politiquería no sólo degrada a los falsos políticos, sino que provoca un enorme daño a la sociedad entera pues imposibilita el bienestar general.  Si la política está guiada por el amor y se pone  al servicio de la humanidad es fuente de bienestar, encuentro y   vida. Degradada a mera politiquería es fuente de  destrucción, división y muerte.

La práctica de la verdadera política, como arte difícil y noble, exige  que los políticos sean muy honestos,  buenos negociadores, humildes,  respetuosos de todos y de las opiniones diversas, dispuestos a  servir siempre a la verdad.  Desgraciadamente hoy en día, donde lo común es disfrazar las ambiciones bajo el ropaje retórico del amor y del servicio, y donde la justicia está al servicio del poder, “la verdad sólo perjudica al que la dice”, como ya nos lo advirtió Quevedo.  Ya desde Aristóteles y los pensadores griegos, el arte de la política consistía en resolver los conflictos mediante la palabra, el diálogo respetuoso, la negociación, desechando cualquier recurso a la violencia, que es lo propio de los pueblos primitivos y de las personas inmaduras.

Antonio Perez Esclarin
pesclarin@gmail.com
@pesclarin
Zulia - Venezuela

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