NECESITAMOS MAESTROS DE VERDAD
Valorar la educación implica valorar a los que la imparten,
especialmente a los maestros y maestras, a los que se les exige mucho y se les
da muy poco. Se les exige incluso que
tengan éxito en asuntos como la enseñanza de valores, en los que las familias,
la sociedad y el Estado han fracasado estrepitosamente. Conseguir un buen
maestro o una buena maestra es la mejor lotería que a uno le puede tocar en la
vida. Un maestro cercano, cariñoso, puede suponer la diferencia entre un
pupitre vacío o un pupitre ocupado, entre un delincuente o un joven responsable
y bueno. Todo el mundo desea el mejor
maestro para sus hijos, pero muy pocos quieren que sus hijos sean maestros, lo
que evidencia la contradicción que reconoce por un lado la importancia
transcendental de los maestros, pero por el otro, los desvaloriza y los trata
prácticamente como a profesionales de segunda o tercera categoría..
Vengo insistiendo hasta el cansancio en la importancia de la educación
para transformar la sociedad, pues sin una buena escuela sólo lograremos una
mala sociedad, y si se insiste en que la educación debe ser entendida como la
inversión más importante, tenemos que tratar a los educadores de acuerdo a la
importancia de su misión y de su trabajo. Si queremos que los mejores alumnos
consideren atractiva la carrera de educador, y buscamos superar radicalmente la
situación actual de un desprestigio tan grande que está vaciando los
pedagógicos y, con frecuencia, sólo acuden a estudiar educación aquellos
alumnos a los que se les niega el acceso a otras carreras que se consideran más
lucrativas e importantes, debemos tener la profesión de educador entre las más
valoradas. Los maestros deberían ser seleccionados con un rigor extremo y luego
tendrían que ser un cuerpo privilegiado, mimado por la sociedad y muy bien
pagado. Si queremos que la educación contribuya a acabar con la pobreza,
primero debemos acabar con la pobreza de la educación y con la pobreza
pedagógica y económica de los educadores. ¡Pobre país que trata mejor a los militares que a los maestros! ¡Si los
militares defienden la Patria, los educadores la construyen!
Conozco numerosos maestros, sobre todo maestras, que
llevan una vida verdaderamente heroica. Se levantan a las cuatro y media
de la mañana a dejar listo el almuerzo para la familia; luego,
preparan el desayuno y alistan a los hijos para la escuela;
salen corriendo a agarrar un bus o un
carrito para llegar a su centro educativo antes de las
siete; trabajan cinco horas atendiendo a un grupo numeroso de alumnos
cada vez más indisciplinados, desatentos o violentos, con frecuencia en
escuelas y aulas destartaladas; comen
rápidamente algo y vuelven a agarrar el bus o el carrito para ir a la otra
escuela donde trabajarán otras cinco horas, en condiciones semejantes. En la casa, se deben robar unas horas al
descanso para corregir tareas, planificar la jornada del día siguiente, o
responder a las exigencias de la burocracia educativa cada vez más exigente y
hasta asfixiante, tal vez mientras lavan la ropa, los platos, o limpian la
casa. Por si fuera poco, muchas de ellas estudian también los fines de
semana. Todo ello para redondearse un
sueldito miserable con el que malviven.
Y a pesar de ello, son numerosas las que
siguen dando lo mejor, entregadas por completo a sus alumnos, sin resignarse a perder la ilusión y el compromiso.
Por ello, ¡felicitaciones a los maestros y maestras en su día y
mis deseos de que no pierdan la ilusión y la pasión! Sin pasión no se
logra nada importante en la vida, y mucho menos en la educación. No olvidemos
que educar es continuar la obra creadora de Dios, ayudar a cada persona a
renacer a una vida plena. Si los padres dan la vida, los educadores dan sentido
a la vida. En consecuencia, educar no puede ser meramente un medio para ganarse
la vida, sino una vocación para dar
vida, para defender la vida, sobre todo
de aquellos que la tienen amenazada, los más débiles y pequeños.
Pero deben ser los educadores los protagonistas de los cambios
educativos necesarios. Hoy todo el mundo
está de acuerdo en que, si queremos una educación de calidad, necesitamos
educadores de calidad, capaces de liderar las transformaciones necesarias.
Necesitamos, en definitiva, MAESTROS.
Tenemos muchos licenciados, profesores y hasta magisters y doctores,
pero escasean cada vez más los maestros: hombres y mujeres que encarnen estilos
de vida, ideales. Personas orgullosas y felices de ser maestros, que asumen su
profesión como una tarea humanizadora, que buscan la formación continua para
servir mejor a los alumnos. Maestros que ayudan a buscar conocimientos sin
imponerlos, que guían las mentes sin moldearlas, que facilitan una relación
progresiva con la verdad. Maestros comprometidos con revitalizar la sociedad,
empeñados en superar mediante la educación la actual crisis que estamos sufriendo, capaces de reflexionar
y de aprender permanentemente de su hacer pedagógico, y que se responsabilizan
por los resultados de su trabajo. Maestros preparados y dispuestos para liderar
los cambios necesarios, que se esfuerzan cada día por ser mejores, y por mejorar
la educación y la sociedad.
Antonio Perez Esclarin
pesclarin@gmail.com
@pesclarin
Zulia - Venezuela
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